José Emilio Del Pino
Me levanto y me voy
Víctor Fernández 27/07/2019 |
La vida la despachamos sin saborearla, sin el poder y la capacidad de saber estar en el momento presente. La vida la liquidamos a golpe de tuit y despreciamos todo aquello que no sea fiesta, ocio, excentricidad, moda y sueños idealizados. La vida la entregamos sin saber que en el momento más oscuro puede acompañarte la luz más maravillosa. La vida la engrandece la gente humilde, buena, honesta, discreta y pasional. Cuánto tiene que agradecerle la Sevilla íntima y más personal a gente como José Emilio Del Pino.
Ya sólo nos detenemos en el escaparate, en esa fachada tan rumbosa que tan bien nos muestran las redes sociales. Pero haríamos bien, y Sevilla haría bien, si pusiéramos en su lugar a todos aquellos que tanto han labrado desde el anonimato. El fútbol de Sevilla y la educación de muchas generaciones le deben mucho a tipos como José Emilio, que hicieron de Altair una máquina de sevillanos deportistas y educados. Él representa ese fútbol de barrio, de albero, de viajes eternos en autobuses, de balones más duros que una piedra, de cómo se llegaba a los estadios en un tranvía abarrotado y de la mano de tu padre. El profesor José Emilio enseñó a querer el fútbol y la escuela. Fue él quien moldeó aquél Betis juvenil de Cañas, Merino, Loreto y Cuéllar campeón de Copa. Fue él quien tantas horas le dedicó a los alumnos menos aventajados. Fue él quien demostró honestidad cuando se negaba a llevar a su sobrino Lorenzo Del Pino, "Loren", a una gira por Argentina. Lo obligaron porque Loren era muy bueno. En una esquinita del Tanatorio, en el adiós a su hermano Lorenzo, José Emilio me contó una vida repleta de fútbol, educación y fe. En un rincón, el hijo y el tío se apartaron solos a conversar. En esos momentos está la vida. Cuánto le debe Sevilla a esta gente tan buena.
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