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Daño reparado

Antonio Félix
Antonio Félix
13/01/2021

Hace unos días, delante de un juez, el (probablemente) segundo tío más funesto, desagradable y ratero que ha pasado por el Betis en las últimas décadas se reconoció culpable de los delitos cometidos durante su mandato en el club de Heliópolis. Luis Oliver Albesa, de oficio sepultador, vino a decir que sí, que en el verano de 2010 desvió 345.000 euros del Betis a una empresa instrumental como supuesta mediadora en el traspaso de Mehmet Aurelio al Besiktas. También dijo que sí, que por entonces también desvió 590.000 euros a otra empresa que tal por tal en la venta del delantero Sergio García al Zaragoza. A Oliver, la Fiscalía y la acusación de Béticos por el Villamarín lo tenían trincado, pero que bien. En el curso de las investigaciones, se le llegó a escuchar dando indicaciones a sus testaferros sobre el modo de operar esquivando el acecho de la policía. Además de por las comisiones de los traspasos, a Oliver le habían descubierto un pago de 146.200 euros a otra empresa amiga por servicios de asesoramiento al Betis de los que no había ni rastro, y otro más de 27.000 a cierta sociedad por el mantenimiento de unas instalaciones en las que no cambió ni una mísera bombilla. A Oliver y su cuadrilla, alguno de los cuales había cantado la Traviata ante el juez, le pedían cinco años de cárcel. Oliver se reconoció culpable. Oliver no pisará la prisión ni devolverá un solo céntimo al Betis.

Esto ya fue dicho, pero no queda de más repetir que, en aquel 2010, el mortecino Betis le importaba un inconmensurable carajo a don Ángel Haro y don José Miguel López Catalán. Es evidente que ni se enteraban de nada, ni ganas que tendrían de enterarse. Aún quedaban cinco años para que los salvadores aparecieran repentina y benditamente en el universo verdiblanco. En 2016 se hicieron con el poder. Unos meses después, pagaban casi 9 millones de euros a Lopera y 7 a Oliver por unas acciones que estaban en litigio. Lo vendieron como el logro de la ansiada "paz social", aunque para entonces tanto Lopera como Oliver suponían ya poco más que dos cadáveres andantes en la vida del Betis. Llamaron mucho la atención las cantidades de aquel miserable acuerdo. Menos lo hizo la letra pequeña del pacto, en virtud del cual el Betis, en boca de sus nuevos regentes, se decía totalmente resarcido de cualquier daño, se retiraba de las acusaciones que se mantenían contra Lopera y Oliver y renunciaba a interponer cualquier otra querella en el futuro.

Este enero era el mes fijado para emprender el juicio contra Oliver y su panda. Los delitos resultaban evidentes para la Fiscalía, pero también lo era que el Betis había reconocido que todo estaba en orden con el señor acusado. ¿Cómo sostener que te han esquilmado cuando el perjudicado proclama que no se le debe nada? De ese callejón sin salida emergió Oliver reconociendo a pleno pulmón sus delitos, con 7 millones ingresados en su cuenta y pactando una pena de cárcel de 10 meses que no conllevará su ingreso en prisión por (sorprendentemente) carecer aún de antecedentes penales. Le salvó un eufemismo firmado por el señor Haro: la reparación del daño.

Y he aquí el final de otra historia larga, compleja y ciertamente indigesta en el novelón del Betis. A algunos esto le parecerán batallitas de viejo. Tal vez lo sean. Pero si se atiende bien, a mí me parece que se descubrirán intensos matices que explican por qué el Betis sigue estando hoy día tan lejos de ser considerado un club serio, decente, honorable, respetado.