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El tal Fali

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
08/05/2020

Leemos lo que dice Gudelj: "Yo no tengo miedo". Por su parte, según Sergi Gómez, volver a pisar la hierba le trae la libertad. Diríamos que el serbio, aunque cabalmente profesional, es un poco inconsciente. ¿Cómo no tener miedo al contagio? Podría haber dicho: "Yo no tengo miedo, pero sí respeto". Ya se sabe: desde el reinado del gran Stefan Uros II, los serbios siempre han sido un pueblo irredento. Y a Sergi Gómez le diríamos que, hombre, si la hierba de un campo de fútbol refleja para él la libertad, entonces el azul ultramar o el amarillo cúrcuma de un hermoso desierto deben parecerle la antepuerta del Paraíso. Las de uno y otro son sólo maneras de hablar, justo cuando se inicia la precavida vuelta a los entrenamientos. El prólogo viene marcado por celosas medidas de protección. Si no como para mostrar miedo o pánico, sí hay lugar al menos para abrigar algo de temor razonable. Pero dicho lo dicho, si comparamos lo que dice el bravo Gudelj con lo que arguye el tal Fali, jugador del Cádiz y nuevo anacoreta en manteca, pues nos quedamos con el serbio.

Veamos. Dice el ahora mediático Fali que tiene miedo, que no va a entrenar, que dejará de cobrar su sueldo y que no jugará más al fútbol si es necesario. Añade, entre otras populacherías, que si ha de comer sólo pan con aceite lo hará. Primero están la salud de su mujer y la de sus dos hijas. Hasta que no exista una vacuna contra el coronavirus no piensa ni entrenar ni jugar más. Ni siquiera se propone salir a la calle. De lo que se deduce que la suya podría ser una huelga de hambre voluntaria o disparatadamente solidaria. Pero es justo lo contrario. Porque es muestra de un egoísmo estúpido. ¿Quién le traerá al menos el pan y el aceite cuando todo escasee en su vacía alacena? Si faltan medicinas para sus dos hijas, ¿quién traerá el jarabe a sus lindas criaturas? ¿Tendrá que venir un mancebo a su casa envuelto en una epi? ¿Le suministrará alimentos Cáritas Diocesana con drones?

El miedo es democrático. Igual que la insondable idiotez del pueblo. Por eso nos separan muchas cosas del tal Fali. Físicamente nos separan los 121 kilómetros que hay de autopista entre Sevilla y Cádiz. No sabemos si esta distancia social le es suficiente a Fali. El miedo, el miedo más veraz, desnuda a la naturaleza humana y la expone en su pureza. Tener miedo es otra forma del respeto que uno se debe a sí mismo y hacia los demás. Jamás hay que avergonzarse por tener miedo. Somos falibles al caos de la Naturaleza o frente a un psicópata asesino. Pero el miedo ha de ser puro, incluido el miedo sincero a morir por enfermedad. Pero si el miedo se convierte sólo en víscera o en mera grasa sobrante, entonces no estamos hablando de miedo. Hablamos de un serio déficit de conducta social, que denota falta de instrucción y hasta de educación. Y esto es Fali, de quien se dice –según su presidente Manuel Vizcaíno– que es un chico especial. Entre el temor razonable y la histeria populachera hay una diferencia. Este Fali vendría a ser una versión cutre y deformada del hombre miedoso de Hobbes. Fali pide la vacuna y pide lo que la ciencia llama la inmunidad de rebaño. Al rebaño pertenece ya Fali, y la inmunidad la logrará realmente cuando deje su mesianismo de buen salvaje.