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Liliput

Antonio Félix
Antonio Félix
02/12/2021

En el mundo de Liliput, el Betis canta, baila y salta sin parar. En el mundo de Liliput, el Betis es el mejor. Sucede que las fronteras de Liliput son extensas, en la Liga y en Europa, y en ese paraíso el Betis alienta las mayores gestas. No hay freno a la felicidad bética en el reino de los enanitos. Pero las fronteras, incluso éstas, se acaban, y fuera de Liliput hace mucho frío. Fuera de Liliput aguardan gigantes despiadados empeñados en despertar al buen Betis de sus más dulces ensoñaciones. Este ciclo se repite sin cesar, un eterno retorno de alegría, desenfreno, tortazo y regresar, alegría, desenfreno, tortazo y regresar… Una rutina que, sin embargo, no mengua la emoción de las primeras fases, la esperanza de que, esta vez sí, el Betis seguirá arrasando con su fértil y bello fútbol más allá de los límites de Liliput. En ésas, de nuevo, estamos.

El estado de felicidad se ha instalado otra vez en el Betis, una vez devuelto a su frugal  tierra. No hay que regatear ahí alabanzas al equipo de Manuel Pellegrini, ningún mérito hay que restar a su desempeño ante los menores. En tales circunstancias, el Betis es un adversario impío que apenas concede opción. En los lugares donde otros se relajan y regalan puntos, el Betis acomete con la atrocidad de un ciclón. Elche, Ferencvaros, Levante y Alicante son los últimos en dar fe de ello. Tal ímpetu tiene su premio. En virtud de su inmaculada estadística frente a los débiles, el equipo es quinto en la Liga, y sigue adelante sin problemas en la Copa y la Europa League. Sin duda, se ha convertido en un rival temible, con un fútbol coral y armónico, con mucha tromba de ataque, un jugador imparable como Fekir y un genio a los mandos cual Pellegrini, capaz de convertir al desdichado Juanmi en la reencarnación de Paolo Rossi. La cosa es para emocionarse.

Pero pasa que, de nuevo, hay que salir de Liliput. Y no es un viaje corto: Barcelona, turismo en Glasgow, Real Sociedad, Athletic. En enero concluirá la cosa con el Celta y el Rayo, dos con los pasaportes cambiados de Liliput. No sería un calendario para echarse a temblar si no fuera porque el Betis, esta temporada, no le ha ganado a nadie decente. Fresco está aún el recuerdo de las palizas del Atleti, el Bayer y el Sevilla. Antes, también le calentaron el Real Madrid y el Villarreal. Lo más que puede celebrar este curso, frente a rivales de tronío, es un empate en casa con el Leverkusen y un triunfo ante el demacrado Valencia. Un bagaje muy corto como para echar las campanas al vuelo tras la última algarada con los chiquitines. La emoción, en cualquier caso, sigue ahí. Las expectativas vuelven a dispararse. En el fútbol, la razón y la memoria son aves fugaces. Nada, desde luego que haga temer que el Betis no vaya a abatir gigantes en su nueva aventura lejos de su leve reino.