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Avanti con la guaracha

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
19/08/2018

Llegó la hora de la verdad; la de saltar el trecho que separa el dicho del hecho. Las palabras a partir de ahora quedan atrás, y con ellas los buenos propósitos, las promesas, los planteamientos apriorísticos. Ahora se trata de comprobar la base que había para armarlos. Si la ilusión podía estar justificada o era precisamente sólo eso, una ilusión, vana y humeante; lo que viene siendo una milonga. También, claro, es el momento de corroborar el grado de razón que pudieran tener los agoreros, que en este país y, sobre todo, en esta ciudad, nunca faltan a la cita. Vallecas es el lugar para que la realidad empiece a imponerse a la ficción creada por el deseo y, aunque nada todavía podrá elevarse a definitivo, si es cierto que la cortina de la incertidumbre debe empezar a descorrerse, para que al fin veamos qué demonios hay detrás de este enigmático Sevilla 18/19. Es verdad que a la cita Vallecana llega envuelto en una neblina de azufre poco o nada esperanzadora. Los emisores de malos bajíos vienen ofreciendo desde hace semanas negativas previsiones de lo que este año pueda deparar el equipo de Nervión. Se aferran para ello al dislocado proceso seguido para la planificación de la plantilla, a las dudas transmitidas por algunos de los nuevos fichajes y la certeza de la pérdida que supondrá la marcha de algunos jugadores y la continuidad de otros; también a la imagen ultradefensiva, propia de equipo menor, ofrecida en el partido de la Supercopa contra el Barcelona y a alguna que otra inquietud suscitada en la ida de la previa contra el equipo lituano. Reconociendo que tales pretextos pueden servir para elaborar un discurso pesimista sobre el próximo proyecto del Sevilla, también es cierto que en lo que hasta ahora hemos podido entrever hay alguna que otra razón para la esperanza. De entrada, y a diferencia de lo ocurrido en las dos últimas campañas, el Sevilla esta vez sí tiene entrenador. Machín es un tipo con ideas futbolísticas bastante más potables que sus estrambóticos predecesores. Con él se ha acabado, esperemos que para siempre, ese fútbol infumable e inocuo de ‘venga p’atrás’ en el que se difuminó la intención -él la llamaba idea- del ‘protagonismo desmedido’ traída por el infausto y fraudulento Sampaoli. Machín además de eso creo que carece de prejuicios con respecto a sus pupilos, no creo que sea un masacrador de futbolistas, como el idolatrado Unai Emery, culpable absoluto de que en el Sevilla fracasaran, entre otros, Iago Aspas o Ciro Inmobile, a los que bien que se ha echado de menos estos últimos años de pertinaz sequía goleadora. El Sevilla tiene además al fin un portero de garantías y un cuadro razonablemente aceptable de peloteros que, con algún que otro refuerzo y bien acompasados, como espero que haga Machín, pueden ofrecer un rendimiento a la altura de las demandas de la exigente afición sevillista. Si a todo ello se uniese que el señor Castro dejara de decir tonterías sobre futbolistas que, haciendo ejercicio de su libertad, deciden irse a jugar en otro equipo, el Sevilla puede ofrecernos un año bastante más amable que el pasado. Soy, en fin, de los que ven la botella medio llena, tal vez porque comparto lo que decía Silvio de la vida, que en el fondo, deep inside, todo va bien. El caso es que a partir de hoy en Vallecas lo veremos. Así que, avanti con la guaracha.