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¿El valencianismo del SFC?

Javier González-Cotta
Javier González-Cotta
26/12/2020

Las razas, las naciones y las aficiones al fútbol suelen despacharse con etiquetas rápidas y a menudo agudas. En Argentina, país de emigrantes altivos, se dice que los peruanos descienden de los incas, los mexicanos descienden de los aztecas y que los argentinos descienden de los barcos. Los armenios de la diáspora se reconocen cuando discuten entre ellos hasta por los destellos rojizos de la granada, símbolo de esta antiquísima y sufriente nación. A un hincha del Liverpool se le presupone un fielato inquebrantable. A los del Livorno les gusta aventar su condición de comunistas a lo 'vintage'. De los escoceses nos dijeron una vez que eran agarrados y no tuvimos pruebas fehacientes de que fueran rácanos. El parisino nos parecía un tipo frío, elegante pero poco amistoso, pero descubrimos que podía ser amable sin perder el porte junto a los puentes del Sena. De los andaluces, ay, se nos dice que somos por lo común la alegría de la huerta de España (algunos, de ser así, seríamos alegres pero con conservantes y colorantes). Y, en fin, sobre las razas del mundo, el criminólogo y psiquiatra Cesare Lombroso ya analizó en el XIX sus cualidades hoy políticamente incorrectas.

El fútbol español tiene sus razas y maneras. Las etiquetas ahí están y la descarada politización de los equipos ahí está también. El Barça sigue proclamando el equívoco de ser 'Més que un club'. El Athletic Club reúne eso que en el PSOE llaman como diferentes sensibilidades, pero desde el régimen del 78 en adelante, dicho sea en expresión podemita, uno siempre lo ha visto como un engendro: el Athletic-PNV. La afición del Atlético de Madrid airea el marketing de su infortunio y de su falso sufrimiento y los telediarios nos quieren colar que su afición es muy simpática (sobre todo a partir de los cánticos aquellos del "Ea Ea Ea, Puerta se marea").

Por su parte, el valencianismo se asocia desde fuera a una continua 'mascletà' emocional. Nunca están contentos por Mestalla y siempre o casi siempre la inestabilidad se convierte en una forma estable de ser. A este punto queremos llegar, a sabiendas de que un valencianista podría decirnos que no tenemos ni idea sobre valencianismo pirotécnico. A veces, conversando con amigos de otras ciudades, nos dicen que los sevillistas parecemos valencianistas. Enseguida aflora nuestro descontento cuando el equipo pierde dos veces seguidas, como si fuéramos el Real de Madrid o algo aún peor.

Por partes, siendo honestos, diremos que sí que hay algún sector apegado al catastrofismo. Hay sevillistas que pregonan una especie de goce sexual por la autodestrucción y la crítica agria en formato 24 horas. Son las redes sociales y la lepra del opinador en todo foro, como la voz dada a los oyentes en la radio, lo que a veces da que pensar en la existencia de un sevillismo no inconformista, sino extremista en el enfado. En general diremos que el sevillista no es un valencianista. Entre otras cosas porque una 'mascletà' es cosa ordinaria y espantosa, ajena al gusto voluptuoso pero sereno y ebrio de las gentes del Mediodía. En todo ámbito y lugar el fútbol suele ser una fábrica de protestones. El cabreo del hincha suele derivar en paranoia nerviosa y psiquiatría del humor. Decir qué es un sevillista es cosa difícil porque, como dijo Churchill, no podía saber cómo eran los franceses porque no los conocía a todos.

Desde esta humilde ventana, desde no pretendemos filípica alguna ni caer en la citada lepra opinadora, creemos lo siguiente. Un sevillista es exigente pero fiel (ser exigente es saber también dónde está la medida). De la verdadera humildad se teje y se fragua el peso de un escudo. De ahí el espíritu corajudo y la idiosincrasia de no querer rendirnos. En el panteón de Nervión el sevillismo empuja a su equipo apelando a estas señas de hermandad. No hay folclore en su rugido. La gracia está en la dosis y no en el empacho. Siempre queremos más porque, hasta ayer mismo, no olvidamos que no sabíamos qué queríamos, si más o si menos aún, cuando jugábamos en El Salto del Caballo de Toledo o en la Nova Creu Alta de Sabadell.

El sevillismo es un estilo que no pretende ni gustar ni no gustar. Y eso es lo que debería gustarnos de nosotros. Feliz Navidad.