Desilusión

Antonio Félix
Antonio Félix
29/06/2022

Es difícil decir cuál fue el momento exacto en el que todo cambió. Pero, desde luego, las cosas antes no funcionaban así. Ni de coña. El verano, en aquellos tiempos, era una época de desenfreno, en la que los fichajes se sucedían aquí y allá, sin tregua ni respiro, pues tonto era el último que quedaba a la hora de comprar. La cosa era que, durante el ardiente estío, el hincha hervía con lo que estaba llegando y andaba por llegar, en un hermoso frenesí que ponía al personal ya a mil cuando, en la pretemporada, la pelota comenzaba a rodar. ¡Ay de aquél que llegaba a los entrenamientos sin el trabajo bien hecho! El director deportivo que presentaba entonces una plantilla incompleta era un fracasado al que el mismo entrenador mandaba empalar. Es difícil decir cuándo comenzó a cambiar el tema y entender que lo haya hecho de forma tan drástica. Al punto de que apenas existan ya equipos que, durante este periodo crucial de fichajes, no opten por una táctica, extraña y universalmente adoptada: desilusionar.

¿Qué es lo que ha pasado? ¿Cómo hemos llegado a naturalizar este horrible sopor? Uno echa un vistazo por el resto de deportes, y lo que sigue imperando es el viejo estilo. Vean, si no, el aluvión de fichajes de los equipos europeos de baloncesto de cara a unas competiciones que no arrancarán hasta… septiembre. Los que tardan ahí son los tiesos, que en el riquísimo, enfebrecido e inflaccionado fútbol parecen ser casi todos. Resulta evidente que el sistema ha colapsado, y probablemente una buena causa haya que buscarla en ese modernísimo y estúpido dogma de vivir a crédito, por encima de las mejores de tus posibilidades, que el fútbol ha llevado a un extremo delirante. Ni siquiera los clubes más ejemplares, aquéllos cuyo modelo de negocio se estudia en las universidades, han sido capaces de escapar a tal fiebre y evitar ahora su factura. El Sevilla, un suponer.

En el precioso acto anual con los fieles de Nervión, el director deportivo Monchi pidió al personal "paciencia" con un proyecto que no quedaría bonito "este septiembre" sino "en junio" del 23. Restan unos días para que arranque la pretemporada. El Sevilla viene de un final de curso descorazonador, donde el equipo, sencillamente, se arrastró como pudo hacia la meta. Su columna vertebral está seriamente envejecida, con futbolistas que cayeron como moscas en todo tipo de lesiones. Los retos, sin embargo, que afronta siguen siendo mayúsculos, con la participación en la Champions a la cabeza. Y, sin embargo, no ha realizado aún ni un solo fichaje. Por el contrario, ha vendido a uno de sus pilares fundamentales, el colosal Diego Carlos. Lo que Monchi pidió a la plebe, o sea, fue un asombroso acto de fe para enfrentar a la proclamada desilusión.

Lo curioso es que el mensaje cale. Porque, ¿qué creen? ¿Que hay una tormenta de piedra y fuego sobre Nervión? Qué va. De hecho no se escucha un atisbo de crítica. Y esto es por un nuevo milagro acaecido entre hinchas y periodistas: de un tiempo a esta parte, todos nos hemos vuelto economistas. Este mismo maravilloso y sacrílego portal es buen ejemplo.. Durante las últimas semanas, no han dejado de aparecer noticias sobre las bondades que, realmente, acompañaron al traspaso de Diego Carlos, explicadas con prolijos fundamentos macroeconómicos que van desde el colapso del zoco al valor real de la mercancía (inversamente proporcional al que se proclamaba cuando vestía tu camiseta). De momento vamos por que es una venta brillante. Dennos unas semanas más, y les convenceremos de que ha sido la operación del siglo.

El dogma, pues, cala. Cualquier cosa vale para que los clubes escondan la realidad y eviten la desdicha de reconocer errores. Uno muy, muy grosero obligó al traspaso del magnífico Diego Carlos por un dinero ciertamente menor que, al parecer, no da para tapar ni la mitad del agujero. Sorprende que la peña, ávida lectora siempre de Marx, Smith, Krugman y Stiglitz, anteponga lo económico a lo deportivo, psicológico, táctico y sentimental, puntos de vista desde los cuales, indiscutiblemente, una pérdida así resulta catastrófica. Más todavía sin un relevo de garantías. Lo más cercano es un tal Marcao que abofetea a sus compañeros (la cosa promete), al cual probablemente nos acaben presentando como el nuevo premio Nobel de la paz. Porque en el fútbol ya cuela todo. Al punto de que antes nos escandalizaba llegar a la pretemporada con el equipo en bragas, y ahora lo hace que no aguantemos para fichar hasta la segunda jornada.