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Rodriguinho

Antonio Félix
Antonio Félix
08/03/2023

El tiempo es una variable compleja en la ciencia del fútbol. Pensemos, por ejemplo, en el tiempo que tiene un jugador para demostrar que es válido para la élite. Desde luego, parece complicado ofrecer una respuesta concreta, pero lo cierto es que no nos desviaríamos demasiado si aplicamos la siguiente fórmula: pe+€i*N, donde el primer argumento serían las personas engañadas en el fichaje de dicho jugador, el segundo el dinero invertido y el último la necesidad, económica y deportiva, en que esté sumida la entidad. Cuanto mayor sea la escala de dichas variables, mayor será el tiempo y las oportunidades de que gozará el chico para demostrar su supuesto talento.

Lo llamativo de esta fórmula, pese a lo peliagudo de su enunciado, es su universalidad. Es decir, resulta comúnmente aceptada no ya por quienes se ven involucrados en la misma, sino por la hinchada en general. En el Betis, el joven Abner Vinicius merece más tiempo para demostrar su nivel, según la gente. El chaval ha sido un fenomenal desastre en los siete partidos que ha jugado, en los que ha protagonizado penaltis absurdos, forzado expulsiones condonadas y errado el, tal vez, gol más sencillo del campeonato. Abner, que carga una timidez con la que parece difícil hacerse hueco en la selva de la Liga, no ha mostrado nada, pero nada, de la supuesta maravilla que atesora. Pero Abner fue fichado rutilantemente como el descubrimiento del año, supliendo ni más ni menos que a Álex Moreno, catalogado como el futuro lateral zurdo de Brasil y con un coste (parcial) de 7 millones, que pudiera parecer discreto en cualquier otro club que no tuviera la ruina del Betis. Abner, en definitiva, merece más tiempo.

En contraste está Rodri, un futbolista de la casa, de coste cero, bajito y sin mayor predicamento. Un futbolista que se ha ganado cada minuto en el que ha gozado de la oportunidad de jugar con el Betis, sin apenas margen de error para no caer en la sospecha, cuando no en la ignominia. Para no escuchar eso de que bien, pero que no para tanto, o de que, sencillamente, no da la talla. Rodri es un ejemplo de lo difícil que resulta triunfar en el fútbol cuando tú mismo no eres, o no pareces, un negocio, por no llamarte Rodriguinho ni costar 40 millones. Probablemente en otras circunstancias, es decir, con otro entrenador, estaría perdido o fuera del club. Para su fortuna, cuenta con Manuel Pellegrini, señor plenipotenciario capaz de pasarse por el forro las fórmulas científicas del fútbol.

La exhibición frente al Real Madrid coronó, o debió coronar, a Rodri, un demonio ingobernable que en ese duelo se comió a Kroos, Tchouameni y Ceballos, el añorado, que no hay como irte de casa para ser realmente valorado. Rodri derribó otro muro en su progresión. Se le tenía por un futbolista resolutivo pero insuficiente frente a los grandes. Para eso ya estaban Canales y Fekir, los dos colosos con los que pelea el puesto. En ausencia de ambos, sin embargo, el chaval se echó el equipo a la espalda, orquestando toda la ingeniería ofensiva verdiblanca y bordando un recital de punta a punta del partido. Fue un encuentro monumental de un jugador fantástico, no tanto a ojos de su propia hinchada como a los de su entrenador. Probablemente la gente hubiera incluso preferido a Joaquín, a quien Rodri va a jubilar no sin cierta justicia poética. Pero Pellegrini lo tiene claro. Es ecuánime con un muchacho de bien, que viene firmando un año magnífico y en quien, en ausencia del gran Fekir, va a recaer buena parte de la responsabilidad para alcanzar la Champions. Nadie creería que Rodri estuviera para esa faena, pero es lo que tienen los genios como don Manuel: que ven diáfanas cosas tan opacas para el resto de los mortales, cegados como estamos por las turbias maquinaciones del negocio.