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La Premier o Ms. Dominatrix

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
02/09/2022

El barullo del último día de fichajes no ha tapado su rutilancia: la Premier inglesa es la reina y la reinona de este negocio. A 10 de agosto, la competición inglesa ya había gastado 1.358 millones por los escuálidos 404 de la liga española. Los clubes ingleses siguen tomando la ola buena (la del Mar del Norte, la del Canal de la Mancha o la del Mar de Irlanda) con los 11.600 millones ingresados en derechos de televisión para el trienio 2022-2025 (los derechos en España han sido de 4.950 millones por parte de Movistar y DAZN para 2022-2027). Este año la Premier cumple 30 años como formato competitivo. Existió también otro añorado 92, distinto al loperiano de antaño. La Premier no ha hecho sino crecer con el tiempo, dejando atrás el formato básico asociado a la pintura del fútbol británico (hooliganismo homicida, campos vetustos, fútbol pedestre entre el barro y la lluvia).

Su crecimiento, hasta el delirio millonario de hoy, ha ido en equilibrio entre el forofismo militante que llena los estadios en Inglaterra y la entrada paulatina de capital extranjero, ya sea vía ricos ‘made in USA’, como parientes lejanos del ‘Myflower’, o bien a través de las petromonarquías del Golfo Pérsico (también llamadas ‘golfomonarquías’). Estas últimas dieron lugar a los llamados clubes-estado, caso del nuevo Newcastle o del Manchester City de Guardiola (o sea, el Emiratos Árabes Unidos de Inglaterra), sin olvido del Fulham, comprado en su ya lejano día por Mohamed Al-Fayed para obtener la nacionalidad británica. El propio Newcastle, el equipo de las urracas, es propiedad de un fondo soberano de Arabia Saudí. Es ejemplo ilustrativo de islam sunita y fútbol en nación de infieles por la vía club-estado: de ahí el pago de 70 millones a la Real de Sociedad, como diría el rockero Silvio, por Aleksander Isak. En la bella Easo se frotaron los ojos y se lo siguen frotando, pese a la llegada de Sadiq. Pero el de Isak no ha sido siquiera el fichaje más cuantioso, lo que llega a rozar el horterismo o la insana envidia del resto. Darwin Núñez fichó por el Liverpool por 80 millones (más los siempre crípticos millones supeditados a variables: 20). El Chelsea post Abramovich ha pagado al Leicester 82 sacas de millones por Wesley Fofana, central francés de 21 años con aires incipientes a lo Koundé.

El caso del Manchester United es ilustrativo en cuanto a mejunje de equipo manirroto a la par que a la deriva. Ha pagado 95 millones por Antony al Ajax, otro capítulo más de la gestión que se estila por Old Trafford, el teatro de los sueños que, al parecer, anda avejentado y necesitado de reforma por vía urgente. El United, regido por la familia norteamericana de los Glazer desde 2005, se halla en los abismos de la clasificación en estas primeras jornadas. El lance de Cristiano Ronaldo por querer salir de Manchester se une a los 500 millones de deuda neta que arrastra el club, lo que no le impide, como queda visto con Antony, que se manejen sus dirigentes con dinero ficción y, justo ahora, con amagos de vender acciones. De ahí, también, el fichaje de Casemiro, el increíble caso del hombre que se fue de España sin haber recibido una sola tarjeta color rojo carmesí, de forma directa, en toda su larga carrera como madridista (y a ratos terrorista con bula).

El llamado músculo financiero de la Premier, expresión muy en boga, muestra su mazo sin paliativos. LaLiga española y el Calcio italiano, otrora reyes, aguantan el dolor y la humillación del segundón y hasta el tercerón. Ocho de los diez clubes europeos que más han abierto la billetera este aborrecible verano son ingleses y cinco de ellos ni siquiera se han clasificado para la Champions League (el citado pollo sin cabeza Manchester United, el Arsenal, el Wolverhampton, el West Ham y nuestro admirado y nostálgico –y ahora gastosísimo– Nottingham Forest). Cualquiera de este pentateuco del fútbol-dinero se ha gastado más que el Real de Madrid de don Florentino y Pérez, actual campeón de Europa. Se estima que el fútbol inglés, a falta de confirmación al alza, ha movido este atípico y alucinógeno verano más de 2.100 millones de euros en traspasos, salarios, comisiones y sinecuras varias. El horterismo gastoso de los ingleses se compensa con la querencia por la tradición y el respeto venerable al hincha. La Premier ha aprobado una norma para que los aficionados, como justo poder del pueblo llano, tenga derecho a intervenir en cuestiones mayúsculas que podrían herir su sensibilidad de hooligan pacífico y refundado. Por eso podrán intervenir, por ejemplo, en caso de que una directiva opte por cambiar los colores en la elástica o quiera modificar el escudo con algún diseño nuevo de inquietantes trazos.

A diferencia de España, donde el plástico duro de los asientos vacíos se sigue viendo en los estadios post pandémicos (en hermanamiento de ausencias con el Calcio, caso de un partido tipo Cagliari-Lecce), en Inglaterra el rito de ir al fútbol forma parte de una manera de ser: 40.000 espectadores como promedio de asistencia a los estadios (los alemanes son el mayor ejemplo, no obstante). Se estima que unos 800 millones de personas, de entre 188 países, se enganchan a la pantalla o a cualquier chirimbolo digitalizado para poder ver los partidos de la Premier (los derechos de emisión en el extranjero superan en ingresos a los derechos de emisión en el Reino Unido, que ejerce así de nuevo colonialismo desde la época victoriana).

La fidelidad del hincha británico y sus raptos de tradicionalismo futbolero no ocultan el olor mercenario de los jugadores que acaban recalando bajo el cielo gris marengo de Inglaterra. Siempre fue así, pero ahora hay casos sangrantes que, bien mirados, merecen una atenuante de misericordia ante ciertas biografías. Matheus Nunes, luso-brasileño cuajado en la pobreza de las favelas y convertido casi por ensalmo en admirado jugador ‘box-to-box’, ha renunciado a jugar la Champions con su club el Sporting de Portugal para recalar en el equipo número 15 de la Premier: el Wolverhampton Wonderers (50 millones).

La competición inglesa es la mejor del mundo desde hace un tiempo. Es la que genera más beneficios (5.300 millones consiguió en la difícil temporada 2020-2021, por los 2.900 de la liga española, los 2.940 de la Bundesliga alemana y los 2.500 del triste Calcio). En tiempos del binomio Messi-Ronaldo, más los éxitos internacionales conseguidos por equipos españoles en Champions y Europa League, hicieron que la española luciera el rutilante marbete de mejor liga del mundo según datos de la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol. Ya no lo es ni podrá serlo nunca más si desde Inglaterra no se afloja el ritmo y salta todo por los aires por una suerte de conspiración o su parecido. Ni es la liga que genera más ingresos (es la Premier) ni es la que más pueblo atrae a sus estadios (es la Bundesliga alemana, por encima del forofismo inglés).

Caso aparte es la delicuescencia del Calcio (la propia palabra, delicuescencia, es ya de por sí bella por la decadencia vaporosa a la que remite). Ya antes de la pandemia ofrecía números rojos, rojísimos. Desde 2007 no existe un jugador que haya sido elegido Balón de Oro jugando en Italia (lo fue Kaka). Pese a la mengua de ingresos, en los últimos años ha habido cierta compulsión gastosa, aunque a escala italiana, lo que ha hecho aumentar la deuda del fútbol con los bancos en el a veces inefable país de la bota. Lejos, muy lejos quedan aquellas décadas, la de los ochenta y los noventa, cuando el Calcio concitaba a jugadores de relumbrón que oscurecían su aura con el fútbol rácano que solía prodigarse por aquellos pagos. Días de catenaccio y millones de liras con la aquiescencia de la mafia. Diga usted, si peina canas, los nombres de Boniek, Pasarella, Maradona, Platini, Falcao, Rummenigge, Gullit, Batistuta, Van Basten, Zico, Bertoni, Zidane, el primer Ronaldo Nazario, hasta los locales Del Piero o Totti entre otros muchos.

Hoy sus nombres, unos más que otros, parecieran formar parte del osario de la Serie A del Calcio. Lucían antaño sus clubes las camisetas más lustrosas y bonitas, igual que sus jugadores mostraban sus ternos impolutos, bajo gafas galácticas y semblantes de italianismo, ese gesto insinuante del que no oculta que acabará clavándotela por la espalda al menor descuido... Qué tiempos los de aquel Calcio, el de antes incluso del gran Milán, cuando el barro en Inglaterra y, de vez en vez, un estadio que acababa en llamas y convertido en tragedia y fogón de cadáveres. Esto solía ocurrir en Inglaterra, sí.