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El cuadro de Monchi

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
03/07/2019

La gente no es tonta, o al menos no tanto como algunos se creen. A veces es cierto que lo parece; quizá es que de vez en cuando se haga la tonta porque le conviene y quizá ocurra también que una mala tarde la tiene cualquiera, pero el personal, la masa, a pesar de los prejuicios que contra ella tienen los inteligentes, posee en general bastante sentido común; mucho más del que se le atribuye. Para demostrarlo ahí está la calma que reina entre la masa sevillista. Una calma, nada chicha, que nace de constatar que en las oficinas del club se está trabajando bien. Con profesionalidad, cerebro, sosiego, buen juicio y, muy posiblemente, tino. 

Se está trabajando bien tanto para gestionar las salidas como las llegadas. Monchi y sus perros andan pintando un cuadro del que empezamos a conocer los primeros trazos; paletadas que apuntan una obra con pocas concesiones a la improvisación, al contrario, todo en ella da la impresión de estar muy pensado. Se nota que el autor está en ese momento de la vida, la madurez, en el que uno tiene al fin las cosas claras y sabe bien lo que quiere. 

No estoy en el secreto. Con Monchi apenas habré hablado cuatro o cinco veces, y siempre a través de los micrófonos de la radio. Es decir, no formo parte de ninguno de sus círculos. Sin embargo, tengo la sensación de que está acometiendo el proyecto más ilusionante de su vida. Tiene libertad, una capacidad económica hasta ahora nunca vista en la historia del Sevilla, exigencia donde antaño tuvo urgencia, experiencia y, sobre todo, el sosiego que a uno le produce saber qué es lo que quiere y a dónde quiere ir. Todo ello se refleja en los primeros trazos del nuevo Sevilla que él está creando. No hay nombres de relumbrón. Ninguna concesión a la demanda visceral del aficionado de barra de bar. Mera labor de observación, seguimiento, despacho y negociación hábil. Luego en el campo las cosas podrán salir bien o mal, que con el factor suerte nunca se sabe, pero que se está trabajando bien es algo que todo el mundo percibe. Por eso la gente –que no es tonta- está tranquila, confiada, expectante y diría también que ilusionada por ver terminado ese cuadro al que tal vez le faltan todavía las paletadas más potentes, pero que, incluso detrás de la cortina, empieza a pintar muy bien.