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El desamor

Antonio Félix
Antonio Félix
18/08/2021

Antes de ponerse cachazas, más de una vez se le escuchó a Monchi decirse aquello que otro don Ramón, el Del Valle-Inclán, le colgaba a su alter ego Marqués de Bradomín: “¡El más admirable don Juan! Feo, católico y sentimental”. A cuenta de esto último ha de explicarse el mimo, y el tino, con el que el prodigioso cazatalentos del Sevilla ha observado siempre la intimidad de sus fichajes, y en particular las situaciones de desamor que han venido a sufrir con sus anteriores clubes. No de otra manera se explicaba que el Sevilla pudiera acceder a futbolistas cotizados muy por encima de sus posibilidades y que, en circunstancias normales, eran absolutamente inasumibles para el club de Nervión. Monchi les seducía dándoles, en el momento justo, el cariño que les negaban sus entregados equipos de antaño. Así sucedió en su día con Rakitic o con el gran Julien Escudé. Y así ha pasado ahora con el Papu y, en menor medida, con Erik Lamela. Cuando se les rompió el amor, que diría la Jurado, ahí estaba siempre Monchi para poner su hombro y arrimarse al gato.

El Papu, al que en realidad casi podríamos considerar un fichaje para esta temporada, y Lamela desatascaron el estreno de Liga del Sevilla, precedido por un frenesí de semana en el que Monchi arregló los dos laterales, encauzó al mediocentro e inflamó la emoción sobre lo que queda por venir, especialmente el delantero, pieza clave de un proyecto que, definitivamente, ha cobrado vuelo para considerar al Sevilla un candidato al título. No, desde luego, el candidato principal. Pero sí un aspirante de todas que no dará tregua a los tres grandes a poco que éstos pierdan el resuello.

Sólo había que atender, en general, a los medios capitalinos y, en particular, a los amigos sevillistas para comprobar la expectación que el Sevilla levanta en cuanto Monchi agita su varita. Pareciera que el chiquito argentino que han traído para la derecha le pudiera discutir el puesto a Navas o que el tal Augustinsson fuera a marcar una época en Nervión. Perfectamente se podría tratar de dos simples suplentes, pero el mensaje que el mundo captaba era que, efectivamente, y como le reclamábamos hace un par de semanas, Monchi había entrado en erupción. Y todos sabemos lo que ocurre entonces.

Con el triunfo sobre el Rayo, el Sevilla constató lo que todos los analistas preludiaban en la semana de éxtasis monchista, que la calidad y profundidad de plantilla blanquirroja harán que se pasee ante medio campeonato. No fue un paseo fácil (no podía serlo con la turbadora alineación inicial), pero fue paseo. Conviene dejar cuanto antes esas señales de potencia colectiva y esos detalles de desequilibrio particular, que en este caso dieron el Papu y Lamela, con no poca colaboración de En-Nesyri, una inutilidad de futbolista camino de convertirse en crack. En estos tiempos de sentimentalismo chorra, en los que todos los problemas del mundo se resumen con Messi y Biles, merece poner en valor casos como el del marroquí, un chaval con tantas condiciones para brillar en el (ruinoso) atletismo como para fracasar en el (millonario) fútbol, destino que se ha empeñado en destrozar con una fe en sus posibilidades totalmente paranoica, con una determinación asombrosa. Tanto que ahora parece un drama que en enero se marche a la Copa de África. O que juegue sin competencia. Se sabe mucho de ciertos fichajes (Delaney, el Tecatito) para completar el gran cuadro de Monchi. Y casi nada del goleador que lo convierta en una obra de arte, lo cual al sevillismo casi que le pone más. A saber de qué historia sacará esta vez Monchi su tajada final.