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Consuelo

Antonio Félix
Antonio Félix
01/04/2020

El patito feo. Algunos llamaron así al Ministerio de Sanidad en el reparto de poderes del Gobierno que, hace apenas tres meses, anunció el presidente. Transcribo, a modo de ejemplo, el análisis de El País: "Un ministerio devaluado: sin las competencias de Consumo, solo le quedan las de Sanidad, la mayoría de las cuales están transferidas a las comunidades autónomas". Como titular se nombró a Salvador Illa, un perfecto burócrata que se había destacado como negociador frente a ERC. Nadie rechistó. No hace ni tres meses, cuando apenas trascendían las señales de la mayor crisis sanitaria de la historia, a todo el mundo le pareció natural que al frente de Sanidad se colocara a un licenciado en Filosofía sin ninguna experiencia en el ramo, a pesar de haber saltado de cargo en cargo en la Administración desde que tenía 20 años.

Hasta ahora. Escucho estos días, en los que todos estamos aprendiendo tanto, una popular reivindicación del saber, la puesta en valor de la dignidad y la cualificación de los profesionales en contraste con el ejército de oportunistas a los que nos habíamos rendido. "El regreso del conocimiento", lo llamó Antonio Muñoz Molina."Nos habíamos acostumbrado a vivir en la niebla de la opinión; pero hoy, por primera vez desde que tenemos memoria, prevalecen las voces de personas que saben". Dice el filósofo Emilio Lledó: "La esperanza es que nos reinventemos para mejor, que maduremos como sociedad (...) Pero debemos estar alerta para que nadie se aproveche de lo vírico para seguir manteniéndonos en la oscuridad. Sobrecoge ver el poder que tienen sobre nosotros ciertas personas disparatadas, pues un imbécil con poder es algo terrible".

Lo cierto, pues, es que este drama no nos enseña nada. Al cabo, nos lo recuerda con la intensidad que depara el sufrimiento. Pero esas lecciones las conocemos de siempre. Incluso el fútbol nos las regala. Hagan memoria: allá por el 2000, el Sevilla era la cueva de Alí Babá. Hasta familias del más rancio abolengo blanquirrojo trincaban a manos llenas de las raquíticas arcas del club. La revolución que impusieron Roberto Alés y, después, José María del Nido fue acabar con ese privitivismo, imponer el mérito como cualidad y exigir resultados en todos los órdenes. Se siguió mirando, cómo no, el adn sevillista pero, sobre él, se impuso el rigor, cuando no la excelencia, en el trabajo. Con ciertos matices (y he ahí las etapas de Stevanovic, Babá o Rusescu), esa filosofía se ha mantenido y, con ella, la mayor época de prosperidad y éxito que jamás hubiera soñado el pueblo sevillista.

Es decir, todos sabemos lo que funciona. Y todos por qué no se hace. Quién de nosotros se puede decir inmune al mangazo. Quién no ha cedido, o disculpa al familiar que lo ha hecho, al amigo que, hasta hace dos tardes, incluso combatía, codo con codo, contra ese sistema del que ahora mama. Podemos descargar nuestra ira en los políticos, sí, pero eso sería hacernos trampas: ellos sólo son el sucio reflejo de nuestra indecencia. Así que no nos engañemos. El virus no cambiará nada, no nos hará mejores. Al cabo, apenas nos avergonzará más ante la constancia de nuestras miserias. No, no soy optimista, aunque como consuelo he de decir que tampoco lo era cuando, hace 20 años, un puñado de locos se empeñó en darle la vuelta al Sevilla.