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Creer en la mentira

Antonio Félix
Antonio Félix
14/11/2018

Reconozcámoslo: el Sevilla está ante una ocasión única. Pensaba en ello mientras me tiraba el otro día contemplando las andanzas de Gnagnon, Amadou y Sergi Gómez frente a un equipo turco, creo que era. Desde las carreras que se daba aquel tipo blancuzco, gorducho y machistón llamado Benny Hill persiguiendo nalgas o palmoteando al salido viejecillo calvorota no había visto nada tan divertido como la velocidad supersónica de Amadou, la estampida de Gnagnon o el ridículo atropello de Gómez, ese central con el que se está cometiendo la injusticia del siglo ante la obstinación de Luis Enrique por no llevarlo a la Selección, ¿verdad don Joaquín? La broma estuvo a punto de costarle un serio disgusto al Sevilla, ni más ni menos que dejarle con pie y medio fuera de Europa, pero el caso es que, una vez más, logró salvarse sobre la campana. Casualmente, otra vez fue uno de los buenos quien le rescató, esta vez el Mudo Vázquez. Uno de los buenos que ve todo el mundo, o que al menos ahora ve todo el mundo. Y ésta es la cuestión principalísima que se cierne sobre el Sevilla para aprovechar la tremenda oportunidad que, de manera absolutamente inopinada, se le ha puesto por delante esta temporada.

El asunto, nos explicamos, es si en el propio club se creen sus mentiras y están dispuestos a cargar con ellas con todas sus consecuencias o si, por el contrario, son conscientes de sus cagadas y, pese a no reconocerlas en público, que faltaría más, consideran adecuado enmendarlas en el mercado de invierno, como debidamente convendría. Ya causa un pavorcito tener que confiar tu suerte en ese mercado que dicen tan complicado a unos señores, don Joaquín Caparrós y sus preparados Marchena, Gallardo y compañía, que hace unos meses tiraron a la basura casi 100 millones de euros en calamidades de la talla de Mesa, Amadou, Quincy Promes o el citado y aún no bien ponderado Joris Gnagnon, para quien el propio Marchena pidió tiempo ante la difícil adaptación que conlleva la llegada desde un campeonato tan distinto, lejano y complejo como el francés. Una pena porque se ve que al lado, tanto desde Suiza como desde Italia, salen ya tan adaptaditos desde el primer día al Sevilla como si se hubieran criado en la carretera de Utrera.

Vaclik y André Silva, claro, son motivos para creer en la competencia de la novel dirección deportiva sevillista. Dos aciertos de sombrerazo. Un portero al que vieron tanto nivel que no le ficharon un relevo de cierta garantía y un delantero que era la quinta opción por detrás de gente como Batshuayi, ahora relegado en el Valencia, o Mariano, ahora relegado en el Madrid. El asunto, o sea, es absolutamente controvertido. Quienes quieren creer en la maña de la dirección deportiva presentan tantos argumentos como quienes quieren dudar, y viceversa. He ahí la expectación que se contempla ante los próximos movimientos de Caparrós, que se aventuran absolutamente trascendentes para la suerte del Sevilla ante una oportunidad de época. Una oportunidad que se ha presentado por sorpresa para un Sevilla que, ni de lejos, hubiera sido invocado entre los mejores equipos que ha parido Nervión en las últimas décadas. Pero como el fútbol tiene razones que la razón no entiende, ahí está ese Sevilla, segundo en la Liga, vivo en Europa, recuperando una fe con la que ha movido montañas y exhibiendo una pegada realmente demoledora. Un aspirante discutible que puede convertirse en un aspirante aterrador si Caparrós y su banda encuentran el cemento y la metralla necesaria para completar el equipo en lugar de empeñarse contra viento y marea en mantener sus hilarantes patrañas.