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Aprender de los errores (o irse de una vez)

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
31/01/2019

Yo era de los que daba por descontado que el Sevilla caía con el Barcelona. No es que me tenga por el oráculo de Delfos ni por un sabio omnisciente de esos que salen pontificando en las tertulias, pero tengo unas cuantas canas y llevo vistas algunas cosas. Así que daba por sentado que el Sevilla no pasaba a semifinales de ninguna manera. Lo que quizá no me esperaba es el modo en que lo hizo; que concediera la derrota de una manera tan infamante, deshonrosa y ridícula; impropia de un equipo, no y con ambición, sino incluso con curriculum, aparte de orgullo, casta, coraje y todo eso que va por ahí diciendo su cada vez más desacreditado presidente. El Sevilla de otrora, el de mi infancia y juventud, tal vez podía caer así, pero no éste. ¿O sí? Porque el Sevilla de últimamente la verdad es que se viene pareciendo bastante a aquel equipo sin alma que hace unas décadas se arrastraba por los campos de España para oprobio de su sufrida afición, lo único digno que ha tenido siempre este club. Debo confesar en este punto que aunque nunca me gustó Unai Emery, su marcha hizo que este drama comenzara. Los directivos del Sevilla, hechos todavía, aunque lo nieguen, a la talla minimalista del equipo de antiguamente, no han parado de equivocarse para cubrir su hueco. Sucesivamente fueron apostando por entrenadores imberbes que a todas luces no estaban cualificados para dirigir un proyecto ambicioso. Un proyecto que no era tal, sino una realidad contrastada por cinco copas de la Uefa. Nadie en su sano juicio, a no ser que sea un mequetrefe, se le ocurre poner al mando de ese proyecto a un tipo que no haya ganado nada, pero eso fue lo que hicieron. Primero trajeron a un tipo exótico, Sampaoli, que había ganado un trofeo exótico, la Copa de América; luego vino Berizzo, que decían que era un fenómeno porque había clasificado al Celta para una semifinal de la Uefa, que obviamente perdió. A este lo echaron y trajeron a un italiano, Montella, a cuyo equipo, la Fiorentina, el Sevilla de Unai eliminó en la Uefa por un global de cinco a cero. Y este año han insistido, obstinados con terquedad en el error.

Pablo Machín es un buen entrenador, sin duda, pero ya está. Toda su experiencia en la élite se reduce a haber entrenado el Girona. Díganme, ¿es eso crédito suficiente para estar al frente de un equipo que quiere ganar la Uefa por sexta vez y clasificarse para la Liga de Campeones? En mi modesta opinión, no. Si el Sevilla quiere ser alguna vez un equipo grande, y serlo de manera permanente, debe acostumbrarse a tener entrenadores grandes, tipos curtidos en la élite, gente que afronte un partido en el Nou Camp o el Bernabéu con la naturalidad del que se toma un vaso de agua, como algo rutinario en su cometido laboral; alguien que no se abrume ante el escenario ni dirija el partido con una salvacolina bajo la lengua y el dodotis puesto por si acaso la salvacolina falla. No. Machín no era el hombre. Se han vuelto a equivocar, de otra manera, pero lo han hecho. Es un buen entrenador, sin duda, pero no el que necesita el Sevilla si quiere ser un grande; si quiere volver a 'tocar plata', como dice ese Pepe Castro que debería ir aprendiendo de los muchos errores que ya acumula en este delicado particular o, si le resulta imposible, empezar a plantearse la posibilidad de que sean otros quienes los cometan. En fin, que será el calentón del momento, pero yo ahora mismo montaba a Machín en el primer tren que saliera para Soria y sentaba en el banquillo a Caparrós.