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Lunes Santo, el lenguaje de la familia

Mi Semana Santa (II)

Bernardo Ruiz
Bernardo Ruiz
06/04/2020
Es el día de los barrios en Córdoba. La Merced, epicentro devocional”

En la saga de los Ruiz Parreño, mi familia desde que nací en la Córdoba de 1985, el Lunes Santo significa reunión y fiesta. Una forma diferente de rendir tributo a aquella cofradía que creció al son de la nueva clase media del Zumbacón y el ensanche de las antiguas Ollerías, hoy nudo de conexión entre las murallas del Marrubial y el Centro. La hermandad de la Merced es, en esencia, sinónimo de cariño sincero y besos de ternura. A mis padres, mis hermanas y mis sobrinos, algunos herederos de un sentimiento inoculado desde niños y otros sencillamente jubilosos por el reencuentro.

Mi Lunes Santo de 2020

Mientras escribo en mi hogar de Sevilla sueño con ese camino hacia Ollerías. El sol radiante cincelando de color las compras de las familias que, ataviadas con la ropa de diario, pronto lucirán sus mejores galas para rezar ante la Virgen de la Merced, a la que admiraban e imploraban los presos de la antigua cárcel de Fátima. El ritual es claro y sencillo. Almuerzo fraternal en el barrio, ya sea en Plácido, La Copita de Vino o El Pego, nombre cordobés hasta el tuétano, para luego buscar los nazarenos blancos de Zurbarán camino del Alpargate. En los últimos recovecos de las callejuelas modernas de Edisol y La Fuensantilla reina en su elegante paso de palio la Señora del Zumbacón, manto blanco y rostro de tez rosada.

El Lunes Santo de Córdoba es una invitación irrechazable a descubrir el sello de la diferencia. De la diversidad. Sol de bulla y luna de silencio, que escribiera Rafa Ávalos. El Lunes Santo es la Estrella con su chiquillería por los Jardines de la Agricultura a la ida, la Vera-Cruz en el populoso Campo de la Verdad, más allá del Puente Romano, y Sentencia antes de retar a la gravedad en las revirás imposibles por las estrecheces del Centro. Y así será hasta que Ánimas y Vía Crucis, Ánimas y Vía Crucis más que Córdoba o su esencia de lo cordobés, enluten el silencio de la noche. El Vía Crucis, cuyo titular procesiona a hombros de sus nazarenos en un ritual costumbrista que hubiera podido retratar Julio Romero de Torres en negro sobre blanco, en la Judería y Ánimas ya de regreso cuando el cansancio sea silueta en los pies descalzos. 

Mi recuerdos de Lunes Santo  

Desde que la Merced abandonó la Madrugá en 1998, mi Lunes Santo era sinónimo de reencuentro y regreso. Siempre, ya fuese con mi pareja, Aurora, con mi buen amigo José Ignacio, portuense de pro y devoto de la Amargura de San Juan de la Palma, o con mi prima Blanca, nieta de Antonia, mi tía y la mujer que, junto a mi madre, Ana, cultivó en mí el amor a San Pancracio y el Rescatado. Y, lógicamente, con mi familia, primero con mis padres y, ya en la madurez, con mis sobrinos. Para Marina, Julián y Delia el Lunes Santo era, es y será siempre motivo de fiesta sincera. Luego se unieron Sofía y Julia y, hasta por qué no decirlo, Ares y Ulises, testigos no participantes de una tradición que entenderán con el sincero peso de los años y las ausencias.

Y así ha sido siempre hasta que, en 2017 y por mi pareja, macarena hasta los huesos, opté por viajar hasta Almería para rezar a las plantas de la Macarena más torera. Y allí, en San Ildefonso, descubrí que las mariquillas no sólo brillan en la calle Parras, que la Sentencia no sólo se escucha en Campana y que las saetas son oración cantada en cualquier rincón de Andalucía. Pasión y Gran Poder completan las estaciones de penitencia de una ciudad que sabe a Casa Puga y suena a martinetes y seguiriyas en El Zapillo.