Nunca te rindas

Antonio Félix
Antonio Félix
01/06/2023

La palabra lo es todo. La palabra, así honrada, transmite un legado eterno, un espíritu que trasciende al hombre en su perpetuo tránsito de generación en generación. Es lo que sucede en el Sevilla, donde pasan los jugadores, pasan los técnicos, pasan los nombres pero nada cambia. La Europa League se ha convertido en la competición que todos juegan para que siempre la gane el Sevilla, tal vez porque sea quien más la quiere, pero sobre todo porque es el que NUNCA SE RINDE. Tres palabras interiorizadas como en ningún otro lugar por el Sevilla, en las que se resume su historia de oro en Europa y que, desde luego, explican elevadas al paroxismo su último hito, sin duda uno de los más bellos por su condición de absolutamente inesperado.

Nadie en su sano juicio habría apostado por tamaña gloria tras una temporada tan terrible, que por momentos amenazó con una demolición absoluta. Pero sucede que en el Sevilla hay mucho loco de la cabeza. Gente que nunca se rinde. No se rindió Monchi para enmendar el desastre de planificación que había engolfado (evítense más paraditas de Iscos ante la foto de Maradona, por favor). No se rindió Pepe Castro, ese fabuloso antipresidente, para resistir otra tremenda embestida de los bárbaros que prosiguen el abordaje, No se rindió Mendilibar ante los miedos por pisar, tan a la vejez, tierra desconocida, ni lo hicieron Rakitic o Fernando cuando sintieron las acometidas del despiadado tiempo. No lo hizo Bono cuando perdió la titularidad, y ni siquiera Gudelj cuando perdió al hijo. No se rindió Navas, don Jesús Navas. Él nunca se rinde.

Todos juntos resistieron mil y una tempestades en una temporada escalofriante que, quién lo iba a decir, ha terminado en cuento de hadas. La final fue la historia del mundo, dividido desde que el hombre mutó del mono en dos corrientes antagónicas: el humanismo y quienes, como Hobbes, creen que el hombre es lobo para el hombre. Ningún Leviatán como José Mourinho, que en Budapest desplegó todo su catálogo de maldades, que ya es decir. ¿Antifútbol? No, amigos, a menos que la solidaridad, la fuerza, el trabajo atroz y la pillería, incluso la marrullería, sean consideradas ajenas a este arte. Cualidades con las que Mourinho compensa su descreencia del hombre, que en ningún momento escondió a sus jugadores. “Sois inferiores”, les dijo. Por eso tenéis que jugar así. Mourinho es un artista necesario en el circo de la vida que es el fútbol, de la misma manera que es necesario vencerle como ha de hacerse con la oscuridad. He ahí la última hazaña del Sevilla.

Los buenos también ganan a veces: es el mensaje que el Sevilla arrojó al mundo del fútbol en Budapest. Lo hizo de la mano de Mendilibar, esa némesis del mourinhismo convertido en la principal lección que habría de aprender el Sevilla esta temporada. Una vez pasen los fastos, ya habrá tiempo para reflexionar sobre todas las cosas que debe, y no son pocas, cambiar el equipo. El entrenador no es una de ellas. Mendilibar se ha ganado el derecho a reincidir, y a buen seguro que no habrá discusión alguna al respecto en el club, aparentemente curado al fin de ese tremendo virus de soberbia que le había deformado, al punto de olvidar sus esencias, confundir el plan y caer en brazos de fulanos del calado de Isco o Sampaoli. A Mendilibar le acompañó una vieja sensación: recordar quién eres, de dónde se viene. No son pocos los que han tendido puentes entre este Sevilla y aquél de Juande Ramos, y no sin razón. Equipos nobles, pétreos, directos y raciales, sin afeites ni zarandajas. Equipos que nunca se rinden. Honor eterno a ese Sevilla, el del séptimo cielo, el de la leyenda sin fin.