Entre el ridículo y el desahogo
Me levanto y me voy
Víctor Fernández 24/07/2017 |
El Betis, para lo bueno o lo malo, camina con sus propias directrices. Es un 'Estado' especial, ahora que está tan de moda este término gracias la desfachatez de los políticos catalanes y a la nulidad del resto del cuerpo político nacional. Distinto. Diferente. Tiene una forma de ser, actuar y sentir que es buena para unas cosas y mala para otras. En las últimas páginas de su autobiografía, el carismático neurólogo Oliver Sacks se sincera: "A veces he tenido la impresión de haber vivido a cierta distancia de la vida". Y es la sensación que uno recibe cuando analiza algunas cuestiones de este indestructible club. Si con el nivel de los dirigentes que siguen castigando a la entidad aún sigue en pie, sin duda, algo mágico debe tener. El Betis parece vivir "a distancia de la vida", de la realidad.
Es asombrosa (de "sombrerazo", titula el querido Chazarri) la respuesta de la afición, que bate récords superando los 40.000 abonados. Y asombroso también es que con esa presión social, con ese cuerpo de fieles, con ese pueblo invencible los dirigentes disfruten de tan alto nivel de permisividad. La excesiva tolerancia permite a los que mandan no solo errar sino hacer ridículos tan lamentables y circenses como el protagonizado con el baloncesto. El desahogo con el que el presidente Fernando Moral y Ramón Alarcón Rubiales (aficionado a los artículos de prensa) han despachado la destrucción del equipo de baloncesto de la ciudad es inaudito. La tolerancia provoca que en los despachos hasta se asuma con serenidad que un ex presidente como Hugo Galera califique, en una entrevista al maestro Juan Pinto, a Haro y López Catalán de "guante blanco". Como diría Sacks, dan la impresión de "vivir a cierta distancia de la vida".
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