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El derbi cero, sonata de gol para el invierno y desolación del justo

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
12/11/2021

El derbi de la nada. Lo peor del ya lejanísimo derbi es que no hubo derbi. No existió. Apenas si se ha hablado de él, no más allá de alguna que otra hablilla en los bares y de los obligados análisis en los medios deportivos. No hubo derbi. Todo lo más hubo una suplantación. El SFC llegó a Casa Benito, mostró el escudo, compró el balón y el terreno de juego, ganó y se fue. Nada más. Por eso hablamos de dolorosa resaca de derbi: nos produce dolor porque no la padecemos y la echamos de menos. Dado que no hay Liga por culpa de la selección, nos habría gustado que toda esta semana de ayuno el derbi hubiera deparado enojo contra el rival, polémicas con el VAR, violencia verbal entre amigos, enfado con los nuestros, ira y denuestos contra periodistas sospechosos... Estas cosas, en fin, que aroman la nostalgia y que nos hacen pensar con deleite retrógrado en aquellas batallas a naranjazos entre sevillistas y béticos por la Avenida de La Palmera al término de los derbis ochenteros. Pero lo dicho. No hubo derbi, no ha habido y no hay resaca en estos días de obligado ayuno.

Repensar la delantera. En mitad del tedio que nos consume, se produce cierto debate, si bien aislado y ocasional, sobre la delantera del SFC. Habrá que fichar en invierno (escuchando de paso la sonata de Vivaldi). La lesión de En-Nesyri –ojo a este asunto– debiera preocuparnos para lo por venir. Invocamos por ello al Profeta. Tras haber rezado por la santa misión del Gran Poder, leemos ahora el Corán en los ratos libres para rogar al todopoderoso por la pronta recuperación de su hijo nacido en Fez. Ser de todo credo y de ninguno en particular tiene estas ventajas añadidas. Rafa Mir está en entredicho. ¿Demasiado joven? ¿Exceso de responsabilidad? A nosotros nos gusta su tallo y su planta. Acabará dando fruto, igual que en la inquietante parábola de Jesús sobre el grano de trigo. Con todo, es cierto que se hace obligatorio buscar otro delantero. Si como es de prever En-Nesyri se recupera y se marcha en enero a jugar con Marruecos (¡maldita Copa de África!), tendremos derecho al pataleo y, todo lo más, a sacar banderas de Argelia y del Frente Polisario por ventanas y balcones. Las hechuras de un nueve cuestan caras. El mirlo blanco, salvo para un daltónico, no existe hoy por hoy. Resolver la fase de grupos se antoja acuciante. Pero todo esto, maldita sea, nos resulta muy lejano en el tiempo.

¿Por qué? ¿Qué haremos ahora sin Liga? El hincha que nos habita, el que empeora adecuadamente con la edad, se pregunta por qué. ¿Por qué esta aflicción? ¿Por qué nos dejan sin Liga, sin alimento, sin la eucaristía de la semana? Sólo un degenerado podría interesarse por el España-Suecia (¡maldito Mundial de Qatar!). Lo que ocurra en el desabrido páramo de La Cartuja nos trae sin cuidado. Leemos con supino enfado que el teutón Félix Brich, un rostro ya clásico, pitará el partido. ¿Y a nosotros qué nos importa? La cita en Liga contra el Alavés (sábado 20-N), se nos antoja lejana, desdibujada y peregrina. Ni siquiera nos dice ya nada un 20-N. Antes nos compungía y aterraba a la vez el calvo del anuncio de la lotería. Ahora otro calvo, Luis Rubiales y su selección, nos provoca enojo y, sobre todo, un amarguísimo desamparo. Y encima viene a Sevilla a reírse de nuestra desolación, de la desolación del justo. ¿Por qué, Señor? ¿Por qué?