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Dique seco

Juan Miguel Vega
Juan Miguel Vega
13/08/2019

La capacidad para componer metáforas del destino ha sido siempre infinitamente superior a la del literato más ocurrente. Cualquiera puede comprobarlo cuando quiera. Yo mismo lo hice hace unos días. Pues no que, rondándome en la cabeza la idea de escribir un artículo con el título que antecede a estas líneas, resulta que en mi paradisíaco refugio estival se me ocurre la insensatez de unirme a unos chavales que disputan un partidillo de fútbol, aventura que no acometía desde no me acuerdo cuándo. Y, claro, pasó lo que pasó. Primero fue sentir las engañosas buenas sensaciones que me regresaban a una época de la que hace ya demasiado tiempo. Instalarme en el espejismo de que nuevamente volvía a jugar un desafío en la explanada de albero de Rochelambert, donde luego hicieron el aparcamiento, entre los bloques 12, 13, 6 y 11; el mío. Allí estaban el Jose, el Sebas, el Edu, pero también el orejas, el cabeza y uno que se llamaba Jorge, pero al que le decían ‘George Washington Cagaleras’. Jugábamos con zapatos de material o sandalias, nada de botines; si acaso, con las botas de fútbol con suelas de tacos compradas en Deportes Arza que nos habían traído los Reyes, junto con una camiseta con el número 7, el de Lora. El caso es que tras coger el primer balón y asombrarme de que lograba controlarlo, fui capaz de irme de unos cuantos; atrás quedaron el Edu, el Orejas y hasta el Cagaleras; enfilé la portería -dos chanclas clavadas en la arena- y a punto estuve incluso de convertir, que diría mi dilecto y patagónico amigo Paco Cepeda. De verdad me lo creí, caramba. Pero la verdad de ese mediodía estival es que aquello no era la explanada de albero de Rochelambert, sino una playa de Huelva de la que la separaban demasiados tacos de almanaque, así que pasó lo que tenía que pasar, que al siguiente movimiento promovido por mi iluso entusiasmo de pelotero reencontrado a sí mismo apareció la cruda realidad en forma desgarro fibrilar en un gemelo, y vaya lo que duele eso. Desde entonces heme aquí, postrado en forzado reposo, renunciando a la playa y contemplando las musarañas; estoy ‘entre algodones’, cual reza otra recurrente metáfora acuñada por el gremio de la prensa deportiva, el equivalente de la cual es el título de este artículo, ese susodicho ‘dique seco’, donde ahora me hallo varado por culpa de mi imprudencia. Y es aquí donde emerge el poder metafórico del destino y también su maldita capacidad para establecer diabólicas casualidades, porque el dique seco del que yo pretendía haberles hablado no era en el que me encuentro, sino otro donde voy a tener que dejar por un tiempo estos artículos que con tanto afán y no poco desahogo vengo escribiendo en esta página, gracias a las generosidad de sus editores. La vida, por no dejar las metáforas, es como una senda intrincada abierta en la espesura de la selva que en ocasiones, como en los relatos de Borges, se bifurca, ofreciendo al caminante alternativas para seguir adelante. Y eso es justo lo que me ha ocurrido asumiendo la dirección de Canal Sur Radio. El camino que he decidido tomar es un camino lleno de dificultades y retos, pero es mi camino, el que deseo recorrer y al que me convoca algo que no sé muy bien definir qué es, si inconsciencia, temeridad o las dos cosas, pero en el que me aventuro feliz, decidido y con una pizca grande de orgullo, por los extraordinarios compañeros a quienes voy a tener el honor de liderar. Desde esta nueva senda habré de contemplar, en silencio, cómo acaba Monchi su cuadro y de qué manera queda cuando se cuelgue en la tabla clasificatoria. Un cuadro al que algunos han empezado a verle manchas y borrones, lo cual resulta inevitable en todo proceso creativo. Y uno, que está metido precisamente en un proceso similar, lo comprende perfectamente. Termino al fin. Dejamos pues la nave en el dique seco, pero la dejamos sólo por ahora. Porque si jugar al fútbol en la playa es algo que no estoy muy seguro si haré otra vez algún día, lo que sí tengo claro es que nada, ni siquiera un desgarro en el gemelo, es para siempre. De modo que, aunque ahora les digo hasta luego, puedo garantizarles, queridos lectores de Muchodeporte, lo mismo que garantizó el general Mcarthur a los filipinos: hoy me marcho, pero... volveré.

 

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