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Recuerdos de la verdad

Mi Semana Santa (IV)

Bernardo Ruiz
Bernardo Ruiz
08/04/2020
El Miércoles Santo en Llanos de Don Juan es día de luz y rezo”

El Miércoles Santo es un escalofrío en el corazón. Una jornada que hiela el alma en busca de la verdad de la Madrugá de Sevilla y el alba de Jesús en la Andalucía del labriego y la cosecha. La antesala de los Oficios en los pueblos es sinónimo de júbilo absoluto en Huelva, allí donde la Victoria y la Esperanza caminan protegidas por el gentío de la marisma huelvana. 

Mi Miércoles Santo de 2020

Con el cansancio y el descanso en niveles incontrolados, el Miércoles Santo suele ser un incierto terremoto sentimental. En 2020, mi agenda diaria reflejaba un viaje a la cuna del cante jondo, Jerez de la Frontera. El Prendi es más Jerez que nunca en una tarde de saeta y tango y la Amargura en calle Naranjas es la esencia de lo jerezano en un paso de palio. Almorzar en Albores, en la calle Consistorio, antes de buscar a la gracia del Soberano, el Cristo más xerecista, es el plan perfecto para un turista de interior. 

Mis recuerdos de Miércoles Santo  

El Miércoles Santo era anhelo y gozo en mi infancia, en la que se dibujaban poesías en folios blancos hacia la Paz y Esperanza, obra cumbre de Martínez Cerrillo. Y así fue hasta que, en 2008, recé a los pies de la Esperanza, la de los inmigrantes del hotel Tartessos, y la Victoria, la Reina del Barrio Obrero, en la soledad de sus templos. La lluvia amargó el idilio con la fe mariana de la ría colombina, a la que regresé en 2012 para pasear por Reina Victoria, un pueblito costero imbricado en la Huelva del XXI.

En Sevilla, el Miércoles Santo no es sólo San Bernardo, La Sed o Los Panaderos, ya que en la provincia florecen versos de vencejos por los pueblos. 2012 fue el año de mi ruta íntima, una jornada en la que descubrí a Jesús Nazareno de Santiponce, más hermoso y robusto en su paso que durante el Vía Crucis de Itálica, a Padre Jesús de Alcalá del Río, gubiado por Francisco Ruiz Gijón y apadrinado por los artesanos de barcos del margen derecho del Guadalquivir, y al palio de la Virgen de la Salud en la noche hermosa de La Rinconada.   

El Miércoles Santo siempre ha sido presagio de muerte incierta, porque el Jesús de Andalucía se presenta más doliente que nunca con la Cruz al hombro y en los pueblos lanzan destellos de luz las casas de los inmigrantes que regresan. Como en 2013, cuando gocé con la Humildad de Villa del Río y el Vía Crucis del Cristo de las Penas de Montoro, que sobrecoge cuando recorre las diminutas calles del Centro a hombros de sus nazarenos. Y así fue hasta que, en 2014, exhalé sin alivio cuando, de repente y sin previo aviso, escuché un tambor ronco. 

Un nazareno de capirote blanco que, en la oscuridad de la noche, cruzaba Llanos de Don Juan, una pedanía de Rute, para avisar del Vía Crucis de un crucificado. Aquel día supe qué era rezar en silencio. A oscuras, sin luz artificial y en un pueblo desierto de 400 habitantes. El Señor camina a hombros de sus nazarenos mientras las mujeres entonan el rosario con una enjuta vela como testigo. Fue una sensación de fe sincera antes de que Jesús de la Rosa de Ruta me atrapara y El Valle de Lucena expusiera a modo de escenografía plástica la idiosincrasia de la santería. Un 2014 para el recuerdo que languideció en Cabra con el Cristo de la Expiración, silencio y quejío en la tierra de los gajorros y el Nazareno de túnica de cola.

El tiempo se alió con la sorpresa para engendrar un 2016 de fantasía, el año de la Esperanza de Guadix. Como un 2015 de ternura con el Cristo de la Caída de Baeza, Dios al desnudo en su proporción más sencilla por las callejuelas de la vieja Castilla andaluza, y un 2017 en el que imploré a Jesús de la Paciencia de Andújar. Una imagen sedente y que llora para atrapar tu mirada en la noche desgarrada. Y así fue como Málaga, presa de la pena por la lluvia, me despidió en 2019. Entre promesas por cumplir y con la Sangre en Dos Aceras.

Foto: Edu Suárez