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Los 50.000

Antonio Félix
Antonio Félix
20/06/2018

¿Cómo rayos explicarse el ser del Betis? Veamos. Platón. El mito de la caverna. Lo trasfiguramos: hace unos 2500 años, un grupo de aficionados béticos permanece encerrado en una caverna, sujetos por grilletes que limitan sus movimientos; un muro bajo les impide divisar la entrada de la cueva y el fuego que hay entre medias; sobre ese muro se levanta un pasadizo por el que discurren animales y otros hombres portando objetos, cuyas sombras se reflejan en la pared que hay frente a los béticos. De ahí el mundo que conciben. Un día, sin embargo, alguien logra escapar de la cueva. Tras años en la penumbra, sus ojos son cegados por el sol, dolorosamente. Poco a poco consigue abrirlos y lo que ve le maravilla. Más allá de lo que dictan nuestros sentidos, el saber, el conocimiento otorga la verdadera felicidad, dice Platón. Pero cuando el bético regresa a la caverna y cuenta a sus compañeros su descubrimiento, unos (incrédulos) le tachan de farsante, otros (jerarcas) de traidor, y todos le afean que, sea como fuera, justo en este momento se dedique a desestabilizar al Betis.

No creo que hoy sean pocos los béticos que echan un vistazo fuera de la caverna y advierten  señales para el desasosiego: Fabián dice ciao y a no ser que Setién convierta a otros cuatro canteranos en estrellas, la plantilla parece aún claramente insuficiente para encarar una temporada con tres competiciones, el hecho de "no tener liquidez" para firmar a jugadores medianos como David López o Merino resulta inquietante, y todo lo demás fuera del primer equipo de fútbol es como para arrancarse la piel a tiras, empezando por un baloncesto donde las cosas se han hecho tan, tan bien, que el presidente y sus felones consideran que sobra cualquier explicación al respecto. ¿Qué hacer ante esto? No tiene dudas el bético: va a la taquilla y compra su carnet. Regresa a la caverna. Pues en realidad todo aquello, Fabián, los fichajes, las cuentas, el baloncesto, le da igual. He aquí el verdadero ser del Betis.

Abundemos algo más. Platón, y antes Sócrates, su maestro, "el más sabio entre los sabios, el más justo entre los justos" y el hombre que exhaló el mejor epitafio que han visto los tiempos ("Critón, le debemos un gallo a Esculapio; págaselo pues, no lo descuides"), recondujeron el pensamiento con un método de conocimiento que ha hecho fortuna hasta hoy: el método inductivo. Se trata, al fin, de observar y experimentar antes y extraer conclusiones, después. Hasta entonces se operaba exactamente al revés. Un señor daba su explicación de toda la existencia, que los primeros filósofos eran así, muy bravos ellos, y a partir de aquello deducía el resto, desde la esencia del ser hasta el arroz caldoso. Así, Heráclito sostenía que todo era formado del fuego, Anaxímenes del aire, Tales del agua. Es decir, puro Betis.

Ahora que la hinchada renueva compulsivamente sus carnés, con un ritmo que hace pensar que se rebasarán los 50.000 abonados (dos pueblos otra vez por encima del campeonísimo Sevilla), alguien podría caer en el error de pensar que es producto del éxito de la temporada, de la vuelta a Europa, de la gracia de ver jugar a Joaquín, a Júnior o a quien venga por Fabián. Pero es fácil demostrar lo contrario, pues durante todos estos años, donde el desconsuelo alcanzó cotas difícilmente superables, rapiñado por los más sucios delincuentes, con el equipo sorteando descensos con tuercebotas de todo pelaje, el beticismo respondió igual. Sócrates y Platón, o sea, le importan un carajo. El Betis es su agua, su aire, su fuego. Ése es su increíble ser. Ésa su condena. Pues, en realidad, Platón dice la verdad, y el pueblo que evita su discernimiento queda abocado a la postración, a la tiranía, a la tragedia que tanto ha acompañado al Betis, y tanto tras sus épocas de esplendor. Un hecho asumido prácticamente como natural, incomprensible para la inagotable estirpe verdiblanca, ignorante, felizmente embobada frente a las sombras que se suceden en la pared de una caverna.