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Arde Pellegrini

Antonio Félix
Antonio Félix
25/11/2020

Duele ver en éstas a un señor como Manuel Pellegrini, entrenador por quien todo aficionado con un mínimo de paladar para el buen fútbol guarda un sincero respeto. Pellegrini es el ejemplo viviente de que no todo en el fútbol es la victoria. Desde Cruyff 74' y Sócrates 82', y en realidad mucho antes con la Hungría de Puskas, la Austria de Sindelar o la España de Di Stéfano, se evidenció que puede haber tanta grandeza en una derrota que hasta eclipse al supuesto ganador. Así sucedió en la gesta de Champions de Pellegrini en el Villarreal y, en menor medida, en el Málaga. Aquellas fueron auténticas obras de arte surgidas de la imaginación y el talento de un técnico realmente singular. Más triviales, pero muy afamados, fueron los pasos por el Real Madrid y el Manchester City, equipos a los que, de hecho, cualquiera podría entrenar. Para acabar en China, donde llenó la saca en una aventura crepuscular antes de terminar sus días, según todos presumían, en su querida selección chilena, que tanto tiempo le lleva aguardando.

No es sencillo entender qué razones llevaron a Pellegrini a pegar el volantazo con el que mancharía su hermosa carrera. El caso es que, a los 65 años, aceptó el impetuoso proyecto, con una inversión de 100 millones en fichajes, que le puso en sus manos el West Ham. Por primera vez en su vida, el Ingeniero fue despedido a mitad de una temporada. Para terminar de rematar su fortuna, apareció el Betis.

Alguien debía haberle explicado a Pellegrini dónde se metía, el fabuloso reto que afrontaba. El Betis es un equipo fulgurante desde la distancia que se convierte en una incesante pira conforme te vas acercando. Pellegrini debería haber valorado la intensidad de esa quema y ponderar sus fuerzas para combatirla. No lo hizo. Probablemente apoyado en Antonio Cordón, desvelado hasta ahora por su quehacer en Heliópolis como un trilero de primera clase, y seducido por la elegancia a primera vista de los inmensamente inútiles Haro y Catalán, el chileno cayó en la trampa. Es sorprendente cómo alguien con su clase pudiera ser víctima de la soberbia, pero no sin ella se podría aceptar una idea que pasaba porque un solo hombre, desde el banquillo y sin apenas refuerzos, cambiara el sino de un equipo que había acabado el 15 y más goleado del último campeonato. De alguna manera, Pellegrini creyó ser ese hombre.

La imagen, desoladora, abatida, baldía, de Pellegrini en el banquillo de San Mamés era la de un señor que comprendía que se había equivocado. De repente, donde todos ansiábamos un tótem, vimos a un septuagenario absolutamente inanimado que parecía preguntarse qué demonios pintaba él en medio de esta inmensa hoguera verdiblanca. El debate sobre si alguien con la edad y perfil de Pellegrini era el ideal para reavivar a esta fatua plantilla prendió de inmediato. Eso fue algo que debieron preguntarse Haro y Catalán al firmarle tres años después de, recuerden, 'el primer procedimiento realmente profesional para fichar a un entrenador en la historia del Betis'. Pellegrini, en realidad, sólo representaba para ellos un paraguas, otra excusa. Y no tardarán sus mentores en catalogarle como culposo en cuanto les deje de servir para tal función. Entonces ya no será el glamouroso y sutil técnico del Madrid o el City, sino el anciano que recaló en Sevilla sin fuerzas ni ambición, que venía de vuelta de todo. Si lo de Bilbao no es un efímero espejismo, no pasará mucho hasta que el chileno sea ceniza. Como lo es Serra. Como lo es cualquiera que estorbe a sus altos, lamentables y desgraciados propósitos.