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La vida distinta del motocross

Lucas Haurie
Lucas Haurie
12/01/2022

La historia de Joaquín Molina no es una historia cualquiera. Su padre le inculcó el veneno por el motocross desde niño, mientras sus amigos jugaban al fútbol. Vivió numerosas vicisitudes y fue escalando categorías, pero hace poco más de tres años se encontró con un muro. Un grave accidente le dejó sin una pierna. El granadino recibió la prótesis como el mejor remedio para seguir adelante, al igual que el nacimiento de su primer hijo. Y ahí sigue, quemando combustible subido a su moto de carreras. 

“No llores más por la pierna, la vas a perder”. Esta frase lapidaria fue lo último que escuchó antes de despertarse unas horas más tarde en el hospital. Una mujer le atendía, mientras llegaba la ambulancia. Tenía un dolor insoportable que ya no sintió cuando quien le auxiliaba le soltó el duro futuro que le aguardaba. Se desmayó antes de que lo trasladaran de urgencias. “Le dijeron a mi mujer, que estaba embarazada de ocho meses en ese momento, que la pierna había que cortarla y estaba casi muerto. Fue un momento muy duro porque en el accidente pensé que jamás volvería a montar en la moto”, recuerda Joaquín Molina. Su vida iba a ser muy distinta a lo que había disfrutado años y años. Tres meses después del suceso ya caminaba, aunque pasó momentos realmente críticos, como el día que se fue a duchar por primera vez con una sola pierna. Ese fue el punto y aparte en su vida para no venirse abajo. Su mujer, que estaba embarazada de ocho meses, fue el gran sostén para tomar vuelo, junto a toda su familia y amigos. 

De niño, su padre le compró su primera moto y el granadino entendió que tendría que dedicarle muchas horas para aprender y progresar. Lo hizo a la velocidad del cohete. Seis veces campeón de Granada, segundo y tercero de Andalucía, un cuarto puesto de España. Después de este excelente currículum tenía que volver a empezar para seguir en la cima. De las tres prótesis que tiene una es especial para el motocross, su gran pasión. Se sentía en deuda con su padre y, por eso, puso más ímpetu de lo normal desde el primer día de su nueva vida. No podía saltar y saltó. Se fueron al circuito a probar y el granadino le pidió a su padre que le tomara el tiempo de su primera vuelta. El padre le regañó y los tres o cuatro segundos más lentos que rodó no le importaron porque quería sentirse de nuevo útil. Joaquín Molina sí asumió que no podía poner en riesgo su vida. 

La alta competición es un espejismo, pero Joaquín Molina trata de dar el máximo, como siempre fue su sacrificio, para notar la adrenalina del deporte. Es un ejemplo de superación y, aunque sus amigos le animan a montar una escuela en la que también se aprendan los valores de que una discapacidad no puede frenar tus ilusiones, piensa más en enseñarle a montar a su hijo para que siga la estirpe.