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¿Rugido o silencio?

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
05/06/2020

Al parecer se está ensayando una especie de ambientación programada para atenuar el silencio de los partidos de Liga. Los teatros de fútbol estarán vacíos y hay que insuflarle vida. En su día hablamos ya de la melancolía de los estadios vacíos. A Robert Burton, en su monumental Anatomía de la melancolía (1621), se le olvidó citar la bilis triste pero feliz que nos causa contemplar los grandes foros, las ruinas espléndidas, las piedras milenarias abatidas por el paso del tiempo y la dejadez. A su modo, un estadio de fútbol vacío es como un extraño y melancólico foro de civilización. Recuerdo el teatro de Epidauro, que hallamos una vez casi vacío, como casi todo el santuario de Asclepio alrededor, el dios sanador. Los perros dormitaban por las gradas. Alguien empezó a cantar junto al proscenio para comprobar la perfecta acústica que alberga el recinto creado por Policleto el Joven en el siglo IV a. C.

En efecto, la acústica en la antigua Argólida griega sigue siendo única, perfecta. Pero el silencio también puede propiciar una acústica conmovedora. La visita a un estadio vacío nos hace sentir la vibración melancólica del silencio. Posee una mudez imponente y si uno lo contempla y participa de ese gran silencio, alcanza algo parecido al efecto de la baraka de los desiertos. Sólo hay que tener un espíritu fantasioso y un poco fugitivo. En la Bundesliga hemos visto cómo los partidos se disputan entre gélidas gradas, pitazos del árbitro, alaridos por golpes y contusiones, silbidos y protestas en los banquillos. Y, la verdad, ha tenido la cosa un punto de autenticidad. En parte nos ha hecho olvidar el rugido sagrado de un campo de fútbol. A muchos les ha deprimido ver los partidos entre tanto vacío y tanto silencio inhóspito. Uno ha defendido siempre el rito de la hermandad y el gentío afín, aunque en gran parte la muchedumbre nos desagrada casi siempre. Los partidos de fútbol sin público nos han hecho ver lo que hay de pureza, lo que hay de raza originaria y viril en este juego. Ahora los gritos de los futbolistas por entradas o choques duros no nos parecen propios de señoritos mimados, mentirosos y teatreros.

No obstante, como decíamos al inicio, el emporio Mediapro de Roures y LaLiga están preparando un gran tinglado de audio para paliar el efecto gélido de las gradas vacías. En su casa el espectador podrá optar por la narración natural o por la narración con efectos sonoros y sinfónicos. Esto no es más que otra división del género humano parecida a la que proponía Umberto Eco respecto a Venecia. Esto es, levantar una Venecia de mampostería junto a la Venecia auténtica para aliviarla de turistas. Seguro, decía don Umberto, que la falsa Venecia despertaría mayor entusiasmo que la auténtica. Que cada cual escoja el sonido natural y puro o el sonido artificioso de los rugidos y los coros enlatados para dar ambiente ficticio. Sea como sea, para el próximo derbi gritaremos en casa el gol de nuestro equipo con la euforia expresiva de siempre, que suele ser entre irracional, ridícula pero entrañable a la vez. Los pulmones, mientras la edad lo permita, siguen siendo una perfecta caja de resonancia. No somos griegos de la Argólida. Pero el canto del gol, entre el berrido y la gloria, nos provoca un placer acústico casi perfecto.