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Un viaje a Melilla

Mirando al tendido
Isaac Escalera
Isaac Escalera
08/09/2017

Hace mes y medio anunciaron un cartel muy interesante, compuesto por Juan Mora y Antonio Ferrera, uno de los triunfadores de la temporada y que estuvo extraordinario toda la tarde en una mezcla de raza y gusto. Dos toreros con personalidad. ¡En Melilla! En la Mezquita del Toreo iban a hacer el paseíllo. La única plaza en vigor del continente africano. No lo pusieron fácil para ir, pero con Juan Mora no existen fronteras ni continentes. Por lo menos para mí. Cualquiera que me conozca o que haya leído este portal, sabrá de mi debilidad. O devoción. Había un factor muy en contra: la corrida se iba a celebrar muy lejos de Sevilla, aunque había otro muy a favor: toreaba Juan Mora. Lógicamente, me decanté por este último, por lo que, tras varios días de pensamientos, emprendí la búsqueda en Internet de una combinación meteórica que, más o menos, satisficiera a mí y a mi bolsillo. Muchos borradores y varios intentos en vano de vuelos inexistentes, porque, por desgracia, no existe la línea Sevilla-Melilla.

Las cábalas se acabaron. El viaje procedió de la siguiente forma. Empecé sacando un billete de autobús Sevilla-Málaga. Salida a las 8 y llegada a las 11 al aeropuerto. Un bus muy bien acondicionado, con televisiones pequeñas incorporadas a los asientos, películas y series varias a elegir, música, Internet y un puerto usb para cargar el móvil. Mis respetos para ALSA. Llegué a la capital malacitana y tuve que esperar un par de horas hasta que embarcamos a las 13:15. Un vuelo rápido y cómodo. Poco más de media hora. Ya en Melilla, me fui a los alrededores de la plaza de toros para buscar un lugar y comer. Bar "Chache", menú de 9 euros, lo más parecido que había allí al bar Las Columnas de mi añorada Alameda, calidad, cantidad y buen precio. Como en casa. Salmorejo y albóndigas para rematar con unas natillas. Pero entré demasiado pronto a comer teniendo en cuenta que todavía faltaban más de dos horas para que empezaran los toros. Pedí una manzanilla muy caliente. Todo arreglado. Me solventó una horita. La otra hora enredé por fuera. Entré en un parque bastante bien cuidado. Paseo corto y para el coso. Preciosa la plaza de toros de Melilla. Mucho encanto. Sobre las cinco de la tarde, a media hora de que abrieran las puertas, me paré en una sombra donde otro hombre aguardaba la apertura. Con aire entusiasmado me comentó que Manolete iba a inaugurar la plaza de toros, aunque una semana antes le ocurrió la desgracia de Linares. Lógicamente, fue inaugurada en 1947. Debe estar muy presente en la ciudad esa anécdota con el Cuarto Califa porque otro señor comentó lo mismo.

Ya dentro de la plaza, he de resaltar la pasión de los melillenses por España. Corearon el "que viva España" de Manolo Escobar y tararearon el himno. Lo del himno es curioso. Rompió el paseíllo y sonó la Marcha Real. Muy singular todo, como sacado de la España profunda de los años 60. Parecía de película. Cantando con sus banderitas de España. Típicas de los partidos de la Selección. Igual.

Y llegó la hora. Una tarde de toros en Melilla viendo a Juan Mora, al que tanto anhelo. El torero de Plasencia volvió a explicarlo con las telas. Eso es torear. Suavidad, torería, arte. Posee esa difícil facilidad de la naturalidad. El comienzo de faena al primero fue canela en rama, con un trincherazo, un pase de la firma, un cambio de mano y un último trincherazo de cartel. Inimitable. Un torero en peligro de extinción. En realidad, un toreo en peligro de desaparecer. Cada detalle, cada gesto, su forma de andar por la plaza, la manera de mandar. Todo. En el quinto comenzó doblándose por bajo majestuosamente bien. Una cadencia entre muñecas y cintura inusual en el escalafón. Así se sacó al toro para fuera. Hubo naturales exquisitos, con la figura erguida, acabando detrás de la cadera, a compás. De los que no se ven, de los que invitan a soñar. Con la derecha, meció la muleta con un duende especial. Los ayudados a dos manos finales fueron categóricos. Porque eso se lleva o no se lleva, se siente o no se siente. Un toro al que le faltó calidad y bondad, como toda la corrida de Manuel Blázquez. Eran pinceladas artísticas, composiciones de notas flamencas. Un ráfaga de luz en la noche. Algunos ni lo vieron. No está hecha la miel para la boca del asno. Mi viaje estaba más que amortizado. Ver torear a Juan Mora de nuevo. Detalles para paladares finos y faena de torero caro.

Tuvo el detalle, ya no sólo como torero sino también como persona, de invitarme a cenar con el resto de su cuadrilla, incluido su hermano Carlos Mora, que estuvo sensacional durante toda la tarde. Además también estaba presente su hermano pequeño, otra persona encantadora.

Y por apurar esta vivencia inimaginable cuando salí de Sevilla, no me quedé en tierra de milagro. Tuve que pegar una carrera importante desde el hotel hasta el puerto. Sí, volví en barco. Desde la mesa donde cenábamos se veía perfectamente el ferry, pero no estaba aquello tan cerca, sobre todo porque estaba atracado justo en el lado opuesto del puerto. Tuve que rodear media Melilla para llegar. Aunque llegué. Cuando embarqué me preguntó el policía por qué venía corriendo. Con lo sensible que está todo tras lo ocurrido en las Ramblas, estaba la cosa como para ponerse nervioso. Y más allí en Melilla. "Venía de cenar del hotel y se me ha hecho tarde". Salí del paso así. Cero problemas. Y llegué al barco, donde me indican que mi plaza está en la segunda planta. Subo y aquello parecía un albergue. La gente tirada en el suelo, personas acostadas ocupando los tres asientos de la fila. Tampoco tenía ganas de jaleo, por lo que me fui a una sala de lectura que había pegada. Allí tomé asiento, probé a dormir con la cabeza sobre una pared, a pelo, pero nada. Todo esto con un frío horrible. El aire acondicionado puesto como si se fuera a acabar el mundo. Una locura. Tuve que levantarme a dar vueltas porque estaba tiritando. Tras probar en varios sitios, decidí ir al bar a pedir un café. Ni me gusta el café ni nada por el estilo, pero por tomar algo caliente era capaz de beberme lo que fuese. Finalmente, tomé un manchado. Entonces, descubrí que casi el único sitio donde no daba el aire directamente era en la barra del bar. Y ahí me quedé tres horas hasta bajar del barco en busca de la estación de tren María Zambrano. Con el Google Maps en mano, tracé el camino. Unos 20 minutos marcó el móvil, que se hicieron pesados después de no pegar ojo en toda la noche. Otras tres horas de viaje y un poco más para llegar a mi casa.

Experiencia total en Melilla. Viaje relámpago donde intervienen casi todos los medios de transporte. Aunque eso es lo de menos, lo importante es que disfruté, aprendí y saboreé el toreo de Juan Mora, tanto en la práctica, viéndolo en la plaza, como en la teoría, escuchándolo hablar tan despacio como torea.

Volvería a hacer este viaje para ver al maestro Juan Mora torear. Y si hiciera falta, el doble de lejos.

 


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