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La vida de obstáculos de Carolina Robles

Lucas Haurie
Lucas Haurie
08/03/2021

Un caso único, versión humana de la triste realidad del deporte femenino español, pero tan infatigable que Carolina Robles es una de las grandes esperanzas en Tokio 2021. Se entrena sola en Montequinto, con las consignas a distancia de su preparador Antonio Serrano, compagina el atletismo con su exitosa escuela infantil y da grima saber (5 euros) lo que le reportó su reciente gran marca en el mitin celebrado en el Velódromo Luis Puig de Valencia, con el octavo mejor tiempo de la historia en 3.000 obstáculos y por primera vez aparece en el listado con mínimas internacionales. 

Es la atleta española en invierno, la cuarta mejor en la San Silvestre Vallecana y también cuarta en los Campeonatos de España. 245 euros se gastó entre sufragar el avión y el hotel y 250 euros le entregaron como ganadora con un tiempo impensable de 08:59:93 en Valencia, que no convencieron a la Federación Española para que formara parte del combinado en los Europeos de pista cubierta de Torun. “No era lo que buscábamos aún. El objetivo era hacer la mínima, en torno a 09:02-09:05, pero desde hace unos días soñaba con esa barrera”, explica. Si no fuera por los 3.000 euros de nómina de su club, el FC Barcelona, la sevillana de Montequinto no podría competir. “En realidad, si hablamos de dinero no vamos a ir muy lejos. Estoy invirtiendo en un sueño que puede salir o no. Pero ¿y lo bien que me lo estoy pasando? ¿y lo que estoy sintiendo?”, afirma. 

Casi todos sus gastos se esfuman en viajes para competir, zapatillas, fisios… Su novio, Daniel Manzanares, es quien tira de Carolina Robles, que lleva ya ocho años ejercitándose en solitario. Está acostumbrada a los obstáculos, su especialidad en atletismo. En 2013 sufrió una lesión en el pie que la dejó sin competir dos años y con recomendaciones médicas de que abandonara el sueño que se le metió en la cabeza el día que su amiga de la infancia se la llevó a competir a las pistas de atletismo porque su padre es entrenador. Hija de camionero y limpiadora, la sevillana está curtida en una vida modesta, pero afronta la vida sin miedo, que sí padeció durante unos meses, cuando con siete años iba al colegio en el camión del padre y sufrieron un aparatoso accidente que le asustó por la cantidad de sangre y cristales que vio. 

Lucha también contra el instrusismo, tras haber estudiado Ciencias del Deporte, que le ayudó a montar la escuela de atletismo, junto a su novio. 130 niños y un grupo de adultos que buscan una vida sana disfrutan y se forman cada día en Montequinto, su barrio, y con una lista de espera que le da alas para seguir ilusionándose. Son estos beneficios los que la mantienen en pie. Ya tiene muy cerca saborear esos Juegos Olímpicos que se le escaparon en 2016. Hace más de un año decidió dar un salto importante, pues dejó de comer carne. También abandonó la publicación de su famoso Diario de una ilusionista, el blog en el que expresaba sus sentimientos y sus sensaciones deportivas, pero sigue creyendo en sus metas, las mismas que ya comparte y transmite a su hija Carmen, cuyo mayor hobby es el atletismo.