Cabildo

Acerca de la marcha Amarguras

José María Pinilla
José María Pinilla
05/11/2022

En este mes que recién estrenamos se celebra el besamanos de María Santísima de la Amargura en conmemoración de su coronación canónica, que tuvo lugar un 21 de noviembre allá por 1954. Sirva esto, al igual que su participación en el Santo Entierro Grande del año próximo, como excusa para hacer un recorrido sobre el origen, autoría y circunstancias que propiciaron la composición y posterior difusión de una marcha procesional que se tiene por himno de nuestra Semana Santa. Hablo, por supuesto, de Amarguras.

Empezaremos por los antecedentes de su creador (o creadores, ya se verá), cuya afición por la música le venía en los genes. La dinastía Font comienza con el gerundense José Font Marimont, reputado intérprete de trompa y músico mayor –hoy decimos director– de la Banda del Regimiento de Soria nº 9 cuando esta formación se traslada a Sevilla. A él se debe una de las primeras marchas procesionales conservadas dedicadas a nuestra Semana Santa, llamada Marcha Fúnebre (actualmente conocida por Quinta Angustia), que data de 1891. Sabemos por la prensa que había estrenado otra años atrás, en 1887, titulada también Marcha Fúnebre y escrita para la Carretería, cuyas partituras a día de hoy están extraviadas, aunque el acreditado investigador José Manuel Castroviejo sospecha que ambas composiciones pudieran ser la misma, mediando una variación en la dedicatoria

Su hijo Manuel Font Fernández de la Herrán, que había comenzado de músico en Soria 9, llegó a ser el director de la Banda Municipal de Sevilla durante casi cuatro décadas cuando esta fue municipalizada a principios del siglo XX. El segundo miembro de la saga Font compuso innumerables obras para banda y orquesta, entre ellas las excelentes marchas fúnebres A la memoria de mi padre (1899), La Sagrada Lanzada (1928) y Expiración (1941). Además, gracias a él disfrutamos en nuestras cofradías de Virgen del Valle (Vicente Gómez-Zarzuela, 1897), la Marcha Fúnebre a Nuestro Padre Jesús de la Pasión (Joaquín Turina, 1899) o las creaciones de sus hijos Soleá, dame la mano (1918), Amarguras (1919) o Resignación (1924), pues todas estas obras estaban escritas para piano y él las instrumentó para la plantilla de una banda de música, además de encargarse de divulgarlas con la Municipal de Sevilla. También adaptó para sonar en las procesiones los versículos II y XI del Miserere (1835) del maestro Hilarión Eslava y otras obras clásicas, como los fragmentos de las óperas Otelo (1887) de Giuseppe Verdi o Tosca (1899) de Giacomo Puccini, que fueron asiduos en los repertorios de la época.

La tercera generación de los Font la encarnan Manuel (Jr.) y José Font de Anta, que nacieron respectivamente en 1889 y 1892 en la casa familiar de la entonces calle Panecitos –renombrada en honor del mayor de los hermanos desde 1941– en el barrio de San Lorenzo, muy cerca de un conocido bar de sabrosas croquetas cofrades. Bien pronto destacaron sus facetas compositivas e interpretativas al piano (Manuel) y al violín (José), por lo que de muy joven ya consta el primero amenizando las proyecciones de películas mudas en el cine que había en la calle Azofaifo. Ambos aprendieron orquestación e instrumentación con su padre, composición con Joaquín Turina y armonía y contrapunto con los prestigiosos maestros de capilla de la Catedral Vicente Ripollés –musicólogo y recuperador en España del canto gregoriano– y Eduardo Torres, prolijo autor de zarzuelas. Con posterioridad, perfeccionarían sus estudios en el extranjero, donde ofrecieron juntos o por separado exitosos recitales. De Manuel sabemos también que dirigió orquestas por todo el Nuevo Continente, desde Nueva York (donde traba amistad con el compositor nacionalista finlandés Jean Sibelius) a Buenos Aires. Por su parte, José fue becado por el Ayuntamiento para estudiar en el prestigioso Conservatorio de Bruselas, donde logró la máxima calificación. En estas tierras tuvo el menor de los Font un sentido romance, pero, cuando años más tarde volvió a buscar a su amada, supo que tanto esta como el hijo que tuvieron habían muerto en los bombardeos de la Gran Guerra. Esta tragedia marcó a José el resto de su vida, en la que prefirió el anonimato y la introspección, justo el carácter opuesto al de su vivaz hermano Manolo.

Resultaron muy populares en su día las canciones de este último –entre ellas Cruz de Mayo o Su majestad el chotis–, hechas para las más célebres estrellas de la copla. Igualmente gozaron de éxito algunas zarzuelas como La multimillonaria o Las muertes de Lopillo, esta segunda con letra de los hermanos Álvarez Quintero. Merece por último mencionarse la Suite Andalucía para piano, cuyo fragmento llamado Cádiz dedicó a Manuel de Falla. Por el contrario, de la producción de José disponemos de escasa información de la época, ya que gozó de menor trascendencia pública. Aun así, se guardan algunas partituras suyas prácticamente inéditas en los fondos del Conservatorio Manuel del Castillo de Sevilla. La obra de los hermanos Font de Anta para banda de música es escasa y únicamente están acreditadas de Manuel las cuatro marchas procesionales Camino del Calvario (1910), La Caridad (1915), Soleá, dame la mano (1918) y Amarguras (1919) junto a algún pasacalle y pasodoble como Cantares de Andalucía (1916), La arriá en Triana (1923), La Plaza de España (1929) –para la inauguración de tan magno recinto– o La venta de Eritaña. Para la Exposición de 1929 fundió melodías y ritmos sudamericanos en Rapsodia Americana, composición que fue premiada en tal evento. En cuanto a José, únicamente tenemos su marcha fúnebre Resignación (1924), que en 1988 fue retitulada como Victoria Dolorosa.

El inicio de la Guerra Civil cogió a Manuel en Madrid, donde fue asesinado el 20 de noviembre (relean la fecha de la coronación de la Amargura al inicio del artículo... ¿casualidad?) de 1936 por unos milicianos que se presentaron en su domicilio buscando al hijo de su pareja, un joven afiliado a la Falange. Al no poder capturarlo cuando huía, dispararon a Font, quien murió en el acto. Años más tarde, en junio de 1940 sus restos se exhumaron de la fosa común en que se encontraban, recibieron honores en la Sociedad de Autores y fueron trasladados a Sevilla para ser enterrados en el panteón familiar del cementerio de San Fernando de su ciudad natal. El féretro fue acompañado por el alcalde de Madrid Sr. Alcocer y la crónica del acto indica que el recibimiento en la estación de Córdoba resultó multitudinario, contando con la asistencia del gobernador civil Sr. Valverde de Castilla y el alcalde Sr. Luca de Tena. El cuerpo fue escoltado a su llegada por los sones de Amarguras a cargo de la Banda Municipal y, al pasar por el teatro Cervantes, la orquesta titular le tributó una interpretación de su conocida canción Cruz de Mayo. Había nacido el mito.

Centrándonos en la obra que nos ocupa, veamos las circunstancias de su gestación. Es Font Fernández quien ruega a su hijo Manuel, que por entonces residía en Madrid con su hermano, la dedicatoria de una marcha procesional para la Virgen de la Amargura, a la que se encontraba muy ligado. Se cuenta que, ante la negativa de Manuel hijo –quien seguramente consideraría la marcha procesional un género musical menor–, el padre tuvo que recurrir a una fotografía de la Dolorosa de San Juan de la Palma. Ante ella llegaría la inspiración. La pieza resultante presenta una estructura derivada de la forma del minué ternario y su esquema muestra los siguientes elementos: introducción, exposición del tema A, sección central o trío con la sucesión de los temas B y C, repetición del tema A y coda final. Por otro lado, la obra está concebida, tal y como reza su portada manuscrita, como un poema religioso en forma de marcha fúnebre, algo muy apropiado en la “nueva” concepción de la cofradía del Domingo de Ramos desde 1911, en que se despoja de un estilo más popular a favor de mayor rigor y adquiere el apelativo del Silencio blanco. De tal modo, tiene un guion literario titulado “En la Calle de la Amargura“ que describe la inspiración de sus distintos motivos.

En cuanto a la autoría de la composición, la información documental disponible nos lleva a concluir que debe recaer en Manuel Font de Anta, pues así aparece firmada en su guion original y en la partitura para orquesta y banda que instrumentó su padre. Además hay testimonios periodísticos de la época que atribuyen explícitamente esta marcha y Soleá, dame la mano –estrenada el año anterior– al citado compositor. Finalmente la cuestión queda ratificada por la carta de agradecimiento de la hermandad de la Amargura, dirigida en exclusiva a Manuel. No obstante, este tema ha tenido siempre un aire controvertido porque fue su hermano José quien registró tanto Soleá como Amarguras en la Sociedad General de Autores en 1922, aunque no debemos inferir que ello constituya una prueba de la paternidad de la obra. Otra cuestión bien diferente es que José pudiera haber ayudado a su hermano Manuel a concebirla, algo plenamente razonable. De cualquier modo, hacia el final de su vida José manifestó que la obra era enteramente suya, postura que siguen reivindicando sus descendientes.

El estreno de la marcha procesional tuvo lugar el Domingo de Ramos de 1919 a cargo de la Banda Municipal bajo la dirección del maestro Font Fernández. Pronto se hizo fija en el listado de esta formación, cuya carpeta, como era habitual en aquellos años, presentaba escasa variedad de composiciones. También nos consta Amarguras en los repertorios de la Banda del Regimiento de Soria nº 9 ya desde los años treinta del pasado siglo. 

El estatus de "Himno Oficioso de la Semana Santa" lo adquiriría poco después tras la confluencia de diversos factores. En primer lugar, se debió a su indudable calidad, algo fuera de cualquier debate. Pero habría que considerar además el peso que la hermandad de la Amargura disfrutó en la postguerra y que la llevó a reunir un conjunto artístico en el paso de palio y en el juego de insignias de nivel supremo –por ejemplo, el primer conjunto de varales de plata de las cofradías sevillanas– además del hecho de que la Virgen fuera la primera Dolorosa coronada canónicamente de Sevilla (1954), por delante de Imágenes de posiblemente mayor devoción. Sin duda su hermano mayor Manuel Bermudo Barrera –persona de importancia en el régimen y teniente de alcalde de Sevilla– tuvo con probabilidad mucho que ver en ello. El último factor que inmortalizó definitivamente Amarguras fueron las conocidas circunstancias del fallecimiento de Manuel Font de Anta. El rango de himno quedó refrendado por la presencia de la marcha en el acto institucional de pórtico de la Semana Santa, el pregón. En él prácticamente siempre –y desde 1951 de forma obligada– ha sido interpretada antes de la disertación.

La composición ha sido grabada en más de cuarenta ocasiones a la fecha por bandas de música de toda España e incluso por orquestas extranjeras (recuérdese la interpretación de la London Philarmonic Orchestra para la película Semana Santa de Manuel Gutiérrez Aragón de 1992). Llama la atención que en algunas de sus primeras presencias discográficas la marcha quedara mutilada por las limitaciones de espacio en los soportes de la época. Así sucedió en el disco de la Banda Municipal de 1965, en el que se omitió la repetición del tema A.

En la actualidad sigue gozando de gran aceptación en las cofradías y de un enorme prestigio entre los músicos. En palabras de Bartolomé Gómez Meliá, exdirector de la Banda de María Santísima de la Victoria (Cigarreras), “en cualquier repertorio procesional de penitencia su presencia es de obligado cumplimiento”. La interpretación de la marcha es tradicional en ciertos momentos de la Semana Santa –además de, lógicamente, tras la Dolorosa que la inspiró– como el paso de la Virgen de los Dolores de San Vicente por la estrechez de Placentines, el saludo de la Esperanza Macarena ante la iglesia de San Juan de la Palma o la entrada del palio de la Virgen de la Aurora el Domingo de Resurrección.

A modo de curiosidad podemos indicar que la Virgen de la Amargura es la única Dolorosa coronada de Sevilla que no tiene marcha dedicada con motivo de su Coronación Canónica. Tal era el reto para el compositor que lo hubiera intentado teniendo en su patrimonio musical como antecedente la inmortal Amarguras.