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Quién manda aquí

Antonio Félix
Antonio Félix
24/04/2019

Hay sevillistas que piensan que Joaquín Caparrós es un zoquete, un entrenador vulgar con una extensa y mediocre carrera en el fútbol, un populista mendaz, un pasado de moda, vamos. Hay sevillistas que creen que Joaquín Caparrós es un genio, un ser hecho a la medida del Sevilla Fútbol Club, un dechado de virtudes que se exaltan en blanco y rojo, uno de los suyos, en suma. Y hay sevillistas que piensan algo de ambas cosas, y no son pocos.

De entre los argumentos de los estólidos caparrosistas extraigo uno apabullante: “Joaquín gana incluso cuando pierde”. Se entiende que cuando pierde el Sevilla, claro. Hace una semana yo mismo lo habría secundado. Haber tirado a la basura decenas de millones, forjado un equipo penoso y traído a un entrenador deprimente parecían anécdotas insignificantes frente al agigantamiento, aún más, de la leyenda de Caparrós el Salvador, de nuevo triunfante en el derbi que devolvía al Sevilla a la cuarta plaza de Champions. Pero luego llegó el trasquilón de Getafe, y ahí cabía preguntarse: ¿pero qué demonios gana Caparrós con ese vergonzoso 3-0? "Pues un entrenador".

Cierto es que, antes del partido, Caparrós había hecho un encendido manifiesto pro Bordalás, al parecer su favorito para sucederle en el trono del Sevilla. Cierto es que sus decisiones (el amigo de los delanteros Kjaer, Sergi internacional Gómez, Amadou y sus espacios…) favorecieron el sopapo ante el Getafe… Pero hay que tragarse mucho True Detective para intuir que había algo de premeditado en esa derrota con el fin de conseguir un objetivo mayor. Quede claro que no pertenezco, al menos aún, a esa estirpe de diletantes. Pero el disparate conduce a un enigma de interés, ese cruce de intenciones entre Caparrós y Monchi en el que se cuece el futuro inmediato del Sevilla.

Habrá algún incauto que sostendrá que tales egos quedarán por debajo del bien común del Sevilla, y que entre amigos, al fin y al cabo, reinará la paz y la armonía. Allá ellos. Baste recordar que uno de los motivos que empujaron a Monchi a marcharse a su querida Roma fue la desconsideración que entendía de tener por encima al director general José María Cruz, que en el pasado le había afeado cositas como Koné. Qué casualidad, Miguelito, que ahora haya vuelto con un lugar a la misma altura que don José María.

El tema es que con Monchi emergió de inmediato la opción Blanc, que es a lo que venía tirando el de San Fernando. Es decir, a un salto de nivel para intentar que el equipo que gana Uefas hiciera por fin paisaje en la Champions. Esa labor quedó incompleta antes de su estampida, y se supone que habría de ser ahora retomada. Pero sólo se supone. Esa tendencia a la sofisticación, digamos, levanta ampollas en buena parte de la hinchada y de la prensa, que hacen de lo rancio su bandera. Caparrós, ahí, es un líder sin fisuras. Es sencillo pensar lo que opina don Joaquín de las aventuras en que se embarcó el Sevilla con Bielsa (nonata), Sampaoli y Montella. Y, desde tal perspectiva, es absolutamente lógico que apueste por Bordalás. O por él mismo. Porque el debate sobre, al fin, quién manda en este Sevilla se simplificaría con la cuarta plaza que mantendría al entrenador en el puesto, a buen seguro y para dolor de muchos, incluidos todos aquellos sevillistas que piensan un poco de todo del señor Caparrós.