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Opinión de Antonio Félix: 'Calienta Caparrós'

Antonio Félix
Antonio Félix
21/02/2019

Poco a poco, pero indefectiblemente, se acerca el desenlace presentido de la intensa tragedia griega que supone la temporada del Sevilla, con sus dioses y con sus hombres en pertinaz batalla frente a un destino aún tan incierto, y con un interrogante asolando sobre todos, pues precisamente afecta a la mayor deidad que hoy ronda por Nervión. ¿Será, pues, éste el final del mito de don Joaquín Caparrós?

Los motivos para adorar a Caparrós son prolijos, vienen de largo y han sido narrados como nadie por Pepe Lobo, desde su genial corresponsalía en Santiponce, en los probablemente mejores relatos de deporte escritos en este santo país en los últimos cincuenta años. O cien. O sea, que hasta desde el punto de vista literario hay que dar las gracias a Caparrós. Y ese era el plan. Hay que recordar que don Joaquín volvió al Sevilla el curso pasado aprovechando un frenético estado de emergencia, con el equipo despeñándose en caída libre y el Betis amenazando con asestar la estocada mortal. Sin grandes alharacas, Caparrós al menos frenó el golpe. Para el recuerdo queda su desmesurada celebración del empate final con el Betis, rival al que el Sevilla casi doblaba el presupuesto. Pero así estaban las cosas y así regresó Caparrós a casa. El plan, lo dicho, era agradecerle servicios y dejarlo por ahí, sin mucha molestia para ambos. Era un buen plan, pues ya sabe que lo peor que se puede hacer con los mitos es exponerlos. Las cosas, sin embargo, salieron de otro modo.

Echando la vista atrás, sorprende cómo todo y desde el primer momento se le fue torciendo al Sevilla este año. La negativa de varios secretarios técnicos a fichar obligó al club a cambiar el paso y apostar por Caparrós. Desde ahí pasó lo que tenía que pasar: el de Utrera se rodeó de toda su peña. Toda su peña tenía menos experiencia aún que él en el tema. Los fichajes fueron un dolor. Tras tirar 100 millones en refuerzos, quedó un equipo tan lamentable que incluso jugadores defenestrados como Ben Yedder encontraron su oportunidad. Por ahí respiró el Sevilla, pese a que le costara una hernia a su entrenador, al que no dolieron prendas para humillar al francés (Supercopa) con motivo de recalcar que no creía en él, que lo que quería era delanteros fuertes para el juego directo y que, para quedarse con Ben Yedder, prefería pagar 20 millones al Girona y traerse a un tal Portu. Lo que sucedió después ya lo sabemos: salvo Messi, nadie ha marcado más goles esta temporada que el maravilloso crack francés, de quien el Sevilla ha pasado a depender casi enfermizamente.

Lo cual habla tanto de la grandeza de Ben Yedder como de la esclerosis del juego del Sevilla. Tras unos inicios aplaudidos, en los que se alabó su templanza con un plantel tan limitado, Machín el soriano ha caído en desgracia. La rajoniana táctica del insecto palo ante los tremendos problemas que acucian al equipo no ha surtido ningún efecto. Al contrario, parece haber acentuado el desplome. Lejos de apaciguar los ánimos, el pase en Europa frente a un patético Lazio no hizo sino intensificar las alarmas. El Sevilla, sencillamente, se ha fundido. Antes le vapuleaban los grandes. Ahora le vapulean casi todos. Muchos dan a Machín por acabado, y no es para menos. Es la viva imagen del apodo con que le han cargado: el resucitador.

Evidentemente, el margen para seguir cayendo es escaso y la solución evidente: don Joaquín Caparrós. Será entonces cuando la gran tragedia griega alcance su cénit, y todos asistamos con inusitada expectación al apoteósico desenlace: el derrumbe o el auge de un dios. Nosotros, simples mortales, sólo hemos advertido hasta ahora su inutilidad. Pero él insiste en los jugadorazos que ha firmado, en el equiporro que ha dispuesto. Justo es, pues, que acabe liderándolo, iluminando nuestra pobre mirada y renovando los motivos para adorarle que de tan largo vienen y que como nadie, y por los siglos de los siglos, ha narrado Pepe Lobo.