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Lamentables

Antonio Félix
Antonio Félix
20/05/2020

Ya que la alegría va regresando a nuestras vidas, que el fútbol se juega en Alemania y asoma a la vuelta de la esquina en España, que las muertes por el virus caen hasta las decenas, se progresa en la vacuna e incluso amanece con un solazo que inunda nuestros corazones, ya que estamos tan alegres, decimos, seremos benévolos al juzgar el comportamiento del Sevilla durante este tiempo: dejémoslo en que ha sido lamentable.

No volveremos sobre el dichoso ERTE aplicado a sus cajeros, al que siguió la rebaja de sueldo a los futbolistas. Pasaremos por encima de esa parodia autopublicitaria de Monchi, convertido en un negocio en sí mismo, cuyos consejos ("tenga siempre una segunda opción por si la primera se le va de precio") lo mismo sirven para fichar a Ocampos que para comprar chopped en el Covirán. Miraremos para otro lado, ya que fue lo mismo que hizo el Sevilla, con los abonos de los aficionados y su compensación por la inasistencia ("estamos viendo qué hacen los demás para tomar la mejor decisión"; entendiendo siempre que entre los demás no se incluye a Ángel Torres). Y terminaremos con la mosca tras la oreja con la noticia, no sólo no desmentida sino alentada por el propio presidente Castro, de la negociación para comprar un club en América, con el Veracruz de México en la pole.

Lo cual conduce a preguntarnos, si la sensibilidad social ha sido impertinente, si se le ha metido mano al bolsillo del Estado, de los cajeros y los jugadores, si tampoco se ha tenido detalle con los hinchas, ¿a qué se ha estado principalmente en el Sevilla? Por exclusión, la respuesta parece evidente: a mantener el estatus de los directivos. A falta de que nos ilustren con el esfuerzo (voluntario) que cada cual hubiera hecho con sus sueldos, debemos entender que es la única clase que ha salido indemne de toda esta situación. Si tal era el objetivo, parece bien cumplido.

Uno siempre defendió, de manera inconsecuente y romántica, que la resurrección del Sevilla vino de la mano de una reconversión moral, ética, que impusieron férreamente don Roberto Alés y su equipo. Incluso para un recién llegado, como era el caso, causaba rubor la manera en que se esquilmaba al club a principios del siglo. Alés y el primer Del Nido terminaron con todo eso. Pero el tiempo todo lo borra. Cualquiera puede entender los problemas que se le avecinan al Sevilla con un vistazo al consejo que le gobierna, en el que el funambulista Castro concilia a herederos de todo pelaje. La conciliación, como siempre, ha venido por el dinero, con sueldacos intocables incluso durante la pandemia y promesas de negocio a corto plazo, desde la misma venta del club a la compra del Veracruz. Su comportamento, y sus privilegios, han revelado esa confusión decimonónica de creerse que el Estado soy yo, y que lo mejor para mí necesariamente será lo mejor para el Sevilla. Una manera de pensar que, irremisiblemente, ha conducido a la catástrofe. Todo esto aflorará, antes o después. De hecho, un gol en según qué portería del derbi postergaría o prenderá la mecha de estas delicadas consideraciones.