Cabildo

La espera entre costuras

María José Caldero
María José Caldero
14/03/2023

Me he permitido tunear el título de la afanada novela de María Dueñas para esta breve reflexión, en una Cuaresma que aborda su segunda mitad y nos está preparando para vivir una Semana Santa con la intensidad propia del cofrade medio.

Viene precedida por una vorágine de acontecimientos que parecen tambalear, o al menos cuestionar, ciertos fundamentos de nuestra Fiesta Mayor (un afectuso saludo a los de la nomenclatura ortodoxa).

La necesaria reordenación logística de la celebración está dejando al aire costuras de modistas fulleros y mostrando los bajos fondos de unas entidades a las que se les presupone, por encima de todo, unos valores de cristiandad basadas en el amor al prójimo, mensaje fundamental de Aquel que murió en la cruz.

Nada más lejos.

Egos, vanidad, soberbia, orgullo, son sólo algunos de los costurones que estamos viendo desde que en el pasado mes de octubre se dieran a conocer las líneas maestras del plan del Consejo para meterle mano a una Semana Santa que viene arrastrando una herida mal curada desde el año 2000.

Comunicados, cruces de declaraciones, rumores intencionados, amenazas veladas, gritos en el cielo, agravios comparativos y colmillo, mucho colmillo.

Cuando, por fin, hemos dejado de contar la espera en meses y al calendario se le ha puesto la cara guapa, parece flotar en el ambiente un cierto run run, una inquietud por comprobar si las heridas abiertas se harán tangibles con las cofradías en la calle o, si por el contrario, entre todos apagamos una mecha que no nos conviene tener más tiempo encendida. Entre otras cosas porque hay gente que lleva mucho tiempo esperando a que se nos estropee el invento.

Hay que bajarla al suelo, y permítanme el argot futbolero, nada extraño en esta casa, por otro lado.

Es hora de renovar nuestro compromiso con la fe, de mirar más hacia arriba y recordar dónde está el centro referencial de nuestra Semana Santa.

La Estrella saldrá el Domingo de Ramos con el palio de Ojeda y nos llevará al extraordinario cartel de Dani Franca en una evocación de un momento fugaz convertido en perenne en la memoria de un niño. Porque eso es la Semana Santa, volver. Volver a casa, a la infancia, a la familia, al barrio, a nuestro “yo” pasado.

Harían bien las hermandades en entender que son custodias de la memoria de los cofrades, los que fueron, los que son y los que serán, y quienes las gobiernan, hacer un ejercicio de humildad que les recoloque en el lugar que les corresponde, siempre por debajo del mensaje del Nazareno. 

La Semana Santa de Sevilla ha sobrevivido a todo tipo de circunstancias adversas desde sus orígenes. No será el comportamiento dudosamente cristiano de algunos actores los que vayan a tambalear unos cimientos de cinco siglos.

La Virgen del Rosario de Monte-Sión ya está en su paso, el restaurado palio del Valle ya se alza en La Anunciación, el portentoso de La Amargura ya está en San Juan de la Palma, los ensayos de costaleros se multiplican en la calle, dos cornetas de Las Cigarreras se suben en el metro camino de un concierto, media batería de las Tres Caídas van de vuelta a casa, las túnicas ya cuelgan de lámparas y puertas, ya están pedidas las vacaciones de la semana, ya se están mirando improbables partes meteorológicos y se afina el modelo de estreno para el Domingo de Ramos. Todo a la espera de un Cabildo de toma de horas que no termine como el rosario de la aurora y nos permita trazar itinerarios en programas de mano coleccionables. 

Hablando de programas de mano… no, eso se lo cuento otro día.