WFS, el congreso del fútbol que no nos gusta

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
22/09/2023

No sé cómo me habría sentido de haber asistido a los fastos del llamado World Football Summit (WFS). Esto es, la madre de todos los congresos sobre fútbol que se ha celebrado ahora en Fibes, en Sevilla Este, territorio en parte ignoto y conocido jocosamente como el Extremo Oriente sevillano (prueben a tomar una línea de Tussam hacia aquellos lares). Unos 2.000 asistentes, 135 expertos, 900 empresas, 350 clubes, 40 ligas y federaciones han asistido a este evento y espacio ‘networking’.

Sin anglicismos casi nada es relevante ni digno de atención en los medios. Entre un sinfín de actos, en el WFS se ha analizado la transformación de la industria del fútbol y los retos globales que afronta el deporte rey, como lo llamaría un nostálgico insumiso. El derecho a la pereza me lleva a ignorar estos debates del WFS. Al parecer, se ha hablado aquí, entre otros tediosos asuntos, de empoderamiento femenino, de encauzar talentos, de afrontar retos por el cambio climático, de transformar la humanidad a través del deporte, etc. Como ven, son motivos sobrados como para que une levante una ceja y decida reservarse el inalienable derecho a la pereza. Pero, ¿de qué me están hablando? ¿A qué fútbol se refiere esta gente?

Existe la brecha digital. Igual que existe la brecha por edadismo que discrimina a los viejos. Algo similar está ocurriendo en el fútbol. La brecha ya asoma sin disimulo. El fútbol siempre ha sido un negocio (y a menudo corrupto). Ha primado el dinero frente a la sentimentalidad pura (caso aparte, por ejemplo, de un Unión Berlín o un Saint Pauli o, en su caso extremo, de un Olympique de Marsella, sometido al hígado de sus ultras). Pero congresos mayestáticos como el WFS demuestran que la deriva que está tomando el fútbol moderno va por otro camino radicalmente distinto a como uno lo había concebido. Es el fútbol ficción. Es el fútbol hecho como por IA, algoritmos de producción y mercadotecnia. O sea, el fútbol devenido en excrecencia lúdica, como entretenimiento por vía Twitch o en plan Kings League, ese torneo de ‘streamers’ diseñado por Ibai Llanos y el inefable Gerard Piqué.

Johan Huizinga (cuyo nombre podría remitir a un extremo fino del AZ Alkmar holandés) ya acuñó en su día el término ‘Homo ludens’ para referirse a la importancia que el juego tiene en el ser humano (frente al ‘homo faber’ de Bergson o el ‘Homo sapiens’ de Carlos Linneo). Si uno piensa en el fútbol de hoy, rediseñado por las industrias del fútbol, verá que el aficionado que se está gestando va más allá de la categoría clásica del ‘Homo ludens’. Impera aquí y ahora el ser insatisfecho, necesitado de permanente entretenimiento. No concibe la contemplación, que es a lo que nos lleva disfrutar de un partido de fútbol. El aficionado que ha venido para quedarse exige participar. Igual que un visitante al Louvre no se queda en la observación deleitosa, sino que busca una experiencia inmersiva.

"Fútbol es fútbol". La cita viejuna de Vujadin Boskov, la que todo lo resumía en el mundo de ayer, ya no se estila. La brecha en el fútbol ha llegado. A un lado estamos los felizmente marginados. ¿Para cuándo un gran congreso para excluidos a voluntad?



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