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"La bronca es monumental"

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
17/03/2023

Siempre me hacía gracia escuchar la frase "la bronca es monumental". Solía repetirla Sánchez Araujo, el célebre maestro Araujo de Radio Sevilla. Era cuando la bronca del personal se producía en los estadios donde Sevilla FC y Real Betis jugaban a domicilio. Ni que decir tiene que esto de "la bronca es monumental" era causada en un 99,9% de las veces por el árbitro de turno. Ya saben cómo era todo antes. Un fuera de juego pitado vilmente. Una mano clara en el área no sancionada como penalti. Una entrada mercenaria sin su correspondiente tarjeta roja…

El público se encabritaba de lo lindo. Por el micrófono ambiente de la radio se escuchaba la tremenda bronca de fondo (a través del maestro Araujo me gustaba imaginar lo que estaba pasando en aquella caldera en ebullición). La afición local creía con total certeza que el árbitro, siempre bajo sospecha, estaba perjudicando a su equipo por manía o por maquiavélicos intereses nunca –hasta hoy– demostrados. Por eso era divertido escuchar lo de la "la bronca es monumental". A veces se añadía otro clásico entre los locutores deportivos: "¡Arrecia la bronca!". Eran, en fin, las broncas y patuleas de antes en los estadios. Uno las echa hoy de menos. ¿Se acuerdan por ejemplo de las famosas pañoladas? Yo sí. La bronca con pañuelos podía ocurrir en cualquier campo de España (de Castalia a El Sadar, de Balaídos al Salto del Caballo en Toledo). Pero tal vez fuera el Luis Casanova de Valencia el estadio por antonomasia donde los humores se conjuraban especialmente para la bronca y la subsiguiente coreografía de pañuelos. Era hasta bonito contemplar luego en Estudio Estadio aquella especie de nevada de la ira.

Hoy todo ha cambiado. La estética de la bronca en los estadios es otra. Entre otras cosas porque, ahora que caigo, nadie o casi nadie usa ya pañuelo de tela para nada (otra cosa son los kleenex o los pañuelos de fantasía para el bolsillo de la chaqueta). Incluso hoy por hoy en los campos de fútbol los 'speakers' a sueldo por los clubes se dedican a lanzar mensajes que intentan atajar todo conato de improperio (en los videomarcadores con pantalla LED se leen también consignas llamando a animar a tu equipo y a no insultar).

Bueno, ¿y esto a qué viene? Voy a ello. Me he acordado de la bronca al modo añejo para compararla con el tipo de bronca que ahora atraviesa el fútbol español. La de antes estallaba en clave analógica, conforme los tiempos de otrora. La de ahora es más mediática y, a la vez, más difusa y variable. Vivimos unos días de cabreo y estupefacción en el fútbol nacional, todo ello potenciado por las redes cloacales (quiero decir las redes sociales). He aquí el clima de la cosa.

Primero fue Vinicius, con su ostentación ante árbitros y rivales y sus hiperbólicos bailecitos que yo, francamente, encuentro irritantes (sea el color de su piel negro, blanco o rosa flúor). Después vino el gatillazo del VAR en el partido Cádiz-Elche y, de seguido, el polémico trazado de las líneas en un fuera de juego de un Osasuna-Celta o del Villarreal-Betis. De mitad de la tabla hacia el suelo del abismo (quiere decirse donde habita el Elche), hay un porrón de equipos nerviosos, todos ellos malhumorados, que se hallan separados por escasísimos puntos (están aterrados porque no deja de decirse una y otra vez que este año la salvación va a estar más cara que nunca, mucho más allá de los icónicos cuarenta puntos). De entre los equipos más atacados por la bronca y los nervios, el Cádiz, el alegre y hedonista Cádiz, es uno de ellos. Creen por allí que son víctimas de un contubernio arbitral (de sufrir el error del VAR contra el Elche los amarillos han pasado a ser sancionados severamente tras el partido a cara de perro que disputaron contra el Getafe). Por su parte, el Valencia CF vive en modo Valencia CF (o sea, en su natural irritación de siempre). Y el Sevilla FC, acostumbrado a las mieles de la tabla en el siglo XXI, anda sumido entre el miedo de sus aficionados al segundazo y la bronca institucional entre un sujeto grisáceo y un ex presidiario.

Claro está que el cabreo de las aficiones ha existido siempre (al menos desde que yo iba al fútbol siendo niño). Pero ahora, en la era de la tecnocracia y de sus mil y un chirimbolos, el VAR nos está encabritando de una manera nunca antes conocida. Antes del VAR, el error humano nos daba la coartada perfecta para soltar todos los demonios y culebras que uno llevaba dentro: el árbitro, obviamente, era un hijo de perra. Pero ahora, el VAR nos fastidia especialmente. No es que esté cambiando el fútbol tal y como lo hemos conocido, lo que ya indigna. Es que pretende hacernos cambiar a nosotros respecto a los códigos y rituales del propio fútbol.

No se arbitra ya, se rearbrita a través de la tecnología. Y aún así existen fallos garrafales en las decisiones. No sabe uno si lo que falla es la máquina supuestamente perfecta o el sujeto que la manipula con impericia o con solapada artería (te queremos Jaime Latre). Y todo lo que era sólido (como el título del ensayo de Antonio Muñoz Molina), ahora resulta ser o líquido o gaseoso o las dos cosas. Volvemos a la maldita cuestión de no saber cuándo es mano y cuándo no dentro del área. O cómo deben trazarse las líneas del fuera de juego para que el efecto óptico y la perspectiva no nos hagan enfadar al borde del ictus. ¿Y eso de anular un gol porque hubo una falta anterior, la cual se le pasó al árbitro, y que se halla en el origen de dicho gol tras quinientos pases y mil vicisitudes posteriores? En el césped quien parece mandar es el árbitro. Pero la potestad la tiene el inquilino que habita la sala VOR en Las Rozas.

Para colmo de enfados, el escándalo del 'Barçagate' ha llegado para quedarse largo tiempo. Vuelvo a la estética de la bronca. De la pañolada clásica del mundo de ayer se ha pasado a la lluvia de billetes. Ocurrió, como ya saben, en San Mamés, en el último Athletic Club-FC Barcelona. El personal arrojó billetes desde la grada con el escudo del Barça y el símbolo del dólar para protestar por los pagos que el club del victimismo eterno, como está demostrado, realizó al número dos de los árbitros durante años y con cuatro presidentes distintos. San Mamés entonó la oda "A Segunda oé", pidiendo que el Barça sea descendido ya por apaños subrepticios y tejemanejes. Como hoy todo el mundo recuerda, la Juventus de la familia Agnelli fue descendida a la Serie B y desposeída de dos títulos de liga en el famoso 'Calciopolis-Moggigate' de 2006 (uno, en cambio, no recordaba que Fiorentina, Milán y Lazio también sufrieron fuertes sanciones).

 A quienes echamos de menos las viejas pañoladas en los estadios, nos queda el consuelo de esperar a ver cómo se recibe al FC Barcelona cuando éste visite los distintos campos de España. Desde otro prisma, va a ser verdad que el equipo más victimista de la historia es lo que dice ser: 'mès que un club'. Comparto lo que sugiere Mikel Lejarza en ‘Diario de Sevilla’. El 'Barçagate' girará con el tiempo a una suerte de "procès" futbolístico. A los culpables de los tejemanejes, en caso de futuribles condenas, les será reducida la pena. Y la amenaza de hacer descender al club a los abismos quedará en amago. Sin el Barça (o sea, sin el aburridísimo y sempiterno dueto con el Real Madrid), la Liga se deprecia y no factura. Por eso, qué menos que ejercer el derecho a la bronca en los estadios que visite el Barça. Y que le den a los ‘speakers’ cuando intenten frenarnos en la furia.