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Elogio de la mediocridad

Antonio Félix
Antonio Félix
13/11/2019

Del derbi se han dicho ya muchas cosas, pero poco esto: ganó un Sevilla muy malo. Probablemente el Sevilla más pobre de la temporada. La imagen icónica del derbi bien podría ser la del Sevilla, a diez minutos todavía del final, llevando jugadas al córner para perder el mayor tiempo posible. Un Sevilla que apenas si había chutado tres veces a puerta, que agradecía ciertas amabilidades arbitrales y al que su entrenador, Lopetegui, le metía cambios a cual más defensivo. Lo dicho, un Sevilla abrumadoramente vulgar. Sobra decir que todo esto no pudo hacer más feliz al aficionado blanco, pues probablemente hubiera mejores maneras de ganar para el Sevilla, pero ninguna peor de perder para el Betis.

El derbi, pues, subrayó un rasgo esencialísimo de este Sevilla, que la temporada ya había venido advirtiendo con su desarrollo en los grandes partidos que, hasta ahora, había tenido que afrontar, frente al Madrid, el Barça, el Valencia y el Atlético. Nos referimos a la mediocridad. Probablemente muchos de ustedes se hayan echado las manos a la cabeza ante lo que consideren un agravio al cuarto clasificado de la Liga. Pero nada más lejos de la realidad. La mediocridad es un concepto penosamente denostado, al que merece poner en valor. Bien entendida, la mediocridad conduce a cierta templanza, a una exacta sabiduría sobre tus vicios y virtudes que induce a manejarlos con absoluta justicia. Cuando esto sucede, puede llegarse al caso de que la mediocridad produzca auténticas obras de arte, como sucedió con el Bartleby de Melville. La más pura mediocridad es lo que anhelaba Viggo Mortensen en aquella joya que grabó Cronenberg. Tal es el camino que transita este Sevilla.

Decir que el Sevilla es mediocre no es ninguna afrenta, sino un hecho. Piensen por un momento en los jugadores que maneja, y piensen ahora en cuáles de ellos recordará como leyendas en un futuro. No hay ni uno con pinta de acercarse al mausoleo de los Kanouté, Alves y Luis Fabiano… salvo quien ya está ahí, claro, Jesús Navas. Bajen un nivel, y recuerden a los Palop, Puerta, Poulsen, Escudé, Navarro, Adriano… ¿Quién está ahora ahí? Ocampos, tal vez. Paren de contar. Piensen incluso en el plantel del Betis, y díganme si jugadores como Fekir, Canales, Mandi, Carvalho, Loren o Iglesias no tendrían sitio en este Sevilla tan espléndidamente vulgar. Reconózcanlo. Ríndanse.

El porqué de que, con plantillas parejas, el Sevilla gane sin remisión al Betis todos lo conocemos: se trata de un código ontológico. El Betis ha interiorizado la autodestrucción. El Sevilla, la grandeza. Incluso con entrenadores y jugadores mediocres, el Sevilla ha sido capaz de seguir ganando y ganando durante estos últimos 15 años, desde que aquellos legendarios padres fundadores le inocularan el virus del triunfo. Sucedió con Emery en el banquillo y Coke marcando goles en finales. Y tiene pinta de que siga sucediendo ahora, de la manera más singular. Con un entrenador odiado, un portero cojo y un delantero ciego. Vale, el Sevilla tiene una identidad y ante los rivales chiquitos se crece y apisona. Pero, frente a los grandes, la cosa está como para no perder tiempo defendiendo cualquier gol en el córner.