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Chocos con salsa agridulce

Lucas Haurie
Lucas Haurie
05/08/2018

Hay analogías felices, incluso en los autores más ripiosos, que han hecho fortuna: “Absurdo como un belga por soleares”, atinó a cantar Joaquín Sabina porque entonces apenas si se había deshecho de los pañales Carolina Marín y tampoco habría encajado en la melodía el verso “absurdo como una onubense jugando al bádminton”. Y ganando hasta aburrirse. La dimensión de esta campeona olímpica andaluza, que acaba de sumar en Nankin su tercer título universal, no se puede comprender sin explicar que su deporte, minoritario hasta el borde de la clandestinidad en España, mueve masas en el continente más poblado del planeta: de las veinte medallas repartidas durante el último Mundial, sólo la suya saldrá de Asia: China, Japón, Indonesia, Taiwán, Malasia, Hong Kong e India la acompañan en el palmarés y su víctima en la final, Pusarla Sindhu, es la deportista mejor pagada de un país de más de mil millones de habitantes en el que el cricket mueve apuestas por valor de centenares de millones de libras esterlinas al año. Sepan que la Liga de Fútbol Profesional española, no se apoya en Sergio Ramos o Messi para penetrar en el mercado asiático, ha contratado a Carolina Marín para popularizar a esos chicos de su mano. ¿Imaginan a un neozelandés en la cima del escalafón taurino? Pues sería menos ilógico que el reinado de Marín, cuyas pillerías latinas encrespan a sus rivales orientales, desorientadas por los gritos que la choquera profiere en cada punto sumado e incómodas cuando se embarca en debates bizantinos con los jueces: “No es fácil arbitrar a esta chica”, sonreía el comentarista inglés de la señal de televisión internacional.