Sin tocar

Antonio Félix
Antonio Félix
21/09/2022

En la primera parada en boxes del curso, el Sevilla ha decidido dejar pasar el tiempo. Sabia decisión. Desde bien entrada la pasada temporada, todo lo que no ha sido quedarse quietecito ha acabado en desastre. Así que el club se ha puesto en modo insecto palo con Lopetegui y lo demás. Aquí no pasa nada. Dentro de una semana tocará arrancar de nuevo con la esperanza, vana e ilógica, pero también emotiva y bonita, de que todo lo que ahora es un auténtico desastre mude en una hermosa geometría tras haberle aplicado la sencilla fórmula de sentarse a mirar.

El objetivo, indiscutido, sería llegar de cuerpo entero al próximo y largo estacionamiento de noviembre, frente al asqueroso Mundial de Qatar, para ya entonces, de una manera más reposada, tomar una decisión definitiva de cara a lo que resta. Se entiende que, por entonces, quedará bastante claro cuál es el objetivo esencial a lograr en el curso.  ¿Evitar como se pueda el descenso? ¿Conseguir una posición intermedia que garantice una sosa y, a la vez, sosegada temporada de transición (hacia dónde)? Ahora mismo, no parece que la cosa dé para opciones mucho más optimistas.

Al fondo de su quietud, se entiende que el Sevilla trabaja en dos cuestiones para definir ese objetivo. La primera es qué nivel real tiene la plantilla. La segunda es qué capacidad tiene el entrenador para sacarle el máximo rendimiento. Las respuestas a ambas preguntas es hoy tristona. La plantilla del Sevilla es vistosa y lamentable. Afinando, es lamentable en las dos zonas más importantes del juego: tu área y la del rival. El pasado año ya quedó en evidencia la flaqueza del equipo arriba, potenciada este curso con otro disparate más llamado Dolberg. Era previsible que, vistos los antecedentes recientes, Monchi no consiguiera traer a un delantero con medio gol. Lo que ha resultado toda una sorpresa es que fuera igual de incapaz para firmar a los defensas que relevarían a los colosales centrales que malvendió, Diego Carlos y Koundé, pilares de carga junto a Fernando y Bono del equipo que tan a duras penas alcanzara la orilla de la Champions gracias, fundamentalmente, a su condición de menos goleado.

De la futilidad del plantel sevillista da idea que Isco, lejísimos todavía de su mejor forma y con apenas cuatro florituras, se haya elevado ya a la categoría de ídolo, como la gran tabla de salvación a la que agarrarse en este océano de mediocridad. Él es la mejor noticia de la temporada junto a los jóvenes Carmona y Salas, fondo largo de la plantilla que, por primera vez y totalmente a la desesperada, Julen Lopetegui se ha visto obligado a explorar. El vasco sigue prácticamente sin el apoyo de nadie. No lo quiere el club ni lo quiere la hinchada. Apenas lo sostiene Monchi, a quien la destitución comprometería seriamente, y un dineral de cláusula de despido que se ahorraría si el equipo cayera al descenso, situación para nada descartable con apenas un punto de margen y las visitas en capilla de Atlético y Athletic.

Es muy probable que la tentación crematística sentencie a Julen en cuanto haya ocasión. Hay quien quiere ver brotes verdes en la última secuencia de tres partidos sin perder, pero ya hay que querer verlos. El equipo sigue instalado en lo agonístico, sin gran entereza y con futbolistas básicos desplomados. He ahí una de las grandes críticas internas a Lopetegui, al que se acusa de desnortar a una buena plantilla. Futbolistas de gran nivel, como Fernando, o de nivel, como Jordán, están absolutamente fundidos. Otros, como Rakitic o Delaney, parecen sencillamente acabados. A los fichajes, salvando a Isco, no se les saca nada. El clima, en general, se ha degradado, y se teme que, en cualquier momento, el equipo le haga la cama al entrenador. Casos como los de Montiel o, más recientemente, Telles son verdaderamente sospechosos al respecto.

Así que, sí, es un buen momento para sentarse y mirar.