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Tokio, la obsesión de la judoca Cinta García Mesa

Lucas Haurie
Lucas Haurie
15/10/2018
La onubense muestra voluntad para lograr la plaza olímpica después de...”

El camino olímpico es tarea complicada y, además, debe de provocar una timidez infinita para quienes compiten en la cuna de su deporte en cuestión. Podría ser el caso de la judoca Cinta García Mesa, quien ya vislumbra los tatamis de Japón, lugar originario de tantas artes marciales, con un sueño de duermevela conistente en un nipón ganando un festival flamenco. 

A los 24 años, la onubense no atiende a sueños ni duermevelas y ya está entre las cincuenta mejores del mundo en la categoría de menos de 48 kilos, una posición que espera mejorar de cara a la próxima temporada para conseguir el ansiado billete a Tokio 2020.

Todavía le quedan torneos para seguir sumando en el año. Este mes afronta uno en Málaga en lo que será su regreso a la competición tras haber vuelto a subirse al cajón del Abierto de Glasgow. Fue bronce, mismo metal que conquistó al comienzo del año en Lisboa. 

Una inoportuna lesión tras un séptimo puesto en Madrid la privó de llegar en óptimas condiciones a la prueba de la Copa del Mundo en Zagreb. Allí cayó pronto, como era de esperar, quedando apeada además del Mundial de Bakú. Su reciente podio, sin embargo, demuestra que la voluntad de la onubense está enfocada en la más alta empresa, la plaza olímpica.

García Mesa era ya karateca cuando, a los cuatro años, se hizo judoca. Juegos de jardín de infancia. Los juegos se convirtieron en arte, en un universo que se instaló en el interior del hogar familiar. Su hermano Francisco fue contagiado por la fiebre del tatami y hoy es otra firme promesa del judo español. 

Mucho tuvo que ver en aquel brote la condición deportista de los maestros del lugar, sus padres. En aquella casa olía a linimento por vocación. Por eso García Mesa pudo dar el salto a profesionales tras haberlo ganado casi todo como deportista amateur.

Desde infantiles hasta la absoluta, la onubense colecciona multitud de campeonatos nacionales. Era sólo un salto lógico ser convocada por la selección española apenas pisado el suelo profesional. Y ya es una asidua. Varios podios en torneos europeos y mundiales confirman a García Mesa como proyecto de campeona para lo venidero. Y en el horizonte, claro, sigue estando Tokio.

En tierras niponas estuvieron ella y todo el combinado nacional preparando el pasado año el Mundial de Budapest, el primero de su carrera profesional, un bautismo que demostró formas de fuego. La ardua competición forma parte desde entonces de la cotidianidad de García Mesa, una rutina que ha de ir marcando el contorno de la medalla, un objetivo que debe modelarse con tacto y paciencia. Mente. Fuerza. Voluntad. "Concentración", resumió después del bronce en Glasgow, apelando inequívocamente a ese fundamento de las artes marciales.

De la mano de su técnico, Santiago Bernárdez, del Club Huelva TSV, y junto a su compañera Almudena Gómez, la otra onubense en la élite nacional, García Mesa lleva veinte años quemando etapas y atravesando ritos de paso en un deporte con más contacto que golpes, con más maña que fuerza. Vástago del jiu-jitsu, el judo se describe en el nipón como camino a la gentileza. La inercia, la no resistencia, se convierte también en una de sus esencias.

Son, por tanto, la voluntad, la concentración y el equilibrio, un tercer factor del que se aprende a aceptar las cosas según vienen, intentando modularlas en provecho propio. García Mesa lo sabe, naturalmente, tanto adivinar ya el rastro de los Juegos de Tokio 2020.