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Un grande en manos pequeñas

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
04/04/2018

La derrota ante el Bayern de Munich, dolorosa y hasta cierto punto injusta, me suscita varias reflexiones de urgencia. La primera de todas es que el Sevilla es un grande. Lo es porque sólo un grande es capaz de plantarle cara del modo que el Sevilla lo hizo a un equipazo como el conjunto teutón, en el que se aúnan la calidad y las gónadas (de las que luego hablaremos). El Sevilla es un grande, sí. Nadie lo dude. Otra cosa es que en el Sevilla, y también en el mundo de los sesudos analistas, se lo crean; que no se lo creen. Pero, qué demonios, un equipo que ha ganado cinco veces la Europa League tiene que ser un grande a la fuerza. Me hace mucha gracia cuando algunos, hablando, por ejemplo, de la Roma o el Tottenham, se acomplejan cual medrosos aldeanos en la gran ciudad. Vamos a ver, criaturas, si el curriculum europeo de ambos conjuntos comparado con el del Sevilla es, sencillamente, ridículo. El Sevilla es un grande. ¿Estamos? Pues eso. Sentado esto, vamos con lo segundo, que también es positivo. Nadie dé por muerto todavía al Sevilla. Es cierto que el resultado es malo y que el Bayern es muy bueno. Pero nadie lo dé por muerto. En el fútbol a veces pasan cosas que nadie espera. Sobre todo cuando alguien cree que no tiene  nada que perder. Vamos ahora con lo negativo. Decíamos que el Sevilla es un grande, pero que en su seno no se lo creen. Y ese es precisamente el problema. La mentalidad. En una de las muchas entrevistas que concedió antes de irse a la Roma (a la Roma, precisamente) el recordado Monchi contestaba a la pregunta de si el Sevilla podía ganar la Champions con su deje cañailla y un lacónico: ‘Impozible’. Al oírlo tuve claro que ya sobraba en Nervión. El problema, empero, es que quienes Monchi dejó atrás piensan exactamente igual que él. En resumen: el Sevilla es un grande que está en manos pequeñas. Su director deportivo, Oscar Arias, ha dicho al respecto de las aspiraciones del club cosas de las que se ha tenido que retractar. Suyas han sido las apuestas por los dos entrenadores que este año ha tenido el equipo, ambos encuadrados en la nómina de técnicos menores que nunca han ganado nada, ni tienen pinta de poder ganarlas nunca. Es cierto que Montella ha mejorado el desastre de Berizzo (cosa que tampoco era tan difícil, aunque sus números en Liga están así, así), pero no da la sensación ni por asomo de ser el entrenador que el Sevilla necesita para crecer. En el partido contra el Bayern lo demostró. Es cierto que tuvo un esperanzador gesto de valentía cambiando de portero (esos arrebatos que se tienen cuando todo se da por perdido) pero luego incurrió en el conservadurismo estúpido que caracteriza a los técnicos mediocres. Un conservadurismo que además puede resultar suicida, pues ya veremos cómo está el equipo para el decisivo partido del fin de semana. Pizarro se llama ese conservadurismo. El hombre del traje de pana que tanto les gusta a los técnicos. El valladar inexpugnable. El muro de contención. Y una leche migá. En el fútbol se gana jugando al fútbol. Echándole las gónadas de las que antes hablábamos, pero sobre todo jugando al fútbol. Y esa es una cosas que este esforzado argentino no sabe hacer. Hasta ahora, el peor  jugador que había visto en mi vida había sido un tal Lacruz que jugó en el Athletic de Bilbao y luego se fue al Español, que no sé cómo lo pudo fichar. Jamás le vi hacer nada bien. Bueno, pues Pizarro todavía me parece peor. Que Montella lo ponga por Banega es una ofensa al fútbol y al decoro. El otro día con el Barcelona salió para ‘amarrar el resultado’ y ya ven lo que pasó.  De todos modos, ya digo, a pesar de Arias, de Montella, de Pizarro y de todos los que no se lo creen, el Sevilla es un grande y lo mismo hasta le da un disgusto a más de uno en Munich la semana que viene. Nadie, pues, lo dé por muerto, por mucho que su encefalograma Champions esté ahora pitando más que la corneta de Julio Vera. Eso sí, sería bueno que Pepe Castro fuera redactando ya unos cuantos finiquitos.