Cabildo

El gran legado de un hombre sencillo

José María Pinilla
José María Pinilla
22/01/2023

Estamos en abril de 1968 y algo está cambiando en la sociedad, o al menos se confía en que así sea. Aumentan las protestas en Estados Unidos contra la guerra en Vietnam, la Primavera de Praga se hace sentir en el bloque soviético y no falta mucho para que las revueltas estudiantiles se propaguen desde París. La minifalda arrasa entre las jovencitas y los Beatles están componiendo su álbum blanco mientras proliferan las réplicas yeyé que surgen a su sombra, aunque en nuestro país se impone el Dúo Dinámico y la gente tararea una pegadiza La, la, la que acaba de triunfar en Eurovisión. A nivel local la conversación gira sobre la inauguración de unos grandes almacenes climatizados y con escaleras mecánicas en lo que fue el céntrico palacio de Sánchez Dalp. Sin embargo, hoy nada de eso importa en Sevilla. Es la noche más esperada del calendario y deben ser casi las cuatro y media de la madrugada. Nos encontramos precisamente en la plaza del Duque de la Victoria y se atisban los ciriales que anteceden a la Esperanza Macarena. El fervor se desata.

Tras el manto de la Virgen viene la banda del Regimiento de Soria 9, denominación que permanece en el uso popular sobre la ya entonces oficial de Guzmán el Bueno nº 2. Porta la batuta de tan emblemática formación musical su nuevo director, un tal Pedro Morales Muñoz, nacido 45 años atrás en Lopera y recién llegado de Toledo. Ha sucedido hace apenas meses al admirado Pedro Gámez Laserna, de quien había aprendido armonía en su tiempo. No es hoy su estreno en las cofradías, pues a estas alturas de la semana la banda ya ha acompañado a la Paz, el Museo, el Dulce Nombre, la Sagrada Lanzada, el Baratillo (no se sorprendan por la duplicidad en un mismo día, ya que el volumen de músicos daba para dividir la formación en dos) y las Cigarreras. Sin embargo, lo de esta noche es diferente.

Las aclamaciones, vítores y llantos se desbordan ante la Macarena y este hombre educado, mesurado e imbuido de la disciplina militar no puede evitar emocionarse ante aquello. De repente, abandona su ubicación, saca de la chaqueta un lápiz y algo sobre lo que escribir y se refugia en un portal abriéndose paso entre el público. Incrédulos, los músicos lo ven irse y cruzan las miradas con extrañeza. El maestro ha sido visitado por las musas y la inspiración le ha llegado en forma de compases, que esboza con premura en aquel improvisado papel pautado. Repasa mentalmente la música que recorre su cabeza y la vuelca como puede. Al poco, regresa a su lugar y manda las interpretaciones que corresponden. Aquella hoja sería, una vez depurada e instrumentada, Esperanza Macarena, su opera prima para nuestras cofradías y la primera página de un brillante catálogo de marchas procesionales.

Sírvanos esta anécdota, recogida en algún libro y corroborada por el protagonista a quien esto escribe, como pretexto –si es que falta hiciera– para hablar de un músico irrepetible en el año en que celebramos el centenario de su nacimiento. Cuando vino D. Pedro al mundo se encontraba en su esplendor, precisamente al frente de Soria 9, el genial Manuel López Farfán, que estaba a punto de desatar una revolución con Pasan los Campanilleros y La Estrella Sublime. No fue el maestro Morales tan innovador, aunque, tomando como referencia modelos asentados, desarrolló un sello propio donde el buen gusto sería la nota –permítase la broma musical– predominante. Aun así, no debemos olvidar algunas aportaciones de su cuño como los exquisitos puentes que conectan distintos temas de sus obras. De cualquier modo, las primeras producciones moralianas para las cofradías beberán de la paradigmática estructura de La Estrella Sublime. Se trata de marchas procesionales alegres, con cornetas y evocadores tríos como Virgen de la Paz, Virgen de Montserrat o Virgen de los Negritos, que a día de hoy son un fijo en los repertorios de cualquier paso de palio de barrio. El maestro continuará cultivando este formato de composición a lo largo de su fecunda trayectoria, con obras tan celebradas como Virgen del Refugio, Virgen del Dulce Nombre o Señorita de Triana. En palabras de José Manuel Tristán, director de la prestigiosa banda del Maestro Tejera, “Pedro Morales llevó a la calle la calidad”, ya que sus marchas presentan un gran nivel musical pero no revisten excesiva dificultad para su correcta interpretación.

No será este mencionado el único corte de marcha procesional germinado del talento de D. Pedro, pues diferenciamos un segundo tipo de composición de procesión, algo más reposada y contenida, de envolvente melodía y elegancia patente. A este grupo pertenecen las inspiradas Cristo de la Conversión, Virgen de la Cabeza o Cristo de la Exaltación, que se prodigan menos pero que son una absoluta delicia cuando se interpretan tras un paso. Nos aventuramos finalmente a identificar un tercer estilo de marchas entre la producción del maestro loperano, correspondiente a aquellas obras de mayor profundidad y solemnidad. Me detengo especialmente en estas por disfrutar de menos divulgación en las crucetas de nuestras cofradías y ser, por ello, más desconocidas para el público medio. De ellas destaca La Soledad, relegada de forma increíble al segundo lugar en el concurso nacional de música procesional organizado por Sevillana de Electricidad en 1991. Cuando un servidor ejercía de fiscal de banda de la Virgen del Buen Fin de la Sagrada Lanzada incluí esta marcha en alguna ocasión. Hay en particular una chicotá en la calle Trajano a sus sones que permanece indeleble en mi recuerdo y puedo asegurar que también en el de quienes lo presenciaron. En esta misma línea no me resisto a reivindicar el rescate de las emotivas Juan Jesús, escrita para su hijo fallecido, y Te Veré en el Cielo, dedicada a la memoria de su esposa.

La figura de D. Pedro Morales no solamente fue grande por su legado estrictamente compositivo, ya que su labor como instrumentista enriqueció de manera notable otras obras de diferentes autores que solicitaban su ayuda. Además, en los difíciles años de la transición democrática se llegó a prohibir la presencia de las bandas militares en los desfiles procesionales, lo que se solventó gracias al tacto y diligencia del maestro Morales, pues la banda actuó en las cofradías de paisano. Tras su jubilación profesional, prestó su colaboración en formaciones como una efímera banda surgida en los ochenta en la hermandad de Montserrat, la Municipal de Carrión de los Céspedes o la recién nacida de las Cigarreras, de la que fue director honorario. Los reconocimientos recibidos van desde los premios Demófilo en 2005, Madre Cigarrera en 2010 o Joaquín de la Orden en 2011 y galardones por obras concretas al hecho de haberse editado hasta cuatro discos monográficos de sus composiciones, ninguno de ellos impulsado o dirigido por él mismo, ya que en su humildad no cabían los auto homenajes como otros compositores se han prodigado en hacer. Otra muestra de cariño sucedió al celebrarse los noventa años de nuestro protagonista, cuando la hermandad de la Sagrada Lanzada hizo toda la carrera oficial del paso de palio con el acompañamiento exclusivo de marchas de D. Pedro. También merece mencionarse que, a los pocos días de fallecer el maestro en 2017, se reunieron numerosos músicos anónimos en la plaza de San Francisco y recordaron su memoria en un improvisado concierto que recorrió algunas de sus más queridas marchas procesionales. De este acto procede la imagen que ilustra el artículo.

Por no ser más extensos, cerraremos haciendo pública la satisfacción de quien esto firma por haber contribuido a la concesión de una calle para D. Pedro Morales en nuestra ciudad. La iniciativa surgió en el seno del inquieto foro de la web Patrimonio Musical y le correspondió a un servidor darle forma, presentarla y reunir adhesiones. Tras un periodo administrativo más duradero de lo esperado, finalmente tuvimos el gozo de recibir la aprobación y, algún tiempo más tarde, de ver el rótulo puesto. Además, este homenaje llegó aún en vida del maestro.