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Don Casimiro de la Mancha

Lucas Haurie
Lucas Haurie
29/03/2023

Emplear con un entrenador de baloncesto la imagen cervantina de una lucha contra gigantes puede resultar obvio, sí, pero también realista. Sobre todo, porque a Luis Casimiro también le ha tocado esta temporada pelear contra los molinos de vientos de las lesiones, que su plantilla padece en número y gravedad insólitos, y hasta con la escasa lucidez de sus jefes, que creen ver un castillo donde hay una venta o un ejército en vez de un rebaño o incluso un club donde apenas enarbolan la bandera (verdiblanca) un pedazo de entrenador y un competente director deportivo. Valga pues este artículo como modesto homenaje en el momento más duro de la temporada.

Don Casimiro de la Mancha, quijotesco personaje de Ciudad Real, y su fiel escudero Berdi Pérez acometen la aventura de la permanencia casi en solitario, a la vera de un presidente sin más mérito que sus agarres políticos y un jefe supremo, El de las Siglas Bien Puestas, sin otra capacitación profesional que su consanguinidad con la política. Así es muy difícil, sobre todo si la temporada se pone cabrona hasta verse obligados a dar siete bajas sobre doce jugadores, la mayoría de ellas debido a lesiones graves y la más sensible, la del máximo anotador de la liga, porque no hay con qué pagarle.

Pese a todo, con un balance de 5-19 y a dos triunfos de la salvación tras la infausta noche manresana, derrota con pérdida del ‘average’ incluida, Luis Casimiro logra que el Real Betis Baloncesto compita en casi todos los partidos, también después de semanas de entrenamientos con media docena de jugadores sanos y en jornadas en las que la rotación se reduce a nueve hombres, dos de ellos entre algodones. Si consigue eludir los dos puestos de descenso como hizo heroicamente hace un año, ojalá, los elogios recaerán en quien meta unas cuantas canastas… por eso es justo destacar ahora el trabajazo del entrenador, cuyo mérito sería inmenso incluso en caso de descenso.

Nadie confunda este elogio con amistad, pues es probable que ni siquiera Luis Casimiro recuerde nuestra única conversación, tras casual encuentro en la calle Sagasta con un amigo común, que hizo las presentaciones. Estaba a punto de empezar la ACB y en cinco minutos, ocho a lo sumo, anticipó el entrenador los problemas con el juego interior por la lesión de Nzosa, admitió un probable error en el fichaje de Jeremiah Hill –“es bueno, pero a esa velocidad…”–, expresó su temor ante una posible fuga de Evans, “que se puede cansar de perder” y mostró su inquebrantable fe en el trabajo para sostener, otro año más, el baloncesto de élite en Sevilla.

Los vaivenes de la profesión lo ponen a uno en lugares en los que nunca imaginó estar. Por ejemplo, en mi caso, en la cobertura de todas las ruedas de prensa, pre y post partido, de Luis Casimiro. Con un conocimiento entre limitadísimo y nulo del llamado deporte de la canasta, más o menos como el plenipotenciario designado por Ángel Haro –así le luce el pelo–, sí sé apreciar la naturalidad con la que el profesional encara el cúmulo de desgracias en que se ha convertido esta temporada de pesadilla y su esfuerzo titánico para que la plantilla no se abandone a la fatalidad. Lo mejor que tiene el Betis son sus entrenadores: el Ingeniero del fútbol es un crack, de acuerdo, pero el quijote del baloncesto es un santo milagrero.