Cabildo

El Señor de los presos

José María Pinilla
José María Pinilla
13/09/2023

Se dice, con la previsible sorna pero sin faltar a la razón, que uno de los mejores medios para desprestigiar algo es premiarlo sin ton ni son. En esta línea, si lo que debería ser un reconocimiento por algo verdaderamente excepcional se generaliza y se hace cotidiano, el esplendor se diluye y se cruza la barrera que divide lo que debe ser destacado de una mala entendida democratización en el galardón. Lleven este razonamiento al ámbito que prefieran, desde las notas escolares a los laureles deportivos. Cuando todo el mundo es sobresaliente es que nadie sobresale y si hay diez campeones, ninguno es vencedor de nada.

El mundillo (permitan el diminutivo tanto por el cariño como por bajar de las nubes a los cofrades que se sienten el centro de la esencia de la ciudad) de las hermandades no es ajeno a esto. Y me voy a atrever a abrir un melón no exento de polémica como ejemplo: las coronaciones canónicas. Lo que in illo tempore venía refrendado por un profundo análisis allá en El Vaticano acerca de la universalidad en la devoción a una imagen de María Santísima –cambio en la normativa eclesiástica y traslado del ámbito decisional a la sede episcopal local mediante– ha devenido en una carrera de las vanidades en la que la excepción ya es tener a una imagen no coronada más que al revés. En breve habrá hasta corporaciones que hagan doblete con sus titulares. En fin, no se sorprendan si alguien propone en un futuro no muy lejano establecer una suerte de supercoronaciones para así poder sobresalir, que en el fondo es la motivación de más de uno y de dos.

Me he metido en este berenjenal (podían ser fritas y con miel ya que estamos) tras conocerse la concesión a la hermandad del Gran Poder por parte del Gobierno de la Medalla de Plata al Mérito Social Penitenciario. No se trata de un reconocimiento solicitado por la propia hermandad, por los devotos o por alguna institución sevillana, sino que sale de una entidad que no se caracteriza por ser especialmente beata ni proclive a las manifestaciones cristianas.

Desde siempre se conoce la atención solidaria por parte de nuestras cofradías a los más desfavorecidos, ya que ése y no otro fue el aliento fundacional de muchas de ellas. No me refiero solamente a las emanadas a partir de gremios o grupos raciales, sino a las que se erigían para mejorar las condiciones de colectivos olvidados por la sociedad. Recuerden sin más los orígenes de la primitiva hermandad del Dulce Nombre para asistir a las niñas huérfanas o, para centrarnos en el aspecto que nos ocupa hoy, de la del Cristo del Amor y la Virgen del Socorro para reconfortar a los encarcelados, como en la actualidad nos recuerda la filacteria que muestran los ángeles pasionistas a los pies del Señor en su paso. Esta idea de llevar la presencia de Dios a los reclusos la escenificaba cada amanecida de Viernes Santo la Esperanza de Triana cuando se volvía en la Cárcel del Pópulo –inspirando a Manuel Font de Anta su inmortal Soleá, dame la mano– o, más cerca de nuestros días, el Cristo de la Sed en sus primeras salidas procesionales por Nervión los Viernes de Dolores.

En este caso, la enorme labor social desarrollada por la hermandad del Gran Poder en los llamados Tres Barrios, que muchos sevillanos “de buena cuna” descubrieron cara a cara en aquella inolvidable Misión, ha merecido a ojos del Gobierno de España esta medalla. Aunque lo más noticioso fuera la presencia de la venerada imagen de Juan de Mesa en aquellos rincones olvidados por muchos, aún más perdurable y meritoria ha resultado la acción de los acertadamente llamados Cirineos del Señor, que, en claro homenaje a aquel hombre sencillo que ayudó a Jesús en la calle de la Amargura, se han remangado para compartir la cruz que aplasta con su peso a los más desfavorecidos, presos tanto de barreras físicas como de angustiosas realidades marginales. Que cunda el ejemplo y que la noticia tenga el mayor de los ecos, para que quien no lo sabe o no lo quiere saber vea que las hermandades son mucho más que sacar pasos, tocar cornetas y rifarse coronas.



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