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Nervión 2021, el viaje inverso

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
26/09/2019

De pronto nos han dado un patadón oval, tipo rugby, hacia el futuro. La Asamblea de la ONU lanza ahora la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En la tele se prodigan spots en torno al mediático guarismo: 2030. Pero ¿viviremos en 2030? Mientras los cuervos se posan en nuestra coronilla y nos aliñamos con olor a crisantemos (uno es de natural alegre), otra fecha del futuro se nos ha colado para el mundo palangana. El Sánchez-Pizjuán será la sede de la final de la Europa League en 2021.

La nostalgia es una trocha de doble sentido. Quiero decir que se tiene nostalgia del pasado como se tiene también nostalgia del futuro. Para muchos (como Mark Twian, autor de Tom Sawyer), la nostalgia es una masturbación mental. Puede que sea así en todo o en parte. Recordar es ver volver, como dijo no sé qué famoso bardo. A menudo recordar es vernos en el teatro donde cada cual ha hecho de actor en la obra más rara que pueda concebirse: la propia vida. No conozco teatro que refleje mejor para mí la verdad y la farsa de la vida que el Ramón Sánchez-Pizjuán.

Un campo de fútbol es siempre como una casa de acogida. De niño el fútbol acoge el largo paño de las primeras emociones. Después vendrá la madurez para hacernos guiños y molinetes. ¿Emociones? He de decir que lo primero fue el asombro del césped bajo los charcos y los focos en una oscura tarde de lluvia: Ramón marcaba por entonces una porra de goles ante el Murcia. Después vendría para mí todo lo demás, incluso lo que ocurrió antes, mucho antes, como los cortes de manga de Scotta al palco o las barbas del mítico Sánchez Barrios.

El Sánchez-Pizjuán ha sido también liceo de aprendizaje. Nos hizo aceptar la dulce mediocridad del Sevilla, sentir que nuestra vida, igual que la del equipo, no aspiraba más que a la media tabla. Y todo hasta Eindhoven y su chute lisérgico. Sé que es mucho resumir. Pero todo, absolutamente todo, acude antes o después al Sánchez-Pizjuán, que es como la caja de zapatos Gorila donde uno echaba hojas de morera para los gusanos de seda. El campo del Sevilla es la crisálida: allí donde la mediocridad se convirtió en plata de campeones bajo la ópera del Arrebato.

El Sánchez-Pizjuán sigue remozándose hoy. No obstante, jamás podremos olvidar los goterones de los vomitorios que caían estratégicamente en la nuca de un sevillista nacido en 1970. Este detalle forma parte del patrimonio sentimental de todo palangana de ley. No habrá obra de remoción que pueda arrebatarnos aquella sensación que el tiempo convierte ahora en dicha y gracia ausente.

En 2021 la casa común acogerá la final de la Europa League. Una fecha para el futuro, para tener nostalgia del futuro. Pero si hemos de elegir, uno elige otra fecha en sentido opuesto, puesto que ya está dicho que la nostalgia es una trocha de doble sentido. Yo elijo un domingo de liga de abril de 1982, cuando todos vimos, boquiabiertos, el gran mosaico de Santiago del Campo que se estrenó para la ocasión. Ni que decir tiene que todos buscamos el banderín del equipo contrario. Aparecía estratégicamente casi oculto. El tiempo todo, como las gotas en la nuca, es pura estrategia.