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Aquel puñetazo en el estómago

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
02/06/2019

Lo recuerdo perfectamente. Iba conduciendo por la calle Amador de los Ríos, más o menos a la altura de esa farmacia que siempre está abierta, cuando escuché por la radio la noticia de que el Sevilla acababa de vender a Reyes al Arsenal. Fue como un puñetazo en la boca del estómago. Nos íbamos a quedar sin el mayor talento que había salido jamás –y que jamás saldrá- de la cantera del Sevilla. Un futbolista que ya era leyenda antes incluso de que debutara con el primer equipo. Porque una leyenda preludió su fama en los cenáculos del sevillismo contando cosas increíbles de un chaval de Utrera; un gitanillo con los pelos largos que jugaba como los dioses y estaba llamado a escribir unas cuantas páginas de oro en la historia del fútbol. Y a fe que las acabaría escribiendo. Entonces todavía no sabíamos que se llamaba José Antonio Reyes, pero no tardaríamos en saberlo. Como tampoco habría de dilatarse su consagración como estrella, santo y seña de la afición. Fue con aquel gol al Valladolid donde evidenció su categoría de superclase. ‘El único futbolista al que he visto hacer cosas como las de Messi es a Reyes’, dijo una vez Joaquín Caparrós. Me acuerdo ahora de aquel partido en el que volvió loco a Figo. El Sevilla de Caparrós goleando al Madrid de los galácticos. Zidane, Beckham, Raúl, Ronaldo y Figo contra Antoñito, Casquero, Dario Silva, Pablo Alfaro y un todavía muy atolondrado Dani Alves. Pero allí estaba Reyes, volviendo loco a Figo, a Zidane y a todo el que hizo falta. Cuatro a uno, aunque los cuatro pudieron ser ocho. Tal vez fue esa noche cuando empezó todo; cuando brotó la ilusión y se empezó a creer que ciertos sueños podían soñarse. Por eso resultó tan incomprensible para el aficionado de a pie, para el tipo ese que conducía aquella tarde por la calle Amador de los Ríos a la altura de la farmacia, que el Sevilla lo vendiera. Es cierto, y el tiempo así lo acabaría corroborando, que aquella operación resultó muy beneficiosa, pues el club supo invertir de la mejor manera el mucho dinero que recibió por el chaval. Aunque aquel puñetazo, por muchas alegrías que vinieran luego, ya no nos lo quitaría nadie de la boca del estómago. Hoy, sin embargo, no es el estómago, es el alma lo que duele ante el hecho irreversible que la mente se resiste a admitir. La leyenda que se había hecho historia ha vuelto a trocarse en leyenda. Quizá fuera ese precisamente el sino del mejor futbolista que nunca haya vestido la camiseta del Sevilla FC: ser leyenda, elevarse hasta la cima reservada a los elegidos. Y allí es donde está ahora José Antonio Reyes, convertido en mito por un destino que no quiso que lo viéramos envejecer y le concedió el don de la eternidad.