Cabildo

Cien años de 'El Tigre'

María José Caldero
María José Caldero
21/11/2022

‘El tigre’, así le llamaban sus colegas. Mirada felina, coraza de acero, terribilità carmonense. Hace cien años del nacimiento de Francisco Buiza, el último heredero de la tradición gremial, el último maestro del último gran taller de imaginería en Sevilla.

Admirador de la escultura barroca de la Sevilla del siglo XVII, sus influencias nos remiten, sobre todo, a la obra de Juan de Mesa y Alonso Cano e, irremediablemente, a la de su maestro, Sebastián Santos. 

Sería Sebastián quien le diría: “Este es tu pan, si lo compartes, ya sabes que te estás quitando de comer”. Pero compartió su don, lo hizo en la cámara sagrada de su taller en la “Casa de los Artistas” de la calle Viriato donde, entre gubias, escofinas y demás instrumental propio del oficio, compartía espacio con sus pájaros, a los que amaba, siendo ellos la vía de escape de la ternura que se ocultaba tras el carácter difícil, brusco y extremadamente exigente del maestro.

Desde niño le dominó el genio creativo, modelando figuras con la cera que pedía a los nazarenos de las cofradías de su Carmona natal o con el barro de la campiña. 

Un escultor y su obra son hijos de su tiempo

Buiza fue pastor, agricultor y panadero. Conoció el horror de una guerra fratricida y los tiempo difíciles de la posguerra. Todo ello formaba parte de su mochila vital y todo ello está reflejado en su obra.

Su escultura hunde las raíces en el Barroco más expresivo y teatral, llevándola a un realismo expresionista en el que sus Cristos son pura vehemencia, retratos de hondo patetismo, de explosión desgarradora.

Este fin de semana han coincidido en besamanos y besapié dos de las imágenes titulares que realizó para la Semana Santa de Sevilla. En el Cristo Atado a la Columna de Las Cigarreras, sus manos son una oda al dolor más lacerante, el dolor del mundo se concentra en sus manos portentosa, mientras su rostro asume resignado el sacrificio y su cuerpo, encorvado, con una imponente anatomía, soporta con la fuerza de un titán el terrible castigo físico. 

Prueba de su admiración por los modelos mesinos será la referencia que supone para su obra el perfil del Cristo Yacente de la Hermandad del Santo Entierro de Sevilla: está en el modo de trabajar el cabello, la barba, los pómulos pronunciados, las cejas y la boca entreabierta. Todo ello trabajado con la técnica de un virtuoso con la gubia y la escofina. 

Muere Cristo y Buiza lo talla para San Benito en una imagen que le marcará hasta el punto de hacerse hermano de la corporación de Luis Montoto. Tendrá que retrasar la realización de la imagen debido a un accidente de moto que le dejará secuelas y supondrá un doloroso aprendizaje.

Están Montañés y Mesa en el Crucificado de San Benito, pero con más tensión y dramatismo, resultado de una policromía personalísima presente en los abundantes regueros de sangre que justifican la advocación del Crucificado,  al que dio por finalizado el mismo día que se firmaba la paz de la guerra de Vietnam.

Pero Cristo resucita en Santa Marina y, para entonces, la sangre ha desaparecido del sudario y el costado del Señor que abre sus brazos que parecen recién desclavados de la cruz, que se suspende en el aire apoyado en la mortaja que resbala de su brazo izquierdo en una composición valiente, dinámica, efectista, teatral, escenográfica. 

Si todo ese lado oscuro, visceral, expresionista, se vuelca en sus imágenes cristíferas, sus figuras de ángeles y arcángeles desvelan una ternura, sutileza y sensibilidad extremas en el trabajo del maestro.

‘El escultor de los ángeles’

Decenas de extraordinarios ejemplos de ángeles y arcángeles decoran pasos y canastillas como los ángeles ceriferarios que acompañan al Cautivo de Santa Genoveva y los angelotes que se adecuan a las líneas sinuosas del canasto que tallara Antonio Martín o el extraordinario Ángel Eucarístico del paso de su Cristo de la Sangre (Buiza se haría hermano de San Benito ) con una abundante melena al viento, de aires roldanescos y un magnífico tratamiento de los pliegues de su túnica. 

Destacan, del mismo modo, sus Santos, como el San Benito del mismo paso, al que se le pusieron crespones negros en 1983 por la muerte del maestro. O el San Juan Evangelista que adorna el paso del Cristo de la Salud, de Los Gitanos, con una fuerza interpretativa y un arrebato místico y teatral que son la firma de Buiza.

Prolífico en la decoración de pasos, uno de los mejores junto a Rafael Barbero y Ortega Brú, en Cádiz y Málaga dejó una amplia muestra de imágenes titulares que le hicieron más profeta fuera de su tierra.

En su ya mítico taller crecieron como artistas figuras como Álvarez Duarte, Francisco Berlanga, Juan Ventura, Juan Manuel Miñarro o Antonio Zambrana, entre otros. El éxito de sus discípulos nos habla de su valor como maestro.

La idealización y divinización de los autores del Barroco sigue pesando a la hora de valorar la obra de los imagineros del siglo XX que, como Buiza, engrandecieron el patrimonio artístico de nuestra Semana Santa.

Se cumplen cien años del tigre que amaba a los pájaros. 

Honor y gloria al maestro.


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