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Creí que era dios

Antonio Félix
Antonio Félix
28/10/2020

En una sobremesa, hace años, le pregunté a Juande Ramos sobre las complicaciones de dirigir al Sevilla. "¿Estás en serio?", me respondió. "Mira, yo le digo a Daniel Alves que tire un desmarque de 30 metros, a Renato que se la ponga al pie y a Luis Fabiano que remate el centro, y van los tíos y lo hacen. Complicaciones son las que tenía en Segunda B con futbolistas que no eran capaces de dar tres pases". Tiempo después, leí una entrevista con Ettore Messina, el gran entrenador de baloncesto. “¿Ganar partidos nosotros? Bastante hacemos con no perderlos". Yo creo que, en estas dos cosas, está todo lo que hay que saber sobre un entrenador.

No me malinterpreten: no pretendo minusvalorar una figura esencial en el comportamiento de un equipo, pero sí reconsiderar la condición áurea, todopoderosa, que le otorgan algunos. Al, tal vez, entrenador más importante hoy en el mundo del fútbol, Jurgen Klopp, le atribuyen esta sentencia: “Los buenos jugadores pueden resistir a los malos técnicos, pero nunca al revés”. Veo entrenadores que sacan el 200 por ciento del rendimiento de un futbolista. Veo a muchos otros que, pese a lo fantásticos que creen ser, se declaran incapaces con los paquetes que han puesto en sus manos. Y en éstas estamos con don Manuel Pellegrini.

En esencia, el Betis, que acabó el 15 el pasado campeonato, consideró que lo único que había que cambiar en el club era al entrenador. También trajo un director deportivo, pero esto era una consecuencia colateral, impuesta por el mismo Pellegrini para firmar con su amigo, y pese a conocer que su trabajo iba a resultar insignificante ya que no había dinero para fichar. El tema, pues, es que el Betis consideró que un entrenador de la categoría de Pellegrini sería suficiente para que los jugadores del 15 despegaran como aviones y que el señor Pellegrini consideró que un entrenador de su valor, pues igual. No llevamos ni un cuarto de Liga, y, como de costumbre, el etéreo deseo del Betis se ha dado de bruces con la testaruda realidad.

De momento, con Pellegrini nos encontramos con lo mismo que sin él, es decir, con un equipo de mucho menos vuelo que el que se le supone, un equipo que por momentos juega bonito, que en ocasiones da hasta muestras de autoridad, pero que a la mínima se diluye con la voluntad de un azucarillo. Con Pellegrini nos encontramos con que ningún jugador está rindiendo por encima de lo que venía haciendo y que, al contrario, varios han bajado alarmantemente su nivel (Fekir, Carvalho…) y algunos mantienen su lamentable estado (Borja Iglesias). Con Pellegrini nos encontramos con ciertos caprichos que a nadie más se consentirían, de no haber sido ungido con un aura de intocable. Y he aquí que el sabio chileno nos ha de convencer de que Sanabria es el gran delantero para la elite que aún no ha vislumbrado el fútbol, a pesar de que el muchacho no haya marcado ni una decena de goles en los cuatro últimos cursos, contando el actual, en el que suma la redonda cifra de cero. Con Pellegrini, finalmente, nos encontramos con un entrenador dotado de un poder omnímodo, capaz de imponer su criterio para impedir ventas, como la del propio Sanabria, sobre la necesidad de un club declarado en ruina y obligado ahora a despedir trabajadores y tocarle el bolsillo a sus propios futbolistas.

Resulta evidente que para entregarle ese dominio total y absoluto, los patrones del Betis creyeron, como en la novela de Auster, que Pellegrini era dios. Y como que no.