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El fútbol o la normalidad fiable

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
16/10/2020

Por fortuna pasó el sopor de la selección nacional. Por fin regresa la Liga doméstica y se otea también la Champions League por las insípidas tierras de la pérfida Albion. El aficionado al SFC vuelve a hallar su acomodo en el mundo. Hemos escuchado decir a los colegas de Radio Sevilla que está de moda ahora proclamar en voz alta el pasotismo hacia la selección. No es el caso de uno. Lo que no está de moda nunca pasa de moda. Allá por la ajada adolescencia (todo nostálgico, por cierto, ha de leer la reedición que se ha hecho de ‘Los años irreparables’ de Rafael Montesinos), a Sevilla la nombraron el jugador número 12 de la selección. Era, según decían, la ciudad talismán. Los amigos (y las primeras amigas) sacaban sus entradas para ir al Sánchez-Pizjuán o a Casa Benito, allá por la otra acera. Pero uno, granujiento y por supuesto atolondrado, sentía ya cierto reparo en esto de mancillar tu estadio con emociones ajenas al SFC. Nada tenía que ver con lo que hoy llaman equidistancia por España en general. Pero aquello de la ciudad talismán nos pareció ya por entonces una paparruchada.

Por suerte, decíamos, vuelve el fútbol de verdad, el que condiciona los horarios, el que ordena los hábitos en nuestra deslavazada vida. Nos hemos enterado hace nada del positivo en coronavirus por parte de Koundé. Se perderá, pues, el envite contra el Granada y contra el Chelsea en Stanford Bridge. La verdad sea dicha, tampoco nos sorprende demasiado la noticia, aunque nos fastidie la ausencia del impecable chaval. Quien más quien menos ha cogido ya su tabla de surf para encarar esta segunda ola de pandemia. Cierran los bares en muchas partes. Se van ensayando toques de queda. Hay ciudades apestadas, a las que llaman zonas perimetradas. Pero nos vamos acostumbrando a esta conllevancia con el virus y descubrimos lo que somos pese a la Magna Grecia, Roma, la civilización judeocristiana y el espíritu ilustrado: somos animales, animales de costumbres.

Por eso nos hemos hecho ya a ver los partidos sin gente en los estadios, pese a que los graderíos simulan ser un vistoso confeti de aparente público que nos recuerda a los cuadros puntillistas de Seurat. Hay quien advierte ya que no ir al campo con asiduidad se puede convertir en otro hábito añadido para lo venidero. ¿Y si nos diera pereza? No creemos que el forofo haga de felón contra sí mismo. Parece ser que para la fase de grupos de la Champions League podría haber algo de público en las gradas. Pero público de verdad y no como confeti de pega. Sería igualmente extraño. Los campos no serían hogueras fervorosas, sino destartaladas chimeneas con unos pocos de humeantes chicones. Pero seguro que nos acostumbraremos también a ver el salpicón de aficionados desparramados por los asientos.

Se habla poco ya de la nueva normalidad que trajo consigo el fin del confinamiento. Vivimos en constante anormalidad. El único hábito que nos hace recuperar la regulación perdida es el fútbol, el horario del partido del SFC. La única normalidad fiable es la que señala el fútbol, reloj y péndulo para hombres insuficientes como nosotros. ¿Y qué? A la hora del vermut nos toca el Granada.