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Regino Hernández, el hombre que surgió de las nieves

Lucas Haurie
Lucas Haurie
04/07/2018
La medalla de bronce del malagueño en los Juegos de Pyeongchang acabó...”

Cuando en las próximas semanas el calor invite a buscar el elemento líquido, más de uno recordará con no poca nostalgia y con mucho de envidia la mayor hazaña del deporte andaluz ocurrida este año sobre el sólido elemento de la nieve coreana. En suelo asiático el malagueño Regino Hernández conquistó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de invierno, la primera para España en 26 años, dando por concluida esa histórica sequía que convertía en gaseosa las sucesivas participaciones olímpicas de nuestro país.

A quien menos sorprendió la medalla fue al propio Hernández, que cumplía su tercera cita olímpica y al que las condiciones de la pista de Pyeongchang, repleta de trampas y obstáculos, le beneficiaban después de haberse forjado en el estilo libre del snowboard. Para el resto de los españoles la sorpresa fue mayúscula. No sólo porque le arrebató al patinador Javier Fernández el honor de la histórica medalla, sino porque lo hacía un extraño deportista barbado y melenudo con más planta de motero que de atleta. 

Pasado el impacto del hito deportivo, el mundo descubrió a un joven amable y, sobre todo, normal, criado junto a la playa de Mijas quien, no contento con seguir la senda del balonmano que habían protagonizado sus padres y que él incluso llegó a probar, se centró en armar una carrera en un deporte de invierno, el snowboard, surgida en la vecina Sierra Nevada, adonde acudía desde pequeño cada vez que la época escolar lo permitía. Y así Hernández aprendió antes las acrobacias en la nieve que a colorear en el colegio.

Sus dotes en el deslizamiento fueron premiados con su primera participación olímpica a los 17 años. Y aunque en Vancouver 2010 pecó de bisoño, sólo tardó un año para adjudicarse el Mundial júnior de Italia, una catapulta que lo lanzó al competitivo profesionalismo. Un podio en 38 pruebas de la Copa del Mundo, sin embargo, le sirvió para regresar con los pies al suelo después de un primer salto al espacio sideral. 

La tendencia descendente de Hernández, que tampoco era tal para un joven en su primera veintena, tocó fondo en la injusta sacudida de los Juegos de Invierno de Sochi 2014. La caída fue la sima desde la que desencadenó una trayectoria siempre a más. Sus alta posiciones internacionales pasaron de ser accidentales a convertirse en una dulce cotidianidad. Y hubo un pico en casa que anticipó el futuro laurel coreano, la medalla de plata por equipos, junto a su amigo Lucas Eguibar, en el Mundial de Granada de 2017.

Aquello fue el anticipo de la bomba de 2018, el bronce olímpico que ha quedado registrado como el cénit provisional de la escalada. Sus 27 años, además, auguran un seguro engorde del palmarés. Y no tardó en demostrarlo. Pocas semanas después del metal coreano se hizo en Huesca con el campeonato de España, aun con la reciente gloria de la selecta nevería olímpica en el paladar. 

Hernández descansa ahora a la espera de la temporada invernal, pero sin dejar de deslizar la tabla, aunque sea ahora sobre las olas del mar o a los mandos de un videojuego, dedicación en la que también se acerca a la categoría profesional. Estas tareas son si duda formas con las que seguir enfrentándose a la velocidad y a la concentración, al físico y a la mente, elementos imprescindibles en el deporte del snowboard. 

Su rostro y su singular presencia han quedado grabados entre los aficionados, para los que la frondosa barba y el desaliño capilar del malagueño son ya familiares. A bordo de la Harley Davidson, su presencia no causa sorpresa, lo contrario que cuando aparece con sus 185 centímetros en las estaciones de esquí. Para algunos ha de ser un eremita surgido de las montañas tras años de retiro, un gigante que ha despertado accidentalmente de una hibernación, una especie de Yeti que regresó de las nieves para ser el primero en romper los 26 años de sequía en unos Juegos Olímpicos de Invierno.