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Historias Olímpicas (I) Tokio/1964: Anton Geesink tumba a Akio Kaminaga y Japón llora lágrimas de vergüenza

Alejandro Delmás
Alejandro Delmás
17/07/2021

Entre el 10 y el 24 octubre de 1964, Tokio albergó los Juegos de Verano de la XVIII Olimpiada de la Era Moderna. Personalidades como Juan Antonio Samaranch Salisachs, ex vicepresidente del CIO, Comité Olímpico Internacional  (quizá, eventual e inminente candidato a la presidencia que hoy ostenta Thomas Bach) y la entonces intérprete Mariko Nagai coinciden en que la gran, decisiva importancia que los Juegos de 1964 tuvieron para Tokio y para todo Japón se condensó en una sola palabra: Transformación. No hacía aún 20 años que la II Guerra Mundial había terminado de devastar el país del Sol Naciente, y apenas había pasado una década desde que en 1951, el General Douglas MacArthur había abandonado Japón, tras ser despojado por el presidente Harry S. Truman (el mismo que firmó el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en 1945) de sus atribuciones como Comandante Supremo -es decir, virrey- en Tokio.

Los Juegos de 1964 resultaron "importantísimos" para la transformación urbana de Tokio y vital de Japón como país, reflexiona Samaranch. "No teníamos mucha confianza en lo que pudiéramos hacer para reincorporarnos al mundo de las naciones más avanzadas, pero sí queríamos demostrar cómo y cuánto nos habíamos podido recuperar tras todo lo que nos había pasado", establece Nagai. El mundo testificó el nuevo amanecer del Sol Naciente a través de proezas modernistas como los edificios modernistas, estructuralistas, creados por el arquitecto católico Kenzo Tange, autor del proyecto de la nueva Catedral de Tokio.

Mariko trabajó mayoritariamente en esos Juegos en una de las obras maestras de Kenzo Tange, el Yoyogi National Stadium, que en 1964 acogió las proezas del estadounidense Don Schollander en natación y en 2021, ahora, ya, alojará la competición del balonmano. En aquel remoto 1964, Mariko Nagai era una intérprete en el Centro Olímpico de Natación y hoy nos explica que "muchísima gente ordinaria en Japón no estaba acostumbrada por entonces a ver extranjeros por las calles; les parecía inusual y extraordinario que pudieran verse rodeados por tantos no-japoneses en las calles de Tokio. Era un sentimiento muy especial".

Nagai había aprendido en inglés en Dallas: como estudiante de intercambio. Nos agrega: "En 1964 aún cabía decir que casi nadie era capaz de hablar inglés en Japón con cierta normalidad". Nagai era -es- de Sendai, la capital de la Prefectura de Miyagi (Nordeste de Japón) que en 2006 acogió una subsede del Mundial de Baloncesto FIBA que conquistó la Selección española... y en 2011 resultó devastada por un terremoto -más 'tsunami'- de calibre 9.0, que iba a arrasar el domicilio familiar de los Nagai.

En la caldosa inmensidad de Tokio, algo más allá del Yoyogi Stadium, en el Parque Kitanomaru y muy cerca del Kokyo, el Palacio Imperial de Tokio, se halla el... Nippon Budokán, el Estadio de Artes Marciales de Japón, diseñado por Mamoru Yamada, también para los Juegos de 1964, con forma octogonal e inspirado en el Salón de los Sueños del templo budista Horyu-ji: "Templo de la Ley Floreciente". Sólo el presupuesto del Budokán -que acogió un memorable concierto de The Beatles en 1966, Live at the Budokan- escaló hasta la barbaridad de 2.000 millones de yenes, la moneda oficial japones: ojo, no era demasiado menos en dólares de 1964.

Recuerden todas estas palabras: Sendai, Nippon Budokán, Artes Marciales, Palacio Imperial: las necesitarán si van a seguir leyendo.

THE BUDO WAY: IKEDA, GEESINK y KAMINAGA.- El jueves 22 de octubre de 1964, Hirohito, 124º Emperador del Japón, rindió visita oficial al Nippon Budokán: que había acogido durante cuatro días, entre llenos absolutos, con las 15.176 localidades agotadas, el primer torneo olímpico oficial de judo en la Era Moderna. Es innecesario agregar que esta consideración especial del CIO se debía a que se trataba de los Juegos de Japón.

Sobre el modo en el que el Oriente de Japón y el Occidente en general se ven -o veían- mutuamente, con el judo en medio, el periodista neerlandés Ian Buruma (La Haya, 1951) hizo estas reflexiones ad hoc en su libro titulado 'El Misionero y el Libertino', publicado en 2000, con artículos previos en The New York Times: "En Japón y en esos tiempos, el judo no era sólo un deporte nacional, simbolizaba la manera japonesa (The Budo Way, Budokán...) de hacer marcialmente las cosas, de acuerdo al Código Bushido: una manera de actuar y vivir espiritual, disciplinada, infinitamente sutil; una forma o manera donde la bruta fuerza occidental inevitablemente perdería ante el superior espíritu oriental. Una derrota en la categoría más crucial se consideraría como una ofensa para esta forma de vida". Buruma es autor de otros destacados libros sobre la readaptación material y moral de los países derrotados en la II Guerra Mundial: 'Año Cero (1945)' y 'El Precio de la Cuipa'.

De este modo, y siguiendo consignas estrictas del Palacio Imperial, el Primer Ministro, Hayato Ikeda (precisamente, nacido en Hiroshima), una fantástica personalidad, autor del llamado Milagro Económico Japonés y verdadero 'deus ex machina' o motor económico de los Juegos de 1964... arengó a los judocas japoneses a un barrido absoluto de las medallas de oro. Pero, de alguna manera, el inteligente Ikeda se temía lo peor: y envió al Emperador Hirohito al Nippon Budokán en lo que era la tercera jornada del torneo olímpico de judo, la sesión que incluía la final de +80 kilos o pesos pesados. Por complacencia especial hacia Japón de la Federación Internacional y del propio Comité Olímpico, CIO, el torneo olímpico de judo había quedado dividido en 1964 en cuatro categorías: -68 kilogramos (peso ligero), -80 (peso medio), +80 (pesos pesados) y... en fin, Open: esto último, lo que cabría llamar 'todas las categorías', el torneo que había definido hasta ahí los grandes eventos mundiales de judo. En román paladino, 'los superpesados'.

Y a la sesión definitiva de finales, la de la categoría Open, el viernes 23-10-1964, se llegaba de tal modo que, en efecto... Japón y el Budo Way, el sendero del bushido, el camino del guerrero oriental... parecían haber barrido al mundo. Entre los días 20, 21 y 22,  los nipones Takehide Nakatani, Isao Okano e Isao Nokuma se colgaron el oro en las tres primeras categorías, donde había llegado a competir -sufriendo grave fractura de tobillo- un tal Benny Campbell: el hoy Senador estadounidense, del Partido Republicano, Ben Nighthorse Campbell, de pura etnia nativa americana: un cheyenne, para ser exactos. En pesos medios, menos de 80 kilos, resultó curiosa la medalla de plata de Wolfgang Hoffmann, un campeón europeo de Alemania Occidental, de Colonia... pero una medalla que fue a parar al llamado 'Equipo Alemán Unificado'. En 1964 y en Tokio, las dos Alemanias, la Oriental (DDR) y la Occidental (BRD) compitieron como un solo 'Equipo Alemán Unificado'.

Pero quedaba la gran amenaza para Japón y para el Budo Way. Y tenía nombre propio: Antonius Johannes Geesink, Anton Geesink (pronunciar 'Geisink') holandés/neerlandés, de los Países Bajos, de Utrecht, 30 años exactos en ese 23-10-64... dentro de un imponente físico condensado en 198 centímetros de altura y 120 kilogramos de peso. De hecho, Isao Nokuma (1,73, 88 kilogramos) siempre pensó que el gran error de su vida y de Japón en aquellos Juegos fue no escogerle a él como rival de Geesink en la categoría Open, en lugar del desdichado Kaminaga, gran amigo y gran rival de Nokuma.

Pesaron demasiado en contra de Isao Nokuma sus 173 escasos centímetros de altura como liviana barrera ante el colosal Geesink, todo un emblema de la mayor de las Provincias Unidas de Holanda. Así que Akio Kaminaga, de... Sendai (localidad hermanada con Coria del Río), subcampeón Open en el Mundial de 1958, en Tokio, y con tres títulos All Japan, 1960, 61 y 64, iba a ser el llamado a defender el Honor de Japón ante la amenaza que venía desde los Países Bajos. Porque, desgraciadamente para el Sol Naciente, Anton Geesink no era ningún desconocido. Era el peor peligro al que se podían enfrentar el pobre Kaminaga; y, tras Kaminaga... todo Japón. Kaminaga medía 1,79 metros por 102 kilogramos de peso.

GEESINK: LA CONSTRUCCIÓN DEL COLOSO.- Siendo un adolescente en Utrecht -donde hoy su estatua en bronce preside la que fue su calle natal, que también lleva su nombre- Anton Geesink era un albañil... apasionado por el deporte: fútbol, natación, atletismo, cualquier cosa. "Pero un día, cuando tenía 14 años, en 1948..." -contó Geesink durante un reportaje que la televisión francesa le dedicó en 1962, cuando ya había ganado el título mundial en 1961 en París (Stade Pierre de Coubertin)-... "asistí en Utrecht a una demostración realizada por un judoca francés. En ese momento supe que eso, judo, era lo que yo quería hacer en la vida".

Sólo cuatro años después de aquel 1948, Geesink ya se entrenaba en Francia, en el Camp du Golf Blue, en Beauvallon, Costa Azul, cerca del balneario de Saint-Tropez. Por entonces, el exalbañil de Utrecht ya había conquistado sendas medallas en Campeonatos Europeos, plata y oro, y se había hecho amigo de Henri Courtine y Bernard Pariset, dos grandes campeones del judo francés por cuyo intermedio pudo trasladarse al 'Camp du Golf Blue'.

Pariset y Courtine intentaban competir con el holandés, errante terrible y emergente: pero con escasa fortuna: "Se decía que Anton Geesink ganaba gracias a su físico extraordinario, pero su verdadera fuerza residía en su minuciosidad", declaró Courtine (bronce en Open en el Mundial de 1956, en Tokio; fallecido con 90 años este pasado febrero de este mismo 2021) en la revista especializada 'L'Esprit du Judo'... "Geesink nunca se tomaba un descanso. En el campamento de verano, siempre se acostaba el primero y luego, al día siguiente... se levantaba a las 06:00 de la mañana para cruzar a nado la Bahía de Saint-Tropez. Y después... se pasaba la mañana entrenando con troncos, que levantaba a placer en el Macizo de los Moros". Concluía Courtine: "Hasta 1958, Geesink aún estaba a nuestro alcance, pero después del Campeonato de Europa de Barcelona (1958), todos sentimos que él había roto barreras. Desde ese momento ya no tuvimos ninguna posibilidad contra él. No me arrepiento de no ganar los premios que pude haber ganado si no hubiera tenido que luchar contra él. De hecho, mi mejor recuerdo de la competición siempre será la única vez en que logré tumbarlo".

A partir de 1955, Geesink era invencible en Europa. En el Mundial de 1956, en Tokio, sin categorías, todo Open, perdió con el japonés Yoshihiko Yoshimatsu, antes de batir al propio Courtine en la final por el bronce. Pero justo ahí, la Federación de Judo de los Países Bajos contrató como 'asesor especial' al Gran Maestro y profesor japonés Haku Michigami (de Yawatahama); Michigami ya llevaba también varios años en Francia. En y con Geesink, Michigami se planteó construir 'un titán modélico'. "La primera vez que vi a Geesink tenía una cabeza grande y un cuello largo en un cuerpo delgado y alargado, algo así como una botella de cerveza... pero de inmediato me sorprendió la seriedad de su carácter. Los holandeses son conocidos por ser personas serias, diligentes y trabajadoras, pero él superaba a sus compatriotas considerablemente. Si se le ordenaba correr, corría tres veces más lejos que los demás. Si no le decías que dejara de entrenar sus 'uchikomi' ('repeticiones', 'mecanizaciones')... podía continuar toda la noche. Gracias a este régimen de entrenamientos, su cuello delgado y su cuerpo fino se muscularon muchísimo más".

Ya de la mano de Michigami, y en el Mundial de diciembre de 1961, en el parisino Stade Pierre de Coubertin, junto a Roland-Garros, Geesink -ya 5º Dan- resultó incontenible: incluso para los japoneses.

En la gran final Open, en París/61, Anton se impuso a Koji Sone, defensor de la corona planetaria. Japón sufrió su primera derrota histórica ante un Geesink que declaró, nada menos: "Creo que los japoneses fueron a Francia con bastante arrogancia. Pensaban que eran muy, muy fuertes, pero después de la primera pelea, pudimos ver que los judocas nipones no eran atletas. Trabajan solo el judo, solo la técnica, mientras que nosotros hemos trabajado muy duro... dentro y fuera del judo. Y eso que mi judo aún no era lo suficientemente maduro, especialmente cuando se trataba de mi técnica de suelo".

Entonces, Geesink recibió una recepción inolvidable, en Utrecht. "Le aterrorizaba la atención excesiva", apreció Michigami, que apuntó a que... "eso muestra un atisbo de la clase de hombre que Anton era... a mí me impulsó a entrenar a judocas en el extranjero no para hacerles ganar títulos; me trasladé al otro lado del mundo, fue para que la gente captara el auténtico espíritu del bushido, el camino del guerrero japonés desde la antigüedad".

JAPÓN: KAMINAGA.- De acuerdo a sus propias reflexiones, y siempre de la mano de Haku Michigami, Geesink se marchó a entrenarse a... Japón. Nada menos. Si quieres nublar el Sol Naciente, vive dentro del Imperio: hazlo explotar. Y Anton pasó tres meses en la Universidad Tenri, en Nara, donde trabajó de manera exclusiva las Ne-Waza (técnicas de suelo), que él veía como el judo del futuro, una cosa que los japoneses no tenían tan clara. Fue en Tenri donde el de Utrecht se afiló y afinó junto con algunos de los mejores judocas del mundo.

Así que Anton Geesink, ya conocido como 'El Tulipán Montaña', o 'El Tallo más alto del Reino Oranje de los Países Bajos', llegaba a los Juegos Olímpicos de 1964 en plena madurez: con 30 años. Y, peor para Japón y para Akio Kaminaga..., ante su primera y posiblemente última aventura olímpica. Geesink había querido participar en los Juegos de Roma de 1960 como parte del equipo de su país en lucha grecorromana; se había estado entrenando para ello... y fue tres veces campeón nacional. Pero recibió el veto de un CIO que alegó motivos bastante tenues de profesionalismo, por su condición de instructor y entrenador de judo.

En esas condiciones, el viernes 23-10-1964, ya sin el Emperador en el Nippon Budokán, pero sí ante los Príncipes Herederos del Imperio y en presencia de Juliana, Reina de los Países Bajos... Anton Geesink pasó a medirse con el oro olímpico como premio con Akio Kaminaga. En realidad, el combate de la final olímpica fue una repetición, un remake. Los dos judocas ya se habían enfrentado en la fase previa: Geesink había sumado una victoria rutinaria contra el ídolo japonés en cuyos hombros reposaban las esperanzas del Sol Naciente. Pero el formato del torneo permitía que los segundos clasificados en la fase de grupos siguieran adelante. Así, Kaminaga, que usaba gafas de carey en la vida normal y que había ocultado una lesión inmediatamente anterior a los Juegos, en el ligamento interno de la rodilla... aún tenía una oportunidad para hacerse con el oro de Japón. Akio se había ganado semejante oportunidad de masiva redención, incluso estableciendo el récord de la victoria más rápida -hasta ahí- en la historia oficial del judo mundial, tras derrotar en solo cuatro segundos al filipino Thomas Chi Hong Ong. Este récord duraría hasta 1991. Aunque, en semifinales, Geesink había apabullado al acreditado australiano Ted Boronovskis en... 12 segundos. 

Anton Geesink daba miedo. Pero, paradójicamente, preocupado y casi de incógnito, 'El Tulipán Montaña' hizo que llamaran a Haku Michigami, que no estaba con la delegación oficial de los Países Bajos y recorría los Juegos con algunos estudiantes franceses: "A través de una tercera persona, Anton me hizo saber que estaba preocupado y quería que yo asistiera a su combate", explicó el Gran Maestro, técnico y profesor japonés, que detalló: "Me fui corriendo al pabellón donde se estaba celebrando la pelea y así pude observar todo de cerca".

De ese modo, Michigami fue uno más de los 15.176 angustiados espectadores presentes en el Nippon Budokán. Al cruzarse los nueve minutos, el tenso, ominoso duelo pendía de un hilo. Nervioso y a por todas, Kaminaga intentó un Tai-Otoshi. La arriesgada maniobra del campeón de Sendai, casi a la desesperada, provocó que Geesink pudiera arrojar a Kaminaga al tatami, colocándose en posición para concluir el combate con una poco fácil técnica de inmovilización en suelo: Hon-Kesa-Gatame. Para lograrlo y convertirse en campeón olímpico, Geesink necesitaba tener inmovilizado a su rival durante 30 segundos. La técnica de suelo había sido la obsesión de Geesink en La Universidad Tenri: y aquí, Anton iba a recoger los frutos.

Una eternidad se extendió durante medio minuto en el Budokán. Indefenso, inmovilizado en las garras del gigante de Utrecht, Kaminaga hizo un esfuerzo desesperado por liberarse, sacudiendo las piernas mientras intentaba levantarse. Pero fue aplastado por el abrazo terrible de un Geesink que pesaba casi 20 kilos más. A lo largo de esos interminables segundos, Geesink mantuvo los ojos fijos en su presa, como para leer mejor su agonía. Debajo del 'Tulipán Montaña', Kaminaga luchaba como un niño desesperado. En vano. Era el desenlace más o menos lógico. Pero, al fin, el silencio que envolvió el Budokán dejó a los presentes marcados, fascinados, aturdidos e impresionados: hasta que la multitud se levantó para aplaudir a Geesink durante un breve instante.

Muchos se echaron a llorar en el Budokán... y en las calles de Tokio y de las principales ciudades de Japón, donde se habían instalado pantallas de televisión en escaparates, tiendas, etc. Miles de aturdidos espectadores del Budokán también se vieron deshechos en un mar de lágrimas. Los occidentales tendrían dificultades para comprender plenamente el sentimiento de vergüenza y conmoción colectiva que sintieron los japoneses en ese momento en el que el país entero cayó en una especie de shock. Se rumorearon seppukus, suicidios rituales como los de los últimos resistentes en Okinawa o Iwo Jima: pero esos seppukus no fueron totalmente confirmados. Ian Buruma escribió esta reflexión: "En Tokio, un extranjero grande y rubio había humillado a Japón frente a todo el mundo. Era como si la ancestral Diosa del Sol hubiera sido violada en público por una pandilla de demonios alienígenas".

Ada Kok, nadadora medallista de los Países Bajos, especialista en mariposa y presente en el Budokán aquel histórico 23-10-1964, relató a The Guardian: "Silencio y lágrimas... En ese momento, para mí sólo se trataba de una pelea sin más, pero al reflexionar, me di cuenta de que estaba viendo una especie de choque cultural que iba a recorrer y estremecer a todo Japón. El Budokán estaba en silencio, tranquilo. Podía escuchar a la gente llorar. Fue como si un eclipse solar hubiera oscurecido súbitamente al país entero; como una sensación de fatalidad". Tras el desenlace, el propio Anton Geesink dijo a los periodistas que "gestionar la reacción del público japonés después de la pelea había sido más difícil que la misma pelea".

DIGNIDAD.- Entre la grandísima victoria, Anton Geesink mostró una dignidad fantástica. Como durante su título mundial en París en 1961, el séquito de la delegación olímpica de los Países Bajos empezó a invadir el tatami para expresar su alegría, pero el vencedor apenas había aflojado su control férreo sobre Kaminaga cuando el primer e inequívoco gesto de Geesink (que cabe apreciar claramente en las imágenes del día) fue ordenar a sus compatriotas que retrocedieran y se mantuvieran al margen. Todo, ante los miles de petrificados, desolados japoneses. Mucho más que el oro olímpico, fue esta actitud de Geesink, tan llena de dignidad en la victoria (al igual que las pocas veces en que fue derrotado) la que colmó de orgullo a su maestro Haku Michigami.

Este fue el relato del propio Michigami: "Tras detener con un gesto a la eufórica delegación neerlandesa que quería correr hacia el tatami, Anton Geesink se inclinó profundamente ante Kaminaga, su oponente hasta el instante anterior, hacia el Príncipe Heredero y la Princesa, también hacia la Reina de los Países Bajos, y abandonó el escenario con dignidad. Lo que se acababa de presenciar era nada más y nada menos que una sobria pero elocuente manifestación de ese espíritu del bushido por el que yo mismo había sido durante tanto tiempo un misionero incansable. Creo que todos aquellos que tuvieron la oportunidad de asistir a esa escena comprendieron que tenían ante sí a un judoca digno de admiración".

Esa dignidad suprema valió a Geesink para que, muchos años después, en cada uno de sus numerosos viajes a Japón al Lejano Oriente, el campeonísimo de Utrecht siempre recibiría una bienvenida digna de Jefes de Estado. Incluso durante su última estancia en Japón, ya a los 70 años, los niños que habían nacido mucho después de lo ocurrido en los Juegos de Tokio en 1964, lo reconocían por la calle inclinándose ante él con toda deferencia... y siempre con máxima dignidad, respeto y cariño: también. Un año después, 1965, Geesink obtuvo su último título mundial en Río de Janeiro en la nueva categoría de más de 80 kilos, que se estrenaba en esos Mundiales. Después de eso y de otro título europeo, en 1967, Geesink se retiró como una leyenda viva del deporte neerlandés. En los años 70, tras participar en películas mediocres, Anton Geesink luchó profesionalmente en Japón, antes de dedicar la mayor parte de sus esfuerzos a enseñar y popularizar el judo, actividades que sin duda habrían complacido a su maestro Michigami -de quien se desvió durante años por su intervención en películas burdas, mediocres-, antes de reconectarse ambos más tarde en su vida.

El Comité Olímpico Internacional, CIO, retiró el judo del programa olímpico en los siguientes Juegos, en 1968, en México. Pero, dado el titánico calibre de la hazaña de Geesink en Tokio... se repescó ya como deporte oficial en 1972, en Múnich, donde Wim Ruska otro titán de los Países Bajos (de Amsterdam) se convirtió el heredero natural de Geesink... pero nada menos que con dos medallas de oro: en 93 kilos y en Open.

Anton Geesink fue uno de los pocos judokas (judan) de décimo grado Dan reconocidos en ese rango por la IJF (Federación Internacional) pero no por el Kodokan Judo Insititute de Tokio. Los ascensos del 6 al 10 de Dan se otorgan por servicios al deporte del judo. Sólo hay tres judokas (judan) vivos de 10º Dan reconocidos por Kodokan: Toshiro Daigo, Ichiro Abe y Yoshimi Osawa. El Kodokan no ha otorgado el 10º Dan a nadie fuera de Japón. Haku Michigami murió en 2002, en Burdeos, Francia, con grado de 9º Dan.

El 29-1-2000, la Universidad de Kokushikan (donde habían recibido formación cuatro judocas japoneses campeones olímpicos) otorgó a Geesink el Doctorado Honorario con la siguiente dedicatoria, también cincelada en Utrecht: "En los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, el Sr. Geesink ganó la medalla de oro en la clase abierta como el primer no japonés. Desde entonces, con el espíritu del budo, ha contribuido a la paz internacional y promovido el intercambio cultural y la amistad entre los pueblos de los Países Bajos y Japón. Además, exploró el judo a la luz de la educación y la somatología y se ha dedicado a su difusión y desarrollo. Para honrar su contribución a la difusión mundial del judo, esta universidad, como organismo que valora el espíritu del budo, le otorgó un doctorado honorario de la Universidad de Kokushikan".

Al convertirse en el primer judoca no japonés en conseguir el 10º Dan en 1997, Geesink enfatizó su convicción de que su victoria en los Juegos Olímpicos no solo le pertenecía a él. "Creo", dijo, "que los japoneses solo aceptaron realmente mi victoria cuando admitieron que, si los cuatro títulos olímpicos en Tokio hubieran sido ganados por sus representantes, el judo no habría seguido siendo un deporte olímpico". Y esto, la preservación global de todo un deporte, fue probablemente el mayor triunfo de Anton Geesink, que -ya como miembro del Comité Olímpico Internacional, desde 1987- también se vio incluido en el amplio paquete de los sobornos recibidos del Comité Organizador de los Juegos de Invierno de 2002, en Salt Lake City. Geesink se excusó ante el CIO, alegando que los 4.500 dólares por los que fue acusado y expedientado habían sido destinados a su Fundación Geesink, con carácter humanitario. El CIO le amonestó, pero limpió su hoja de servicios; Geesink continuó trabajando con el Comité Olímpico Internacional hasta el fin de sus días. Seguía caminando como una mole ambulante entre las Asambleas y reuniones del CIO, un personaje tan descomunal como los que pueden hallarse en Goldfinger o Godzilla.

Anton Geesink murió en 2010, en Utrecht, con 76 años. Dejó viuda, Jans Geesink, su mujer de más de 50 años, y tres hijos: Anton Jr. y las niñas Willy y Leni. Akio Kaminaga se retiró del judo de alta competición en 1965, después de sufrir un desprendimiento de retina y en 1968 pasó a dirigir técnicamente al equipo de judo de la afamada Universidad de Meiji. Le recomendó y asesoró Koji Sone. Adiestró en Meiji desde sus comienzos al campeón oro olímpico Haruki Uemura. Posteriormente, Kaminaga también colaboró con el equipo olímpico japonés de judo para los Juegos Olímpicos de 1972, en Múnich. Luego vivió de asalariado en Meiji... hasta que asumió la dirección técnica del judo olímpico japonés para los Juegos Olímpicos de 1992, en Barcelona. Al fin, Kaminaga murió un año después de estos últimos Juegos: en 1993, de cáncer de colon, poco después de cumplir 56 años. Al fin, otro judoca tan importante como Yasuhiro Yamashita (1-6-1957, Yamato), Presidente del Comité Organizador de estos nuevos Juegos de Tokio -nada que ver por familia con el general imperial Tomuyuki Yamashita, el célebre y ajusticiado 'Tigre de Singapur'- aterrizó en su cargo olímpico con cuatro títulos mundiales entre 1979 y 1983 (+95 kilos y 'Open')... además del oro olímpico en Open en 1984, en Los Ángeles.

Casi nadie recuerda aquellos rumoreados suicidios rituales de 1964 por la defenestración de Kaminaga bajo el abrazo mortal de Anton Geesink. Pero en los Mundiales de 2019, de nuevo en el Nippon Budokán de Tokio, el 29-8-2019 y al aire de la leyenda de 1964, Noël van 't End, otro neerlandés, de Houten, se alzó con el título planetario de -90 kilogramos al derrotar a otro japonés, Shoichiro Mukai. Van 't End llevó a los Países Bajos su primer título mundial de judo en 10 años. "Cuando entré en el Budokan, la Meca del Judo", relató Van 't End... "había carteles de Anton Geesink por todas partes. Casi podía sentir su presencia, como fuertes vibraciones".

A día de hoy, Noël Van 't End sigue convencido de que su gran triunfo mundialista de 2019 en el Nippon Budokán obedeció al influjo benéfico del espíritu de la leyenda de Anton Geesink, el campeonísimo de Utrecht. "Anton estuvo aquí conmigo todo el día", diría Van 't End. Desde que se despertó a las 08:00 de la mañana, hasta el combate final con Mukai, otro duelo en el Budokán que alzaría al ganador a la cima del mundo, el judoca neerlandés de Houten se sintió habitado por la presencia de su predecesor. "Antes de cada pelea, le pedía a Anton que me ayudara; y lo hice así especialmente antes de la final". En el Nippon Budokán, la Meca del Judo y en pleno corazón del sendero warrior del bushido ¿a quién habría podido ayudar el recuerdo del pobre perdedor Akio Kaminaga?