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Macarras

Antonio Félix
Antonio Félix
08/02/2023

Ser un macarra tiene su aquél. No decimos que bueno o que malo, pues allá cada cual para ir por la vida como le dé la real gana. De hecho, como diría el gran Macho Alfa Pedro, lo macarra nos mola. Seamos sinceros, y reconozcamos cómo flipamos con esos tipos y esas tipas que pisan con una seguridad apabullante, echando a un lado lo que molesta, listos como chacales, conscientes de una superioridad que, lejos de maquillar, exhiben con un indisimulada y regocijante soberbia.

En el Betis existe cierta cultura del macarrismo  (no confundir con el macartismo, que no es lo mismo, aunque también) y no podemos decir que le haya sentado precisamente mal. De hecho, tal cualidad ha sido diferencial respecto a otros periodos, y pienso en los equipos de Mel o Setién, en los que el magnífico fútbol que se hacía adoleció de la mala leche que se  advierte ahora. Esto lo da cierto carácter, y ese carácter lo marcan los jugadores. Joaquín, por ejemplo, jamás llegaría a ser un macarra, pero este Betis tiene tela para compensar. Guardado, sin ir más lejos, es un macarrilla de libro. Y el mejor jugador del equipo, Fekir, es el fenotipo del macarra entre los macarras.

Claro que nadie es nada sin un plan. Y en el Betis lo ha habido. Por decirlo de alguna manera, el equipo ha sabido adaptarse estupendamente a estos tiempos de VAR, en los que la realidad se reinterpreta a cada momento en cámara lenta. Desde la llegada de Pellegrini, el Betis ha trabajado mucho el detalle para aprovechar de la mejor forma las nuevas circunstancias. Partido a partido, de forma aparentemente casual primero y sistemática después, veíamos a un par de sus jugadores desfallecer como damiselas de Bécquer en la defensa de los córners o adelantando varios metros sus saques de banda. Ejemplos de minucias con las que confundir a los árbitros o sacar de quicio al rival. En esos ejercicios el Betis se enalteció como un equipo redondo, hermoso y pícaro. Un equipo que estaba a todo, a jugar bonito y a jugar suciete.

El macarrismo, sin embargo, también tiene esto: que te toman la matrícula. Porque hay quien lo detesta. Y porque también hay quien cree que lo puede ser más. El otro día Iago Aspas, evidentemente conocedor de cómo se las gastan en el Betis, fingió una agresión cuando vio llegar a Luiz Felipe con el puño cerrado mientras retenía un balón. Quédense con lo del puño cerrado. Manuel Pellegrini, con no poca razón, lamentó la escoria que es para este deporte la simulación. Pero, al parecer, su conciencia no tiene mayor problema con el macarrismo que despachan sus machotes. Durante ese mismo partido, en un ligero enganchón, Fekir ya había agarrado de la cabeza a un adversario. Y, sin venir tampoco a cuento, un chaval tan aparentemente templado como Luiz Henrique le largó una coz borriquísima a Cervi cuyo eco se escuchó hasta en Lebrija. Comportamientos, incipientes en el caso del brasileño, reincidentes en el del francés, que, insistimos, no merecen la menor consideración para el egregio entrenador chileno.

El caso es que ese macarrismo, que bien interpretado le dio un plus de competitividad al Betis, le está pasando ahora una factura considerable. En el próximo partido volverá a verse sin jugadores esenciales en unas circunstancias que apremian, pues por primera vez desde hace tiempo el equipo está fuera de Europa. Existe la tentación de centrar el debate sobre el exceso de celo arbitral sobre los jugadores verdiblancos. Pero eso sería un error tremebundo, y no hace falta mirar muy lejos para advertir las consecuencias que trae engañarte con huecas excusas. No hay tiempo que perder en eso y sí en reflexionar para saber por qué ya no se marca ni se gana en casa. O cómo se puede solucionar que te ataquen a saco por el costado del añorado Álex Moreno. Y, sobre todo, qué se puede hacer para convertir en un inalterable shaolin a Nabil Fekir, sin quien el Betis, sencillamente, no sabe vivir.