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De fantasmas, sustos y nuevas plagas

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
17/12/2021

Andraxt por vía rectal. En la sierra mallorquina de Tramontana, donde el agraciado pueblo de Andraxt, el SFC convocó a sus fantasmas en la Copa (ese trasgo del Isla Cristina). Sopló el frío, turbulento y desabrido viento de Tramontana sobre todos los que vimos la tanda de penaltis en aquella bella localidad balear, pero que tiene nombre de jarabe mucolítico o de supositorio con efecto laxante. Como es sabido, tras la tempestad (bochorno, ridículo, patetismo) siempre viene la calma e, incluso, el relajo contemplativo. Más de uno pensó que el boceto de vergüenza total que se dibujó en Andraxt ha sido una señal del cielo. Suele ocurrir que en la Copa un equipo llegue a la final tras haber jugado a la ruleta rusa contra bravíos y enternecedores equipos de categorías secundarias y hasta terciarias. Es más, llegar a una final con un infame currículum de partidos ridículos y al borde del precipicio es lo que alumbra el triunfo y lo hace mucho más apoteósico. Las redes sociales ya tenían a punto de caramelo la gracieta viral: "Al Sevilla le han metido un supositorio de Andraxt". Pues sí, estuvimos a punto de que nos endilgaran un supositorio de Andraxt por vía rectal. No ha sido así, pero los fantasmas nos hicieron encoger el agujero de popa.

El corazón manda. Esta semana, distraídos con el vaivén de la Copa, el Kun Agüero ha anunciado que deja el fútbol por problemas de corazón. Cada vez que un jugador abandona el fútbol por una anomalía cardiaca nos asaltan de un siniestro fogonazo las imágenes de un futbolista desplomado en el campo, ya sea en un torneo juvenil africano, ya sea en una Eurocopa con el danés Christian Eriksen. Nos acordamos también de Antonio Puerta y de Pedro Berruezo, cuyos rostros, como monocromos del recuerdo, están presentes en los exteriores del Sánchez-Pizjuán. No concebimos que un protegido y mimado deportista de élite tenga que parar un día por miedo a que el corazón pare también su cronómetro. Nos hace llevarnos la mano al pecho. Da miedo, sí.

Plaga de lesiones. El coñazo sin fin del coronavirus nos ha hecho pensar en las muchas plagas y pandemias que en el largo avatar de los siglos han asolado al mundo. Casi todas germinaron en Asia, en los confines de la China. Tucídides relató la epidemia que mermó a los atenienses. Marco Antonio acusó de propagar la viruela antonina a los cristianos que se negaban a rendir culto a los dioses. El imperio bizantino padeció en el siglo VI la terrible peste de Justiniano. La tercera pandemia de peste bubónica de inicios del siglo XX asoló gran parte de Oriente y de los territorios del Imperio Otomano. Por no hablar, claro está, de la aterradora peste de Sevilla de 1648 que llenó la ciudad de horribles carneros. Se me disculpará el tremendismo comparativo. Pero desde hace un tiempo también padecemos nuestra propia plaga: la plaga de lesiones. Del duelo a pistola acontecido en Andraxt ha caído ahora también Óliver Torres. Se une al grupo de afectados por la peste cuyos nombres de convalecientes nos sabemos ya de memoria (Navas, Lamela, En-Nesyri, Suso). Y luego están los caídos de corta duración, pero que nos alarman cuando en un partido se llevan la mano al muslamen y piden el cambio. Contra el Atlético de Madrid (esa otra peste mediática) se apuntan al menos Ocampos y Acuña. No cae nunca Óscar Rodríguez, esa nadería inédita y vacía comparable al ministro de Universidades, Manuel Castells, quien ha dimitido ahora por problemas de salud. No es que le deseemos mal alguno al chico de Talavera. Pero…